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Abya Yala Las mujeres, indispensables
Karina Ochoa Muñoz UAM-A / GLEFAS / La Guillotina La historia de Abya Yala a partir del siglo XVI está plagada de rebeliones, revueltas y resistencias que anunciaron la posibilidad de transformaciones radicales frente al orden colonial. Dentro de éstas tuvo un lugar muy importante la participación y acción de las mujeres, aunque las más de las veces su existencia haya sido ocultada y sus aportes desdeñados. No son pocas las rebeliones que durante el periodo colonial fueron encabezadas y lideradas por mujeres. En el mundo andino sobresale el caso de Bartolina Sisa, mujer aymara que en 1780 encabezaría, junto con su esposo Tupac Katari, una de las más importantes rebeliones contra los poderes coloniales. Sisa se destacó como comandante político-militar y –primero junto a Tupac Katari y luego sola- comandaría a un ejército conformado por miles de indígenas de las naciones originarias andinas, el cual mantuvo sitiado Chuquiago, actual ciudad de La Paz, por casi ocho meses hasta que fue tomada presa. A esta lista se integran los nombres de muchas indígenas y afros que lucharon por defender a sus pueblos contra las invasiones española y portuguesa y/o por quitarse de encima el yugo colonial. Entre ellas encontramos a: Anacaona, cacique de Jaraguá, quien fue una de las primeras mujeres que en la Isla Española peleó contra los invasores; la afro Guiomar, que combatió junto a su esposo (el Negro Miguel) en la primera rebelión de esclavos en Venezuela, durante 1552; Janequeo, mujer de origen mapuche-pewenche, quien luchó contra las tropas españolas en 1587; Huillac Ñusca, una princesa kolla que encabezó la sublevación de un grupo de incas llevados a Chile en calidad de esclavos para trabajar en las minas de plata de Huantajaya; Abimañay, que junto a Jacinta Juárez y Lorenza Peña encabezó en 1803 una rebelión contra el tributo en Guamote y Columbe, Ecuador, bajo el grito de: “Sublevémonos, recuperemos nuestra tierra y nuestra dignidad”. Estos son sólo algunos de los nombres de mujeres, guerreras-amazonas, Mama t’allas, indígenas y afros, que encabezaron y formaron parte de las luchas contra el poder imperial colonial. Sin duda, la mayoría de estas rebeliones son, por un lado, resultado de la oposición a la invasión europea y, por otro, re-acciones contra los abusos que por años desolaron a las naciones originarias a causa de dicha invasión. En este sentido, pueden leerse como la posibilidad de liberación del yugo colonial (justificado bajo un tutelaje ficticio), pero sobre todo como la decidida acción para la constitución de “otro” orden que permitieran a las poblaciones originarias recuperar sus tierras, su vida, su dignidad y su capacidad para autodeterminarse y autogobernarse, o sea, recuperar su autonomía frente al “otro” invasor-dominador. Así pues, podrían mirarse, por lo menos, desde dos dimensiones: desde el lugar de la rebelión (como el acto de irrupción frente a un orden establecido con el objeto de rebelarse, oponerse y destruir una situación de opresión específica), pero también desde el lugar de la autonomía (como acto de creación y construcción de alternativas al orden impuesto, es decir, desde un acto pro-positivo y constructivo). Quizá uno de los casos más representativos de la articulación entre rebelión y autonomía es la llamada “rebelión de la Virgen de Cancuc”, que acontece en el actual estado de Chiapas, en ese momento perteneciente a la capitanía de Guatemala.
En 1712, una joven indígena llamada María López (que más tarde asumiría el nombre de María Candelaria) hace saber a los cancuqueños que se le apareció la Virgen para anunciarle que venía a quedarse en el pueblo para ayudar a los indios. A raíz de dicha aparición, los indígenas tzeltales inician la construcción de una ermita para acoger a la Virgen, sin que la Iglesia católica tuviera conocimiento de ello. Así empieza a funcionar lo que, Ángel Cerutti y Bertha Domínguez, llamaron “una Iglesia paralela”, es decir, una Iglesia que guardó absoluta autonomía frente a la institucionalidad colonial. Sin embargo, una vez más fue aplastada, se re-estableció la “institucionalidad” colonial en territorio rebelde y se castigó sin miramientos a las y los sublevados. Pero más allá de los desenlaces que tuvieron la mayoría de las rebeliones indígenas que acontecieron entre el siglo XVI y principios del XIX, queremos señalar que muchas de ellas lograron perfilar “alternativas” para los pueblos colonizados frente el poder colonial, y por supuesto “la rebelión” resulta ser una ruta ineludible de este camino, no sólo como un acto de resistencia –entendida ésta última como una oposición que agrietan pero no logra romper el orden establecido-, sino como una opción que apostó a desmantelar el orden opresor y generar las condiciones para nuevas formas que recuperaran el autogobierno amerindio. En este sentido, vale la pena pensar en la “autonomía” como un “horizonte de acción” que se ha venido trazando y construyendo en el Abya Yala (en múltiples direcciones) desde hace poco más de 500 años y, por supuesto, en las luchas de las mujeres indígenas y afrodescendientes como una herencia indeleble que es preciso recuperar y reconocer en la voz de las mujeres indígenas que hoy se autonombran: feministas indígenas, feministas comunitarias, mujeres indígenas, zapatistas, obreras, estudiantes, etcétera.
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