o que no he informado/comentado de las Confesiones de la hija de un marica: crecer con un papá gay, ha sido una palabra sobre la escritora Alison Wearing (1967), canadiense, memorialista, dramaturga, multipremiada ejecutante/productora de espectáculos literarios, musicales y teatrales. Pero quizá más importante sería destacar al menos dos de las cualidades literarias que recorren las Confesiones... que, de su obra, es lo único que conozco a la fecha, y que consisten en el humor, actitud sabia, depurada, armonizadora, sin la cual un testimonio y/o drama y/o comedia no provocan en el lector/espectador otra emoción que la reacción instintiva del bostezo, a lo mucho. Y la otra cualidad con que la autora aborda lo que fue para ella en los 80 crecer en una pequeña población de Ontario, Canadá, como hija de un papá gay, cualidad tan asombrosa que, me parece, es capaz de conmover al más ecuánime e inexpresivo de los lectores, se refiere a la honestidad con la que, no sólo se aproxima al delicado tema de sus confesiones, sino con la que lo trata. Es un enfrentamiento y tratamiento tan honesto, y recorrido, como digo, con tan buen humor y tan buen sentido del humor, que logra transformar un tabú social en una manera natural de vivir. La efusión, la libre emanación narrativa de estas confesiones resultan en un desafío para quienes, en el siglo XXI, ya sea como practicantes o como espectadores, siguen tras las rejas del tabú.
Y en estos días en los que por tantas razones, identificables o no, me ha sido imposible retomar el camino casi infalible de mis lecturas programadas, se me impuso otro libro, que igualmente me siento impelida a comentar. Me refiero a My Movie Business: A Memoir, de John Irving, que en español podría traducirse como Mi paso por el cine: memorias.
Me determinó a leer estas memorias una motivación radicalmente distinta a la motivación constante que me conduce a leer lo que leo, ya sea otros libros de un programa definido a partir de mi trabajo como escritora, o circunstancias mal que bien asimismo determinadas por mi trabajo como escritora, como pueden ser las conversaciones en las que aparecen títulos que por esto o por aquello termino leyendo. Sin embargo, lo que me llevó a leer estas memorias de John Irving sobre su paso por el cine no fue otro libro ni ninguna conversación en la que se mencionara ningún libro. Lo que me motivó a leer estas Memorias fue una película, lo que marca una diferencia radical en el rastreo de las motivaciones que me han llevado a mí a leer lo que leo. La película es Las normas de la casa de la sidra (1999) que, por otra parte, es cierto que está basada en una novela de John Irving del mismo título, pero debo registrar que conocí este dato mucho después de enamorarme de la película, básicamente del personaje que en ella representa Michael Caine.
Había visto la cinta años atrás, y lo que recordaba de ella era, independientemente del argumento, la poderosa capacidad de protección que emanaba del protagonista (Michael Caine) hacia los huérfanos a los que él cuidaba, virtud o cualidad del actor que siguió ejerciendo un atractivo muy particular en mí, al grado de que, cuando hace poco volví a ver la película, me decidí a rastrear todo acerca del protagonista en la bibliografía del autor del guión y de la novela en la que se basó la cinta. Así llegué a Mi paso por el cine: memorias y, a través de la lectura, así fue como derribé otro de mis prejuicios de lectora escritora: Frente al cine, la literatura gana.
Para no caer en el pantano de la especulación de los diferentes lenguajes y sus respectivos poderes, o sus respectivos valores, o su pertenencia o no al arte; para no caer en el pantano de tratar de fundamentar semejantes especulaciones, me limitaré a decir que, la lectura específica de las memorias de John Irving sobre su paso por el cine, centradas en su experiencia de trasladar al cine su novela Las normas de la casa de la sidra, me convenció de que, mientras volvería a ver la película, nunca pretendería leer la novela.
Por más interesantes y conmovedoras que me parecieran las Memorias de John Irving, no toleré su verborrea expositiva ni la importancia que se da a sí mismo como escritor. Por tanto, no creo que su pluma lograra despertar en mí la poderosa capacidad de protección que me transmitió la actuación del actor.