19 de abril de 2014     Número 79

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Hidalgo

La mujer que curaba con los sueños

Milton Gabriel Hernández García ENAH-INAH

Entre los pueblos indígenas de México los sueños tienen un papel fundamental en la reproducción sociocultural, pues inciden en el tratamiento del dolor o el sufrimiento, en el manejo de las calamidades colectivas, en el acceso al poder, y además, como mecanismo de control social. Por otro lado, el mundo de los ancestros reviste una importancia central en el mundo de los vivos, pues ellos inciden en la salud individual y colectiva y en el curso de los acontecimientos comunitarios.

En ese contexto, podemos entender el papel de los especialistas rituales, como doña Josefina, que en el noroeste del Valle del Mezquital desarrolló durante varias décadas un papel central como intermediaria entre el mundo de los ancestros y nuestro mundo. Aunque la gente de la región la identificaba como curandera tradicional, Josefina se definía a sí misma como una “sabia de sueños”, pues ella podía establecer contacto, por medio de complejos dispositivos oníricos, con los ancestros, quienes al “ser olvidados” por su descendencia, expresaban su enojo provocando enfermedades en ellos o calamidades al interior de la comunidad.

Es decir, entre los otomíes de la comunidad de Gandhó y sus alrededores, ha sido necesario mantener una adecuada relación de reciprocidad con los difuntos para asegurar la salud individual y colectiva, y en caso de ruptura o conflicto con ellos, sólo Josefina podía en sus últimos 40 años de vida resolver la tensión y conjurar el caos, por medio de su saber y del don adquirido.

A pesar de que en los últimos años se volvió más marginal su actividad respecto a otro tipo de especialistas rituales, como los adeptos al Espiritualismo Trinitario Mariano o frente a la acción del Estado por la vía de los centros comunitarios de salud, su reconocimiento ha trascendido fronteras estatales, pues desde numerosas comunidades del semidesierto queretano y del Estado de México solían llegar personas para ser atendidas por ella. Además de sus funciones terapéuticas, se le reconocía su facultad para incidir en el clima, pues cuando iba a granizar o a caer una tormenta que podía afectar los cultivos, los pobladores de Gandhó le solicitaban que utilizara su “don” para revertir el fenómeno. En consecuencia, ella trazaba en el suelo una cruz delineada con granos de maíz y entonaba canciones y oraciones a los “cuatro vientos” con la solicitud de que el “mal tiempo” se desviara hacia otras latitudes: “Les tiro los maicitos en cruz pa’ que lo paren y mejor que se va a otro lado donde no hay nada pa’ que no lo moleste; allí hay puro nopalito, ése no lo molesta pero la calabaza y la planta delicada, ése sí lo molesta. Lo tiro asina y si hay romero del que hay en la misa o de la reliquia de las capillas y con eso ya se para el granizo”. Junto con el maíz, utilizaba los tenamaxtles, que son las piedras que sostienen al comal en el fogón, colocándolos en el patio de su casa. Ella señalaba que “como los tenamaxtles han estado sufriendo mucho porque siempre están en la lumbre, ellos saben lo que es sufrir, por eso no quieren que las personas tengan hambre si se pierde el maíz. El tenamaxtle lo uso pa’ que lo pare el granizo, lo ayuda con el maíz pa’ que ya no caiga mucho”.

Con la ayuda de San Antonio lograba encontrar personas u objetos perdidos. Después de meter al santo “boca abajo” en una caja de zapatos, colocaba encima de la imagen un ramo de flores rojas llamadas “bolas de fuego” y después lo apretaba con ropa. Durante la noche, mientras dormía, Josefina viajaba oníricamente hasta encontrarse con él. Durante el sueño, San Antonio le indicaba en dónde se encontraba el objeto o la persona extraviada. Era frecuente que cuando una persona había dejado de tener información de un familiar que hubiese migrado, sobre todo a Estados Unidos, acudía con doña Josefina para que le ayudara a ubicar su paradero. Una vez que el familiar había sido encontrado, la persona debía regresar con doña Josefina para poner alguna ofrenda a la imagen del santo, como una muestra de agradecimiento y reciprocidad. Si esto no ocurría, el santo regañaría a la “sabia de sueños” haciéndola tener pesadillas. De hecho, algunos santos llegaron a reprender a Josefina cuando realizaba actividades que pudiesen poner en riesgo su capacidad onírica. Una noche, Santiago Apóstol la regañó por consumir bebidas embriagantes: “Ese santo un tiempo me dijo que no me ande yo emborrachando, ‘porque asina no vas a decir lo que quieren los difuntitos; no vas a tomar ni pulque ni cerveza’, me dijo. ‘Pues si es lo único que tomo, si es lo único que me gusta tomar’, le dije. Pero me regañó y me pidió que tomara agüita con azúcar y ya mejor le hice caso”.

La actividad de esta especialista ritual, al ser consecuencia de un “don” otorgado por una entidad metahumana, en este caso, la Virgen de Guadalupe, no necesitaba otro tipo de legitimación. La fuente de su “don” y el saber que posee estaban garantizados por el rito iniciático expresado en la muerte y el renacimiento ritual. Se suele pensar que las funciones propiciatorias o terapéuticas de una comunidad indígena son una prerrogativa masculina, sin embargo, ejemplos como el de doña Josefina nos muestran que desde la cosmovisión indígena, las mujeres han jugado un papel central en la reproducción social y cosmológica. La asimilación asimétrica de las comunidades indígenas a la llamada “sociedad nacional”, así como la acción del Estado, entre otros factores, han erosionado estas prácticas culturales. Josefina murió hace tres años y con su muerte se ha dado fin a este trabajo ritual, político y cosmológico, pues ninguna otra mujer ha recibido el don, y como dice don Cirenio, un rezador de la región, “la gente ya no quiere creer en lo que decían nuestros abuelos”.

Guerrero

Motlatlakualtilia, curando en Zacatipa

Irma Martínez Martínez * y Teresita de Jesús Oñate Ocaña ** *Líder nahua, acompañante de procesos
**Doctorante en Desarrollo Rural, UAM-Xochimilco

“Por esas manos es que tengo mi marido”, nos dijo la yejyojui, nuera de mamá Juanita –como la nombran muchos que la conocen-, partera-curandera nahua de Zacatipa, municipio de Huautla, en la Huasteca en Hidalgo.

Juanita la reconoce a ella como nuera a pesar de que ni ella ni su esposo son realmente de su familia. Porque Juanita lo hizo nacer a él, y en los 56 años que tiene ejerciendo su don, ha hecho nacer a muchos más y a todos los nombra como sus hijos e hijas y por ellos y por sus familias pidió protección y suerte en cuatro altares, para los próximos mil años.

Los dos últimos días de febrero fuimos invitadas por la misma Juanita a participar en su motlatlakualtilia, curación anual. “Ya tiene mucho que lo hice en grande porque cuesta mucho, a lo mejor es el último que estoy haciendo.

Estoy pidiendo a Dios que me dé más fuerza para seguir trabajando”, nos explicaba mamá Juanita. Este rito es para curarse y para: renovar su tlaselkayotl, recepción del compromiso, y chamankayotl, retoñar la bendición de su don recibido –en su caso de partera y curandera-, así como una forma de abrir el año 2014 y como un tlayolmelaualistli, aviso de que comenzará de nuevo su trabajo, pidiendo permiso a: Tepeko, Dueño del cerro, Apan nanamej, Señoras del agua, Chikomexokixpiltsi uan Chikomesiuapiltsi, Dueños del maíz, Santas parteras y a muchas Santas y Santos que interceden por ella para seguir trabajando por un año más -aunque ella pedía permiso por otros mil.

Durante dos días compartimos con Juanita los trabajos y preparaciones, comidas especiales, sones y danzas soñados una semana antes por Juanita –como siempre, es en los sueños donde a ella le van diciendo cómo hacer sus ritos y su trabajo-, además del esfuerzo y cansancio de todos los que se ofrecieron a ayudar. Unos fuimos quintlanejkej, convidados; otros llegaron sin que los llamaran, pues escucharon que haría su curación y, como tienen compromiso con ella porque los ha curado, la apoyaron con pollos, dinero, velas, aguardiente, refrescos y mucho trabajo. Vinieron de todos lados, entre ellos sus tiokoneuaj, ahijados y ahijadas, a quienes mamá Juanita les hizo su motlaixpakilia, limpia de altar, para el inicio de su trabajo como parteras o curanderos y curanderas.

Con paciencia, mamá Juanita dobló, cuadró y recortó las tlaxkalyoyo,servilletas que adornarían cada uno de los cuatro altares: dos en su casa, uno en el apan, pozo, y uno más, en lo alto del cerro de Tepeko. Sin señales de cansancio, durante dos días Juanita dio las indicaciones de qué hacer, qué poner y dónde, la manera de colocarlos cuidadosamente sobre los dos pollos enteros ofrendados en el tlaixpamitl, altar –en el principal en el interior de su casa y en el de afuera de su casa-; qué panes colocar, los dulces, los salados, el aljuejor, pemoles, pan de maíz; dijo cómo cortar los panes y tamales chiquitos, cómo acomodar el par de huevos crudos; dijo cuántos cigarros y cómo colocarlos, qué veladoras y en qué posición ponerlas, cuántas cervezas, los refrescos, el aguardiente… Mientras organizaba la complejísima ofrenda, no paraba de arreglar y prever cada detalle. Por fin, quedaron los dos altares de casa dispuestos justo para que a la media noche comenzaran a titetlailtisej, dar de comer y brindar a todos los Dueños e intercesores de su trabajo. Todo el tiempo que duró el rito, desde que comenzó la preparación, las mujeres –algunas parteras convidadas-, no dejaron de bailar al son del huapango o de la banda de viento contratadas para completarla motlatlakualtilia, curación anual.

Este rito fue muy especial pues además de pedir permiso y avisar que comenzaría un año más de trabajos, mamá Juanita fue guiando a un telpokatl, muchacho de Iztaczoquico, Xochiatipan -el más joven y recién de sus ahijados-, mostrándole cómo hacer su motlaixpakilia, limpia de altar. Lo tuvo a su lado todo el tiempo y con gran paciencia le fue enseñando cómo tlatlatlajtía, pedir, rezar. El joven está profundamente agradecido porque lo curó después de un largo peregrinar por médicos y medicinas de todo tipo. Juanita lo curó y lo inició en su don de curandero; esa era la razón de su enfermedad y por eso entró para ser curandero, sólo así podía sanar.

“Ya nompa titlatlantika (“Eso que tanto pedías”) -le dijimos a mamá Juanita-, que alguien aprendiera tu trabajo, por fin lo lograste”. Y ella nos contestó: “Kena, nijpantijkia kejya nechpatlas, nama kena kuali para ni mikis (“Sí, encontré quien me cambie, ahora está bien si me muero”).

Mamá Juanita recuerda muy bien cómo se hace el maltia konetsi,baño del niño y conoce muy bien cómo atender a un recién nacido, cómo sembrar la iuikajlo, placenta, para que los niños crezcan como debe ser. Las mujeres que se han atendido con partera dicen que hay que sembrar la placenta -que es una parte del niño recién nacido-, “para que, como el maicito, demos mucho fruto”. Por eso las parteras no dejan de atender y devolver a la tierra una parte de sus hijos para que el ciclo de la vida continúe.

Aguascalientes

Mujeres rurales en las ladrilleras
la explotación que nadie nota


FOTO: Diana Vite

Chuy Tinoco

Puro cuento: Leticia sale al mediodía, bajo los 32 grados del semidesierto de Aguascalientes, con una cubeta en la mano derecha y en la izquierda un cuchillo de navaja afilada que resplandece bajo los rayos del monte. Esta mañana volvió de la quema de ladrillos. Como cada lunes, se presentó a eso de las diez de la noche en el horno; encendió junto a otras y otros de la comunidad el boquete de fuego para cocer tabiques; fueron llenando poco a poco el horno con leña y estiércol de vaca, y luego los hombres cargaron el barro crudo, acomodándolo minuciosamente en ese cuarto de cuatro por cuatro metros, mientras ellas, las mujeres, quedaban envueltas en el humo de la lumbre arreciado por los primeros chasquidos del horno.

No fue sino hasta las once de la mañana que Leticia pudo volver a casa, angustiada pues durante la madrugada a Juan, su hijo, que también trabajaba en el horno, se le cayó en la espalda una estructura improvisada de tablas ardiendo que le abrió la cabeza. El patrón le dijo que tuviera más cuidado porque la quema de tabique podría afectarse sin esos soportes de madera.

Para el mediodía ella corría rumbo al monte, iba a cortar corazones de nopal, nopales tiernos que crecen silvestres; con ese trabajo, sólo alcanzaba esa comida. De vuelta a casa los puso a hervir con un poco de cebolla y algunas hierbas de olor. ¿Las tortillas? Son un lujo porque aquí no hay maíz aunque hay mucho campo.

Los cuidados de Juan llegaban sólo a unos trapos calientes zambullidos en una olla vieja y tiznada que hierve en el fogón; Lety los exprime y se los coloca a Juan en la cabeza, se los va cambiando cada tanto; ahora Juan tampoco podrá ir a la obra, otra semana sin pesos.

El quehacer de la casa, aunque sólo hay dos cuartos que contienen la cocina, no es poco: la tierra y el viento se cuelan cada cinco minutos, hay que limpiar por donde pasan las gallinas, acomodar las plantas, lavar trastes y acarrear el agua desde unos 500 metros donde hay una toma para toda la comunidad. El turno de lavar ropa llega por la noche, cuando el sol ha bajado y el viento se calma; entonces la labor es tolerable.

La jornada para Leticia inicia a las cinco de la mañana, el sol apenas se intuye en el anochecer con el rocío de la madrugada, sólo el desierto es así, de 42 grados a dos grados. Esta vez no hay horno para ella, lo que le espera son hileras, cientos de moldes vacíos en forma cuadrada para los ladrillos, llenar uno por uno, revisar la mezcla, humedecer el barro cargando botes de 20 litros de agua cada uno, todo bajo el sol de la mañana y del mediodía, las horas más calurosas, cuando el vaho se desprende de la tierra y parece que le sale fuego. Entonces es cuando siente que se desmaya, esa maldita diabetes la está matando, no hay dinero para la medicina que le recetó el doctor. Lety sabe que desde hace ya tiempo su cuerpo no es el mismo de antes. Tiene 42 años de edad, pero siente que carga siglos. Esta vez su cuerpo se colapsa, pero no queda otra más que ayudarle a Juan en su trabajo porque después de todo esos 500 pesos a la semana son su única forma de sustento.

Datos reales: La comunidad de Los Arellano, en el municipio de Aguascalientes, tiene 11 ladrilleras, estos negocios permanecen fuera de cualquier control institucional de los distintos órdenes de gobierno, ya sea por quienes se encargan de vigilar el medio ambiente, el trabajo o el ordenamiento territorial.

Las ladrilleras son extensiones amplias de terrenos alejados de la ciudad y de las propias comunidades rurales, clavados en el monte, donde realizan la quema de ladrillo en las condiciones más insalubres y contaminando el aire y el agua principalmente. Instalados sólo a unos metros de asentamientos humanos, estos lugares son la única fuente de trabajo para familias que viven en un estado agudo de pobreza, y que además tienen que respirar todo el humo de la quema de ladrillos, y beber, bañarse y lavar con el agua contaminada que corre por estas zonas.

Para las mujeres de Los Arellano y de otras ladrilleras aledañas que se han anclado en Aguascalientes, no hay paga por su trabajo: el trabajo de mujeres adultas así como el de niñas es gratuito, es tomado sólo como la ayuda al esposo o al hijo, que recibe en promedio 500 pesos por semana, dependiendo del número de mujeres que el trabajador lleve para ayudar; si él no lleva mujeres, entonces el sueldo es sólo de 300 pesos por semana.

Ninguna prestación social ni reconocimiento de trabajo tienen las mujeres, que laboran más de ocho y hasta 12 horas en las ladrilleras. La otra mitad del día ellas dedican su tiempo al trabajo en casa, el cuidado de hijas e hijos y la atención al esposo. Por ninguno de estos trabajos reciben un solo peso.

Este es el rezago de un rostro mexicano, un rostro lleno de distintos nombres, vidas e historias de mujeres invisibles para el Estado, pese a que el trabajo que realizan representa grandes ganancias para las empresas constructoras y los pequeños empresarios de la obra. Muchos de los grandes fraccionamientos levantados con miles de ladrillos llevan impreso el rostro empobrecido y explotado de cientos de mujeres rurales.

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