e sorprendió la noticia de su fallecimiento. En realidad no nos veíamos con frecuencia, pero tengo un recuerdo muy grato de él.
No recuerdo la fecha exacta. Pero allá por los años 50 se celebró en Montevideo un congreso iberoamericano para la libertad de los presos españoles y portugueses, víctimas de las dictaduras de Franco y Salazar. Me eligieron para formar parte de la delegación de México que integrarían, además, Luis Villoro y Carlos Pellicer.
No los conocía, sólo de nombre a Pellicer. Luis y yo hicimos juntos el viaje y a Pellicer lo encontramos en Montevideo. Obviamente la relación con Luis fue absolutamente fácil. Pensé entonces que era mexicano y apenas en estos días acabo de saber que nació en Barcelona con padres mexicanos que vivían en España una especie de exilio voluntario.
Hablamos de muchas cosas Luis y yo en un viaje en el que, si no recuerdo mal, aprovechamos todas las etapas para conocer las ciudades de la ruta, Me parece que estuvimos en Lima y Buenos Aires, pero no estoy seguro.
Después de un día en el congreso, aprovechamos para ir a la playa en compañía de Carlos Pellicer. Fue una experiencia muy grata, porque Pellicer tenía muchas cosas que contarnos.
Aquel congreso tuvo muchas cosas bien interesantes. Entre otras, porque conocimos nada menos que al poeta chileno Pablo Neruda, cuya casa, en la Isla Negra, visité después de muchos años.
Entre las resoluciones del Congreso se aprobó presentar una petición a las Naciones Unidas en favor de la libertad de los presos políticos españoles y portugueses que yo me ofrecí a entregar personalmente en Nueva York, por la obvia razón de que México era el país más próximo a Estados Unidos. Como no abundaban los recursos, hice con mi esposa y una amiga, Mercedes Safont, un viaje en automóvil obviamente interesante.
En Montevideo nos separamos Luis y yo. Él decidió volver directamente a México y yo quise aprovechar la oportunidad para conocer Río de Janeiro. Desde entonces, Luis y yo escasamente nos volvimos a encontrar, quiero recordar que alguna vez en la Universidad Nacional Autónoma de México, pero permanentememte tuve noticias de su actuación, por amigos comunes, como Federico Álvarez.
Me ha sorprendido en estos días saber que Luis había nacido en España. Siempre creí que era mexicano de origen.
Últimamente he leído noticias fundamentalmente por conducto de su hijo Juan, a quien no conozco personalmente pero sí por la prensa que es frecuente que lo cite.
Me he quedado con la impresión, por el fallecimiento de Luis, de que desperdicié la oportunidad de tratarlo con frecuencia. La verdad es que en los pocos días en que convivimos descubrimos ambos que se puede llegar a la amistad por un recuerdo común derivado de una coincidencia ideológica que siempre he tenido presente al leer algo sobre Luis, en estos días, mucho más. Evidentemente que la coincidencia en ser trabajadores al servicio del mismo patrón, la Universidad Nacional Autónoma de México, ha contribuido a reforzar esa relación tan más que escasa de trato personal.
La existencia de amigos comunes, entre ellos Federico Álvarez, con quien siempre tuve un contacto personal y político, habría favorecido algún encuentro, pero ni a Luis ni a mí se nos ocurrió provocarlo.
Bien que lo siento. De edad aproximada, él 91 años y yo 88, las ideas comunes y las actividades académicas por rumbos parecidos, nos habrían abierto las posibilidades de charlas infinitas.
Ahora buscaré sus obras. No es el mío el terreno de la Filosofía, pero sin duda es común al del Derecho, especialmente en esa disciplina tan particular como la Filosofía del Derecho, con la que suelo encontrarme con frecuencia.
Le hago presente mi emocionado pésame a la familia Villoro y desde luego a México. La relativa pérdida: queda la obra, no será fácil de sustituirla. Nos conformaremos con el recuerdo y con la lectura.