Este domingo murió un referente ineludible en las redacciones de tres diarios
Desde su ingreso a La Jornada tuvo bajo su responsabilidad la contraloría de la edición
Lunes 17 de marzo de 2014, p. 13
Carlos Ramón Narváez Robles, don Carlos o Charli para quienes tuvimos el placer de conocerlo y el honor de trabajar a su lado, falleció este domingo a la edad de 70 años luchando contra enfermedades que, muy a su pesar, lo habían mantenido alejado del periódico.
Nayarita de nacimiento y chilango de honda cepa desde que llegó a la capital para estudiar la preparatoria y luego la carrera de periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, don Carlos era, en toda la extensión de la palabra y a lo largo de casi toda su vida, un periodista, un ser inimaginable fuera de una redacción.
A su paso por los periódicos donde trabajó, de una u otra manera imprimió –nunca mejor dicho– su sello característico, su huella en la buena redacción, en la factura cotidiana de noticias de las que siempre estaba al tanto y a las que se dedicaba con delectación para cuidar que las palabras nunca estuvieran mal empleadas o fuera de tono, para que los textos no tuvieran sobra de adjetivos y para alejarlos de ripios y lugares comunes, verdadera plaga de la escritura, decía.
Don Carlos era un caballero poseedor de una decencia decimonónica, a cada mujer se dirigía como dama y a muchos varones les anteponía el don, aunque no habría que confundirse: nunca fue solemne y hacía gala permanente de un buen humor perfilado con fina ironía y en ocasiones sarcasmo.
Ejercía también una crítica que hendía como bisturí, pero que jamás fue soez o prepotente; muchos salían de ella con una lección aprendida y una sonrisa, lamentando la tontería o el descuido propios. Por citar sólo un ejemplo, se volvió memorable la respuesta que le asestó a un reportero que se quejaba amargamente de que en la mesa de redacción le habían aplanado su nota de color. Le dijo: el gris también es color, joven
.
Su lucidez y envidiable memoria eran venero al que se acudía con frecuencia para resolver alguna duda o consultar datos sobre casi cualquier cosa o persona, así como maneras de redactar un texto o afinar un buen encabezado.
Respetado por todo mundo, era frecuente el calificativo de tipazo
con que se referían a su persona, y sus conocimientos del periodismo y de la lengua española estaban fuera de duda. De hecho, puede decirse que su biblia era el Diccionario de la Real Academia Española, que consultaba innumerables veces cada día hasta encontrar la definición precisa o la acepción correcta.
En su prolongada tarea periodística, tres fueron sus escalas estelares: Excélsior, en el que laboró para el matutino, sus vespertinos y revistas, para abandonarlo tras el golpe asestado a Julio Scherer; unomásuno, diario que fundó por invitación de Manuel Becerra Acosta y del que fue siempre jefe de su mesa de redacción, y La Jornada, donde para nuestra fortuna recaló gracias a los buenos oficios de nuestra directora general, Carmen Lira; aquí se hizo cargo de la contraloría de edición del periódico.
Su enorme generosidad fue fructífera y puede decirse que somos legión a los que enseñó a partir de sus profundos conocimientos del oficio.
Hombre de mesa hasta sus últimas consecuencias, era poco conocido fuera del ámbito periodístico porque no abundan los registros de notas escritas con su nombre, aunque son millones, sin exagerar, las que mejoró con su sabiduría. Pero era leyenda entre los colegas, un referente ineludible en las redacciones.
Don Carlos fue un hombre feliz; muy pocos pueden decir que le conocieron un arranque de ira o un arrebato de tristeza, porque, finalmente, se dedicó toda su vida al oficio de su querencia y sus pasiones: el periodismo.
En La Jornada, su casa editorial, tenemos un sentimiento de orfandad con su partida. En verdad, mucho lo vamos a extrañar, don Carlos.