Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XVIII

E

scribíamos ayer…

De qué forma y manera Carlos Arruza nos comentó con sinceridad meridiana sus impresiones y las enseñanzas que supo apreciar y poner en práctica al ver los desempeños de Domingo Ortega y, al comenzar a referirse a Manuel Rodríguez Manolete, la emoción que lo desbordó con sólo verlo en la puerta de cuadrillas y luego al observarlo de reojo partiendo plaza.

Volvamos, pues, a lo platicado.

–¿Qué pensaste al verlo?

–Te digo que me impresionó sobremanera, comprendí que lo que se decía de él era verdad y que era capaz de darme un baño a las primeras de cambio. No tenía idea de lo que me esperaba, no veía cómo iba a superar la papeleta y, para variar, me encomendé a mi apoderada, para que me sacara lo mejor posible del compromiso.

–¿Todo eso antes de verlo torear?

-Sí, todo eso.

–Según sé, en cuanto se abrió de capa, comentaste con Alejandro Montani que era todo un tío y que tenías deseos de salir corriendo, ¿fue así?

–Claro, pero tenía que cumplir mi compromiso y máxime con lo que me estaban pagando. Entonces, Montani me dijo algo así: Muchacho, yo te vi torear cuando debutaste en esta plaza y sé que puedes. Serénate y no pierdas la confianza.

–¿La perdiste?

–No, pero poco faltó.

–¿Y eso?

–Fueron cuatro o cinco verónicas soberbias, templadas y maravillosamente rematadas que le ovacionaron con toda justicia y con la muleta me di cuenta de la técnica en que basaba su toreo: muy en línea, nada de cruzamientos, todo en asombrosa rectitud, con lo que conseguía que los pitones le pasaran rozando y él, calmado, serio y reposado, con una pasmosa entrega que sacudía los tendidos.

–¿Seguías pensando que era mucha pieza?

–Sí, lo pensé y lo sigo pensando, era un torero fuera de serie, al que había que darle la pelea en su propio terreno, pero de forma contraria y que había que hacerlo con ese mismo aguante, con esa misma prestancia, pero al contrario.

–¿Contrario de qué?

–Si él citaba en forma natural hacia la pala del pitón, yo debía hacerlo cruzándome hacia el pitón contrario, como lo había ensayado con la carretilla y con algunas becerras, sintiéndome muy a gusto.

–¿Esa misma tarde toreaste así?

–Mira, preguntón, con mi primer toro lo intenté, pero citaba yo fuera de cacho, así que en el otro, cuadré la muleta entre los pitones y la fui desplazando poco a poco, hacia el pitón contrario y ¡eureka!, la que se formó. Con franqueza te digo que esas dos corridas en Portugal fueron para mí una verdadera universidad en la que tuve dos grandes maestros: Domingo Ortega y Manuel Rodríguez Manolete.

–¿De ahí pal’real?

–Bueno, fue un principio y en cuanto tenía yo oportunidad fui perfeccionando la técnica que tantas satisfacciones y triunfos me diera. (Si mal no recuerdo, estas pláticas tuvieron lugar en Pastejé, ya retirado él de los ruedos, convertido en señor ganadero y extraordinario tentador y con el gusanillo de ser rejoneador a punto devenir al mundo).

Todavía faltaba.

* * *

Lo que siguió.

Más ofertas para torear, y que Carlos no aceptó, ya que lo que ansiaba era reunirse con su madre en Madrid y para España se fue y por allá se encontraba don Antonio Algara con el fin de arreglar el reprobable boicot que la torería hispana le había decretado a los nuestros, aunque, en el fondo de todo ello estaba el deseo –orden– del zar de la fiesta en México, Maximino Ávila Camacho, para que Manolete pudiera vestir de luces en México.

Convencidos los de allá de lo mucho que habían perdido por el llamado boicot del miedo, aceptaron y, entonces, para celebrar el arreglo, se pensó en organizar dos corridas de la Concordia, una en México y la otra en Madrid, con matadores de ambos rumbos y para hacerlo en Madrid, se pensó en Fermín Rivera, sólo que estaba impedido de hacerlo, ya que estando en Portugal no había arreglado la documentación para pasar a España, así que no había más opción que Carlos Arruza, que era casi desconocido en España.

Carlos había tomado la sabia decisión de designar como su apoderado a don Andrés Gago y, dándose cuenta de la calidad humana de Montani, nació una amistad que había de perdurar por varios años.

* * *

Continuaremos.

(AAB)