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Deconstruir el Guadalupe Cárdenas Zitle y Arturo Arreola Muñoz El territorio no es un escenario en el que ocurren todas las desigualdades, es la representación simbólica y concreta de todas ellas: la casa, la calle, el trabajo, la escuela, la parcela, la iglesia, la prisión; es en cada uno de esos lugares donde se construyen relaciones desiguales entre mujeres y hombres. Así como no podemos hablar de un territorio, sino de territorios, de la misma manera no podemos pensar que el patriarcado es igual en todos los lugares, no lo es, así como tampoco lo es el capitalismo o el colonialismo. Ello nos orienta a trabajar en cada lugar de manera diferente para erradicarlo. La geografía feminista ha descrito cómo se distribuyen en el territorio las desigualdades; ahora es necesario reconocer cómo se construyen esas desigualdades desde cada territorio, los mecanismos utilizados por el patriarcado para la dominación del género femenino en el lugar, y los rasgos culturales, económicos y políticos del territorio que confluyen en la formación de la identidad y las desigualdades de género. Para desmontar la forma en que esa desigualdad patriarcal-territorial se construye, es necesario construir utopías desde los lugares, como la ley revolucionaria de las mujeres zapatistas, los feminismos del Abya Yala y la complementariedad planteada por las indígenas guatemaltecas. Sólo las mujeres campesinas pueden decir cómo quieren hacerlo, cómo articular un diálogo a partir de su nueva receta. Imponerles el mecanismo sería una contradicción, la alternativa de un lugar no necesariamente lo es para todos los lugares. Esta desigualdad patriarcal del territorio nos impide caer en la tentación de naturalizar un solo patriarcado universal. En realidad lo que es hegemónico es la suma sinérgica de muchos patriarcados locales. El trabajo alternativo con perspectiva de género debe reconocer esta complejidad. Tampoco podemos reducir al patriarcado a una especie de antropología o sicología de las relaciones de pareja. Los lugares no se construyen sólo desde esa escala, las relaciones de género no son exclusivas del ámbito privado. Ello sería un reduccionismo de la cuestión de género al plano de las relaciones sexo-afectivas. Si reconocemos que el patriarcado es una construcción social, ésta se construye en cada lugar determinado. Ello abre las puertas a una oportunidad que ya fue advertida por Simone de Beauvoir, Paulo Freire y Frantz Fanon, referida al poder liberador del oprimido, de la oprimida. Dicha noción va más allá del sentido del manifiesto marxista; se trata de sustituir un “feministas de todo el mundo, uníos”, por un “feministas desde todos los lugares, uníos”. Sólo mujeres, esclavos, proletarios y oprimidos pueden liberarse, ese poder no lo tiene el opresor. Cuando Alda Facio plantea que las feministas “no queremos una rebanada más grande del pastel, queremos cambiar la receta del pastel”, reconocemos que no hay liberación al pelear por una rebanada de pastel elaborado con una receta androcéntrica, más bien necesitamos nuevas recetas, tantas como lugares existan. Así, las posibilidades son infinitas, inciertas, pero darán lugar a la creatividad de las mujeres de cada lugar; así que tendremos pasteles de mango y de manzana, de maracuyá y de kiwi, de tuna y de zarzamora, tantas combinaciones como sea posible imaginar. Así como Marcela Lagarde postula que “lo que hemos logrado para algunas lo queremos para todas”, existen lugares donde se está dando una lucha dialógica por la construcción equitativa del territorio. Esos territorios de equidad nunca estarán terminados, no serán perfectos, siempre les faltará algo: son territorios construidos por humanos. El cuestionamiento en el lugar de muchas de las propuestas feministas es la forma en que las hegemonías patriarcales buscan sostenerse. Por eso es indispensable reconocer, visibilizar y compartir las experiencias de estos territorios de equidad. Las campesinas y las feministas saben y sufren desde cada territorio la desigualdad de género. Por ello hay que propiciar que se reúnan en cada lugar para la deconstrucción del patriarcado. Pero eso no es suficiente, es necesario buscar en otros campos nuevas respuestas, provocar la hibridez, enriquecer el pensamiento feminista en un diálogo de saberes, con otras mujeres y con otras maneras de ver el mundo y los lugares. Así es que se podrá construir una epistemología pospatriarcal, en cada lugar, construyendo territorios con igualdad, equi-territorios o territorios de sororidad. La hibridez es indispensable como una acción que permita progresivamente ir desmontando cada una de las viejas y nuevas desigualdades. Desde hace más de cinco años un grupo de feministas y ambientalistas estamos intentando la construcción de una receta del pastel que por lo menos incluya los ingredientes que ambos movimientos sociales estamos interesados y de acuerdo en compartir. La instrumentación del Seminario permanente de Género y Territorio; la realización de un diagnóstico nacional de la situación, condición y posición de género en organizaciones campesinas productoras y comercializadoras de maíz y café; la construcción de un sistema de indicadores para la certificación de café con perspectiva de género, y la constitución de Consejos y Acuerdos de Colaboración de las Mujeres en municipios rurales en Chiapas y Campeche son sólo los primeros pasos en ese largo camino. La deconstrucción de un territorio patriarcal requiere formar gente, contar con un programa y tomar los riesgos inherentes a probar una nueva receta del pastel. Es un gran desafío para las feministas, para las mujeres rurales y para las y los ambientalistas, pero debemos aprovechar el poder de las oprimidas, somos las únicas que podemos pensar otra receta, el opresor ya tiene la suya. Entonces vamos con ellas a discutir y debatir en cada lugar la nueva receta.
El feminismo comunitario es Julieta Paredes Carvajal y Adriana Guzmán Arroyo Comunidad Mujeres Creando Comunidad-Asamblea Feminismo Comunitario de Bolivia El feminismo comunitario surge desde la ancestral memoria de nuestros pueblos originarios, se configura en el proceso de cambio en Bolivia y se proyecta en la utopía de construir las comunidades hoy, criticando el machismo y la violencia hacia las mujeres en las comunidades actuales y con los ojos de la memoria de nuestras luchas y la energía de nuestros deseos, amor, orgasmos y esperanzas de mujeres, para hacer las comunidades del Vivir Bien. Entendemos el proceso de cambio en Bolivia no como una varita mágica, sino como un cotidiano de decisiones permanentes, que a veces nos llevan a equivocaciones, pero la mayoría de aciertos evidencian que estamos con la honestidad de transformar nuestras realidades en propuesta revolucionarias. El feminismo comunitario es una teoría social, un pensamiento político, una convocatoria a amar a nuestros pueblos en sus luchas contra el sistema, cortando y criticando firmemente machismos enraizados que –con el argumento de usos y costumbres- nos quieren hacer creer que las mujeres debemos vivir sometidas y dependientes de nuestros hermanos, quienes son indígenas como nosotras. Manipular el pensamiento es una estrategia de despolitización colonial. En esta tarea están intelectuales, incluso feministas, que consideran que el nuestro es un feminismo indígena (de indígenas y para indígenas) o un feminismo popular (de mujeres empobrecidas). También somos indígenas y también somos empobrecidas por el patriarcado capitalismo neoliberal, pero eso no nos define, esa es la clasificación sistémica colonial y capitalista. A nosotras nos define nuestro movimiento y nuestra propuesta, que es un movimiento de feministas comunitarias, y nos define nuestra propuesta de mundo, que es la comunidad de las comunidades. Por eso no sumamos nuestro proyecto a los típicos proyectos de nuestros hermanos hombres, que ven un proceso revolucionario en tanto y cuanto ellos estén bien, y sus revoluciones no abarcan ni comprenden lo que las mujeres somos. Ahí radica el carácter contra-revolucionario de su propuesta y se convierte en una simple reforma que cambia la cara del opresor de turno pero no revoluciona las estructuras de la misma opresión, que para nosotras se llama patriarcado. El feminismo comunitario es testimonio vivo de las luchas dadas contra el reciclamiento del patriarcado en la globalización y el neoliberalismo, luchas que dimos desde Bolivia y Latinoamérica, continente Abya Yala, y que tuvo costos muy fuertes a escala personal y de grupos, pues se desmovilizó a las feministas y, desde el neoliberalismo, fueron cooptados políticamente los Encuentros feministas, a tal punto que los más recientes, los de México 2008 y Colombia 2011, fueron impulsados por empresas de turismo y mercadeo, en coordinación con militares y con fuertes capitales de inversión. La gobernabilidad incorporó a las mujeres a las funciones patriarcales en el neoliberalismo y la globalización permitió al patriarcado mundializar la súper explotación de las mujeres bajo la cara de equidad de género y el empoderamiento de las mujeres: políticas impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a los Estados de Latinoamérica y financiadas por la cooperación internacional por medio de organizaciones no gubernamentales del subcontinente. Nosotras afirmamos que la modernidad es un hecho, no es el destino de los pueblos ni prerrequisito de civilización. Cuestionamos la misma palabra civilización, pues se opone a: bárbaro, salvaje, atrasado y tradicional. ¿Será que es tan adelantado el primer mundo?, ¿será feliz realmente la gente y la naturaleza estará bien cuidada? ¿Serán pueblos y Estados pacíficos que no hacen la guerra ni ocupan territorios de otros pueblos? ¿De la tecnología y conocimientos se beneficiará toda la gente? ¿Estarán asegurados la vida y el planeta? La modernidad, aunque sea un hecho, no es nuestro punto de partida ni llegada. El desarrollo fue una forma de buscar relacionar la economía, la sociedad y la tecnología (conocimientos), forma elegida por países imperialistas y trasnacionales. En la realidad este planteamiento nos muestra que fue un eufemismo, sólo pueden desarrollarse unos y la mayoría debe sostenerlos: el famoso desarrollo sostenible. Las mujeres pobres y las mujeres pobres e indígenas somos quienes más hemos sostenido este desarrollo. El desarrollo tampoco es nuestra meta u objetivo social. La violencia no son hechos aislados y ejercidos sobre los más débiles, especialmente las mujeres, que es la idea presente en políticas públicas patriarcales. La violencia es estructural al sistema patriarcal, es su columna vertebral. Así empezó la humanidad a olvidarse de la comunidad pre patriarcal y construyó en el proceso de 25 mil años un sistema de opresiones que empezó con la violencia a las mujeres y se extendió entre pueblos de familias al resto de los pueblos, de clases, de sexualidades, de razas, etcétera. La paz no es posible si el patriarcado se sigue y sigue reciclando con el correr de la historia. Por eso planteamos: feminismo comunitario, despatriarcalización y comunidad.
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