La pulsión por cuantificar
l porcentaje de la población mexicana en pobreza se ha mantenido esencialmente sin cambio en los 20 años recientes, Es una declaración del secretario de Hacienda, Luis Videgaray. En esas dos décadas, en Aguascalientes más de 30 por ciento de la población sufre pobreza moderada y alrededor de 18 mil personas están en pobreza extrema. En esas dos décadas la entidad ha gozado
de los beneficios de la transición entre gobiernos de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional. Sin importar el signo partidista, no se ha desarrollado una verdadera política social, al menos integral: los gobiernos sólo se enfocan en los programas asistenciales, porque al final lo que importa es que esos pobres vayan a votar.
A lo que se abocan las administraciones municipales y la estatal es a jugar con los padrones de beneficiarios, a modificar los nombres de los programas a través de los cuales se regala el pescado, no a enseñar a pescar, como dicta el lugar común con que se adereza el discurso del combate a la pobreza. Dos décadas de la misma cultura asistencialista y manipulación de cifras para cumplir las metas fijadas en algún escritorio. La gestión basada en resultados se ha envilecido a tal grado que no se entiende como mecanismo de transparencia para dar cuenta del cumplimiento de un objetivo, sino como la oportunidad de aportar una cifra para el informe anual de los gobiernos.
En dos décadas y, se supone, dos maneras distintas de gobernar, el énfasis sigue en la depuración de padrones de medidas asistencialistas; en el fondo lo que importa es mantener la necesidad, que se puede traducir en votos por medio del regalito; no el desarrollo integral, sino mantener en la población la costumbre de estirar la mano. A eso se reduce el logro de los gobiernos. La pulsión por demostrar resultados se ha transformado en una obsesión por medir y cuantificar, por el número redondo, no por resolver.
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