Opinión
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La Muestra

El gigante egoísta

B

radford, al norte de Inglaterra, época actual. Una población industrial reminiscente de los medios obreros captados por el primer Ken Loach (Kes, Una vida de familia). En ese lugar se ambienta El gigante egoísta (The selfish giant), de la directora estadunidense, radicada en el Reino Unido, Clio Barnard.

Aunque la cinta declara inspirarse (muy libremente, por cierto) en el cuento homónimo de Oscar Wilde, a lo que asiste el espectador es a una radiografía en extremo realista de una zona pauperizada donde es común la deserción escolar, la explotación laboral infantil, y en definitiva el escamoteo de una formación adolescente por la rápida transición de la niñez a la edad adulta. Los dos protagonistas púberes de la cinta, el rebelde y astuto Arbor (Conner Chapman, soberbio) y su amigo de juegos y escapadas, el tímido y sensible rubicundo Swifty (Shaun Thomas) se convierten muy pronto en proveedores eficaces de sus familias disfuncionales y menesterosas.

El gigante egoísta semeja una actualización de la dura radiografía social emprendida por Charles Dickens en su novela Oliver Twist y de sus versiones fílmicas (David Lean, 1948; Carol Reed, 1968) más memorables. La emotiva parábola de Wilde con su bienhechor niño fantasma se transforma aquí en un cuento cruel sobre el modo en que Kitten (Sean Gilder), negociante de chatarras y otros residuos industriales, lucra sin escrúpulo alguno con la necesidad material de los dos adolescentes, aprovechando también en beneficio propio, y sin medir la gravedad de los peligros, sus impulsos aventureros.

La también directora del estupendo documental The Arbor (2010) sobre la dramaturga nacida en ese mismo Bradford, Andrea Dunbar, se guarda muy bien de todo comentario moralista, dejando que su cinta adopte sin rodeos el punto de vista de sus jóvenes protagonistas. Son ellos, en particular el indomable Arbor, quienes observan con desprendimiento e ironía el mundo adulto que les rodea.

En una escena clave, Arbor recibe a la policía que llega hasta su casa para pedirle cuentas, que antes de entrar se quiten los zapatos. El relato consigna así, en breves pinceladas, la calamitosa educación sentimental de este joven y su inseparable amigo Swifty en un entorno social muy duro, donde el precio de la supervivencia es un blindaje emocional, en ocasiones llevado al límite, que sin embargo se resquebraja ante nuestros ojos de una manera vigorosa y emotiva. Una de las mejores sorpresas de esta Muestra.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. a las 12:00 y 18.30 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1