as imágenes forman una realidad. Ello otorga un poder a la televisión, al video y a la fotografía misma. Las imágenes pueden anidar en lo más profundo de la conciencia, aun sin darnos cuenta. Yo pensaba que era inmune a las imágenes repetitivas que muestran Venezuela como un Estado fallido en la agonía de una rebelión popular. Sin embargo, no estaba preparado para lo que presencié en Caracas durante este mes: lo poco afectada que parece estar la vida cotidiana a pesar de las protestas, la normalidad que prevalece en casi todas las zonas de esa ciudad. Sin lugar a dudas, también fui cooptado por la imagen ofrecida en los medios.
Varios medios de comunicación de gran audiencia han reportado certeramente que los pobres en Venezuela no se han unido a las protestas de la oposición conservadora, pero ésta es una narración incompleta: no solamente los pobres se están absteniendo de protestar en Caracas, sino que se debería incluir a casi todos los sectores de la población, a excepción de unas cuantas áreas de gente adinerada, como es la de Altamira, sector en el que pequeños grupos de opositores participan en las batallas nocturnas contra las fuerzas de seguridad lanzando piedras, bombas incendiarias y huyendo de los gases lacrimógenos.
Al caminar por los barrios de la clase trabajadora de Sabana Grande, rumbo al centro de la ciudad, no se ven signos de una Venezuela en crisis
, que requiera una intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA). El transporte subterráneo funciona muy bien, quizá mejor que el metro de Washington DC y con un costo mucho menor, aunque no pude bajar en la estación de Altamira, donde los rebeldes habían establecido su base de operaciones antes de que los desalojaran esta semana.
Pude echar un primer vistazo a las barricadas en Los Palos Grandes, barrio de personas con altos ingresos donde los opositores tienen mayor apoyo popular y los vecinos gritan a cualquiera que trate de remover sus barricadas, intención que puede resultar bastante riesgosa (al menos cuatro personas han resultado muertas a tiros por tratar de hacerlo).
Sin embargo, aún en esta zona la vida resulta casi normal, a no ser por algo del molesto tráfico. Durante el fin de semana, el parque del Este estaba lleno de familias y corredores sudando en medio de un calor de 90 grados Fahrenheit (32 grados centígrados). Antes del mandato de Chávez se tenía que pagar para acceder a este lugar y los residentes del lugar estuvieron en desacuerdo cuando a los desafortunados se les permitió entrar gratis. Los restaurantes también están llenos durante la noche.
En general, viajar solo ofrece una pequeña idea de la realidad y el objetivo de mi visita a Caracas consistía principalmente en reunir información sobre la economía. Sin embargo, terminé muy escéptico sobre lo narrado en los reportes diarios de los medios de información en relación con la escasez de alimentos básicos y bienes de consumo, principal motivación de los manifestantes de la oposición. Quienes padecen más incomodidades por la escasez son, claro está, las clases pobres y trabajadoras. Pero los residentes de Los Palos Grandes y Altamira, donde yo presencié verdaderas protestas, tienen a sus sirvientes parados junto a ellos para lo que se necesite, además de poseer el ingreso y el espacio para acumular una buena despensa.
Este sector privilegiado no ha padecido daño alguno. De hecho, está en muy buenas condiciones. Sus ingresos han crecido a un ritmo saludable desde que el gobierno de Chávez tomó el control de la industria del petróleo, hace una década. Además, este grupo de poder consiguió apoyo financiero bastante alto por el gobierno: cualquiera que tenga tarjeta de crédito (lo que excluye a los pobres y a millones de trabajadores) tiene derecho a 3 mil dólares al año, a un tipo de cambio subsidiado. Ellos pueden vender sus dólares hasta seis veces más caros de lo que pagaron al adquirirlos. Un subsidio anual multimillonario de dólares otorgado a los privilegiados.
Precisamente, son estas personas las que están abasteciendo las bases y las tropas de la rebelión. El distintivo de clase en esta lucha siempre ha sido cruel y sin escapatoria, y ahora más que nunca. Al caminar entre la multitud que se congregó en la ceremonia del 5 de marzo, aniversario de la muerte de Hugo Chávez, me movía entre un mar de venezolanos de la clase trabajadora, decenas de miles de ellos. No había ropa cara o zapatos de 300 dólares.
Lo que contrasta con las masas enfurecidas en Los Palos Grandes, conduciendo jeeps Grand Cherokee con valor de 40 mil dólares y portando letreros con el eslogan del momento: SOS Venezuela.
Cuando se trata de Venezuela, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, sabe de qué lado colocarse en el conflicto de clases. La semana pasada, justamente cuando yo estaba saliendo de la ciudad, Kerry duplicó su apuesta con una descarga retórica contra el gobierno de Venezuela y acusó a Nicolás Maduro de orquestar una campaña de terror contra su gente
. Kerry también amenazó con invocar la Carta Democrática Interamericana de la OEA contra Venezuela, así como con implementar sanciones.
Alardear con la Carta Democrática contra Venezuela es ligeramente parecido a amenazar a Vladimir Putin con el voto patrocinado por la ONU sobre la secesión en Crimea. Tal vez Kerry no se percató que justamente unos días antes de sus amenazas la OEA consideró una resolución de Washington que había interpuesto contra Venezuela y le dio la vuelta declarando la solidaridad
de la región con el gobierno de Maduro. La resolución fue aprobada por 29 países en favor, sólo tres votos en contra de los gobiernos de derecha de Panamá y de Canadá, que se pusieron de lado de Estados Unidos.
El artículo 21 de la Carta Democrática de la OEA se aplica ante la “interrupción inconstitucional del orden democrático de un estado miembro (como el golpe de Estado en Honduras en 2009, que Estados Unidos ayudó a legitimar, o el golpe militar en Venezuela en 2002, que recibió aún mayor ayuda del gobierno de EU). Dada la reciente votación, la OEA estaría probablemente más en favor de invocar la Carta Democrática contra el gobierno de Estados Unidos por sus aviones de guerra no tripulados que mataron a ciudadanos estadunidense sin antes ir a juicio que ponerse contra Venezuela.
La retórica de campaña de terror
de Kerry está igualmente divorciada de la realidad. Como es de esperar, provocó una respuesta equivalente del secretario del Exterior de Venezuela, quien llamó al secretario de Estado asesino
. En relación con los cargos mencionados por Kerry, la verdad resulta ser la siguiente: desde que iniciaron las protestas en Venezuela, parece que más gente ha muerto a manos de los opositores que por las fuerzas armadas. De acuerdo con el número de decesos reportados por la CEPR durante el mes pasado, además de los ultimados por tratar de quitar las barricadas de los opositores, alrededor de siete personas han sido ejecutadas por las obstrucciones de los detractores, incluyendo a un motociclista decapitado por un cable atravesado en el camino. Además, cinco oficiales de la Guardia Nacional han sido abatidos.
En lo que se refiere a la violencia por las fuerzas del gobierno, al menos cinco personas fueron ultimadas por la Guardia Nacional y otras fuerzas de seguridad, incluyendo tres opositores y un activista progobierno. Algunas personas acusan al gobierno de la muerte de tres individuos, quienes fueron abatidos por civiles armados. En un país con un promedio de más de 65 decesos al día, resulta completamente posible que éstos no estén relacionados con las protestas.
Alrededor de 21 miembros de las fuerzas de seguridad están bajo arresto por supuestos abusos, incluidas algunas de las muertes mencionadas. Esta no parece ser una campaña de terror
orquestada por el gobierno.
Al mismo tiempo, resulta difícil encontrar alguna denuncia seria de violencia presentada por alguno de los líderes de oposición más importantes. Datos de encuestas indican que en Venezuela las protestas son muy impopulares; no obstante, éstas son mejor aceptadas en el exterior cuando son promovidas por personas como Kerry como movilizaciones pacíficas. Los datos también sugieren que la mayoría de los venezolanos ven los disturbios como lo que son: un intento por derrotar a la fuerza a un gobierno de elección popular.
La postura de Kerry sobre la política doméstica de Venezuela es muy simple. Por un lado, tiene al grupo de presión de derecha conformado por los cubano-americanos de Florida y sus aliados neoconservadores, quienes piden a gritos un derrocamiento. Del lado izquierdo de una derecha alejada hay, digamos, nada. A la Casa Blanca le preocupa muy poco América Latina.
Posiblemente, Kerry espera que la economía venezolana colapse y ello provoque que los venezolanos sin dinero salgan a las calles a protestar contra el gobierno. Sin embargo, por el momento la situación económica es estable –la inflación mensual registró una baja en febrero y el mercado negro del dólar ha caído con fuerza ante la noticia de que el gobierno está introduciendo una nuevo tipo de cambio basado en el mercado. Los bonos soberanos de Venezuela rindieron 11.5 por ciento del 11 de febrero (un día después de que las protestas comenzaron) al 13 de marzo, el rendimiento más alto observado en el índice del mercado emergente de bonos en dólares de Bloomberg. Por otra parte, la recortes económicos se van a aligerar en las próximas semanas y meses.
Por supuesto, esta situación es exactamente el principal problema para la oposición: las próximas elecciones están a año medio de camino y para ese momento resulta muy probable que los recortes económicos y la inflación, que se han incrementado en los 15 meses pasados, sean abatidos. Por tanto, es posible que la oposición pierda las elecciones parlamentarias, como ha sido en cada elección desde hace 15 años.
Además, la estrategia actual de insurrección por los opositores parece no estar ayudando a su causa. Es más, pareciera que ha dividido a la oposición y unido a los chavistas. El único lugar donde la oposición parece estar consiguiendo un fuerte apoyo es en Washington.
Artículo publicado originalmente en The Guardian. Se difunde con la aprobación del autor.
* Mark Weisbrot es codirector del Centro para la Investigación Económica y Política en Washington DC.
Traducción: Leticia Palma