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Ver día anteriorLunes 10 de marzo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nosotros ya no somos los mismos

La cajita feliz y la culturización de los niños

E

l lunes pasado, hice referencia al singularísimo proyecto de culturización de nuestros infantes, emprendido por McDonalds, conocido como: cajita feliz. Ese mismo día, la maestra Hoyos Albiter me comentó: hoy en mi escuela se habló mucho de tu columneta, pues la organización Montessori Internacional nunca ha estado muy de acuerdo con el planteamiento y desarrollo de esos famosos cuentos infantiles, tanto que en nuestras bibliotecas no están incluidos. A consulta que le formulé telefónicamente, la maestra Reyna Babani, entrenadora internacional de la Association Montessori Internationale, me precisó: depende de la edad. Desde su nacimiento y más aún cuando ingresan (tres a seis años) a la casa de los niños (prescolar para el sistema tradicional), resulta difícil y riesgoso brindar al pequeño información absolutamente irreal, porque la suya es una mente absorbente que está en permanente construcción, merced al contacto cotidiano con la realidad concreta en la que está inscrito. En cambio, en la etapa del taller (que corresponde a la escuela primaria), el niño comienza ya a ser capaz de razonar las fantasías. Se nutre de cuentos, leyendas, relatos, historias para recrear la realidad, para procesarla y elaborar sus propias visiones. Ahora ya no es el receptor pasivo, sino el recreador de sus vivencias. Con la fantasía, el niño se escapa; con la imaginación, crea.

Con todo respeto para la comprensiva filosofía Montessori, a mí, pese a los tiernos y complicadísimos argumentos de especialistas tan reconocidos como Bruno Bettelheim, la mayoría de esas historias me resultan francamente aterradoras, mórbidas y morbosas. Mil veces prefiero a nuestro inolvidable Cachirulo.

Frente a la general opinión de quienes me comentaron, recibí la de un joven jalisciense, Hazael –Zaratrustra– Ayala, que me dice: “Me parece que su crítica carece de investigación y análisis. (…) Le recomiendo la obra de Bruno Bettelheim (dónde, dónde he oído ese nombre), para que pueda dar una opinión más certera de los cuentos (…) Claro que usted no es sicoanalista, sin embargo no es una excusa para no indagar más sobre lo que publica. (…) De lo contrario, lo que usted opina sería tan simple como lo de cualquier carpintero...” Por mi parte acepto con humildad franciscana y paciencia del santo Job las opiniones de don Hazael, pero, ¿y por qué la inquina contra los modestos artesanos dedicados al noble oficio de la carpintería? Piense usted que no todo el mundo es el infeliz don Geppeto, a quien la soledad le llevó a fabricar un hijo con sus propias manos y al que una hada buena (que si de verdad hubiera sido o estado realmente buena, don Geppeto no hubiera tenido que recurrir al serrucho y el berbiquí para asegurar descendencia y compañía) le aplicó al niño Pinocho una medida preventiva para preservar la veracidad de todos sus dichos: la nariz le crecería cada vez que se expresara con mentiras y falsos testimonios. Nada más como un ejercicio para corroborar las tesis Montessori, los que ya desde endenantes salimos de la casa de los niños imaginemos cómo tendría que ser el diseño de los recintos legislativos si a los miembros de nuestro Congreso se les aplicara la misma sanción nasal que al niño Pinocho. Pero dejemos la imaginación y vayamos a la cruda realidad: ¡cuidado don Hazael! Hay otro carpintero, muy bien parado (o sentado), que se puede molestar con la expresión por demás discriminatoria que usted dirigió a su oficio. Nació en Belén, pero poco antes de que le dieran un notición (la Anunciación), cambió de código postal y se trasladó a Nazaret, en donde se convirtió en padre adoptivo. Al paso del tiempo el hijo se convirtió en un hombre poderosísimo, pues su padre de a devis era picudo de picudos. Sin previo aviso desapareció por muchos años, durante los cuales ni los servicios gringos de inteligencia lo pudieron rastrear (bueno, ni siquiera los del Mossad). Cuando regresó (dicen que se había ido a doctorar al extranjero) estaba irreconocible: ondero, medio jipioso (aunque a él sí le gustaba meterse al río con su primo). Sus ideas eran anarquizantes y disolutas. Comenzó a soliviantar al pueblo, a organizar a las bases y a formar cuadros. Constituyó su ONG, y ya plenamente izquierdoso, populista y con una franca e inexplicable proclividad hacia la jodencia (que los sicoanalistas de su tiempo atribuyeron a su exposición temprana a la viruta, al aserrín y a que a su padre siempre lo contrataban outsourcing… Bueno, como siempre ya me excedí en pequeñeces históricas. Concreto: don Hazael: ¡Cuidado! Los carpinteros son los que nos diseñan nuestro último vestuario.

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“Si consulto a mis oráculos de ‘La república de las letras’ podría hasta clasificar mis propuestas” para la cajita feliz por edades, regiones y, audazmente, opinar sobre los más idóneos productos literarios para cada caso, entre ellos “el Libro de las adivinazas, de Monika Beisner, en versión de José Emilio Pacheco”

La medicina y el trapito, me exige una amiga. ¿Qué propones en lugar de los cuentos que rechazas? No es mi especialidad ni mi trabajo, pero la tarea es por demás sencilla, contesto. Si consulto a mis oráculos de La república de las letras, podría hasta clasificar mis propuestas por edades, regiones y, audazmente, opinar sobre los más idóneos productos literarios para cada caso. Por lo pronto diría que hay que rescatar la obra de la maestra en antropología Lilián Scheffler. Ella tiene interesantes estudios sobre la magia y la brujería mexicanas, que mucho contribuirían a desterrar de las mentes infantiles miedos y supercherías. Escribió, entre otros, Cuentos y leyendas de México: tradición oral de grupos indígenas y mestizos. También está la obra de las hermanas Marta y Laura García Renart. La primera es pianista y compositora y, la segunda, literata, poeta e ilustradora. Ellas han unido sus personales talentos y creado, por ejemplo, la Biblioteca musical mínima o Les Ones, y 20 rondas infantiles y una melodía cora. Laura comparte créditos con Claudia Celis en Sueños de una niña enamorada. Y podría seguir con La ballena feliz, de Valentina Cambranis; Los amigos, de Jazmín García, y, por supuesto, con Historia verdadera de una princesa, de Inés Carmelo Arredondo. No podría prescindir de Jis y Trino, de Juan Villoro, cuya amplísima bibliografía infantil completa me cercenaría una cuartilla: Las golosinas secretas, Cazadores de croquetas, El taxi de los peluches, La gota gorda y muchos etcéteras más.

El final de esta columneta es un hecho que, ligado con este tema, me emociona, me conmueve y me obliga a publicitarlo a grito abierto: Hace exactamente un año (marzo de 2013), en Leefung Packaging & Printing (Dongguan) Co., Ltd JinjuDistrict, Da LingShan Town, Dongguan City Guangdong, China, se terminó de imprimir el libro más bello al que he tenido acceso en muchos años: (si les impresionó la meticulosidad de mi investigación, felicítenme y comprueben los datos en el colofón del libro al que estoy pasando a referirme, de allí simplemente los copié). Se trata de El libro de las adivinazas. La autora es la extraordinaria pintora Monika Beisner. Ella estudió en la Academia de Bellas Artes de Braunschweig, en la School of Fine Art de Londres y también en Nueva York. Actualmente es una artista independiente. Dentro de su amplia obra sobresalen algunos libros ilustrados para niños muy apreciados en los países europeos ( El zoo celestial, Leyendas y cuentos de las estrellas) y, en primerísimo lugar, la asombrosa y minuciosa ilustración de los cien cantos de La divina comedia. Pues resulta que a esta gran artista se le ocurrió seleccionar las 98 adivinanzas más bellas y representativas de las tradiciones de otros tantos países e ilustró muchas de ellas, de tal manera que el libro es un tesoro. En México lo conocemos gracias a la bellísima coedición de El Colegio Nacional y Ediciones Era.

Y viene lo emocionante: ¿saben quién es el responsable de la versión en español de esas ingeniosas charadas? Pues nada menos que el autor de las traducciones (aproximaciones las llamaba él, por sencillez extrema), de T.S. Eliot ( Cuatro cuartetos), Tennessee Williams ( Un tranvía llamado deseo), Óscar Wilde ( De profundis), Rimbaud (El barco ebrio) y Salomón ( Cantar de los cantares). Cuánta grandeza de espíritu, cuánta generosidad y amor debe existir en un hombre para que decida dedicar su tiempo, su talento y sapiencia, no a seguir conquistando loas, premios y reconocimientos, sino a preparar para los niños de su patria (a la que ya sabemos que no ama) un bolo de risa, curiosidad, imaginación y alegría. Sí, por supuesto que acertaron: las versiones en nuestro idioma del Libro de las adivinanzas se deben a José Emilio Pacheco.

Maestro Villoro: ni su reiterada y amistosísima insistencia, lograron que me atreviera a tutearlo. Hacerlo ahora, antojándoseme mucho, me resulta excesivo. El tratamiento de usted no es falta de confianza, sino expresión norteña del aprecio y respeto que fueron siempre a la alza, con el comportamiento y acciones que llenaron, hasta el último, sus días. Con su venia, voy a pasar a recordar algunos momentos compartidos.

Twitter: @ortiztejeda