Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Paloma (y Lola)

L

a mejor Cuarraca que he visto es la de Paloma Martínez, así como la mejor Susana San Juan ha sido Dolores Lince, desde hace tiempo llanamente Lola. Ambas (exagerar es un modo de precisar, decía ya no recuerdo quién) tienen visos de heroicas, o por lo menos de pioneras.

Han trabajado con la palabra y con el sinsentido (diversos sinsentidos) del habla, saben de las ondulaciones y las fracturas de la comunicación; no son actrices, pero de danza-teatro bastante saben, ni poetas, pero se han atrevido, algunas veces con fortuna, al ejercicio del arte del verso.

Muy necesariamente y de modo se diría que natural, han trabajado con sonoridades de búsqueda, participando ellas mismas en esa indagación. Poseen pues cierto espíritu intedisciplinario y, de no oírse tan de anteayer el término, de avant-gard.

Paloma vive en Guadalajara, Dolores en Guanajuato, cada una impulsando –con afinidades y diferencias– el lenguaje corporal escénico, la dicción cinética del cuerpo.

De las dos me sé anécdotas relacionadas con su oficio que merecen toda mi admiración. A Paloma la conozco hará poco más de 40 años; a Dolores, desde unos 25.

Con otros compañeros pusimos alguna vieja vez escenas de Pedro Páramo en escena (Sin sosiego). Las presentamos en salas, jardines y huertos domésticos, e incluso en una FIL tapatía (que entonces parecía más feria del micrófono que del libro, presentación que nos puso a prueba y de la que sólo hasta cierto punto logramos salir airosos).

A Paloma –es de lo que quería hablar, pero han trabajado tanto juntas ella y Lola que, ni modo, divagué– le organizaron el mes pasado un cálido homenaje en su ciudad, en el antiguo Cine Variedades, ahora Laboratorio de Artes (por su acrónimo, Larva). La acompañaron el joven pero consistente proyecto Ampersan y el muy consolidado grupo Huehuecuícatl. En el escenario, algunos de sus discípulos. Entre otras participaciones, pudo escucharse un texto alusivo de Jorge Esquinca.

Por no sé qué limitantes el público sólo tuvo acceso a la galería y no a los (dos) balcones del edificio, lo que limitó el cupo y dejó a muchos entusiastas en la frustración, si bien algunos logramos ingresar hacia el final. Casi sólo nos tocaron los aplausos (de pie, como se debe), pero antes el preciado fragmento de un solo (¿Mayahuel?) que en nuestro acaso falso recuerdo habíamos tenido oportunidad de ver en gestación alguna tarde dominical al borde de la Barranca de Oblatos.