a escalada de Estados Unidos y de sus falderos de la Unión Europea (UE) en Ucrania continúa. El poder en Kiev está en manos de los grupos y partidos fascistas. El gobierno golpista se niega a investigar la frase del ministro de relaciones exteriores letón Past, según la cual los policías y los manifestantes muertos en Kiev fueron víctimas de los mismos francotiradores (presumiblemente fascistas), o sea, de provocadores.La UE da un préstamo de 11 mil millones de euros a sus socios ucranios y Estados Unidos otros mil millones de dólares (Kiev necesita sin embargo 35 mil millones para no ir a la quiebra), la OTAN triplica el número de sus aviones de guerra en la zona. Pero, fuera de la amenaza de Estados Unidos (que intervino en Corea, Vietnam, Laos, Camboya, Grenada, Panamá, Irak, Libia, Afganistán cuándo y cómo le vino en gana) de cerrar el G8 a Rusia, la alianza Washington-Bruselas no puede hacer mucho más.
La UE, en efecto, depende mucho más de Rusia que ésta de aquélla. Alemania, sobre todo, necesita el gas y el petróleo ruso para evitar un agravamiento de la crisis económica y poder mantener sus exportaciones. El primer resultado de la toma del poder estatal por los fascistas (que asustan incluso a Estados Unidos, que busca gente más presentable) ha sido el referéndum en Crimea, para incorporar la península a Rusia y la tendencia a imitarla en las principales ciudades de Ucrania oriental, pobladas mayoritariamente por rusos y rusófonos y ortodoxos como los rusos y que producen para las industrias pesadas dependientes de Rusia.
En Europa, donde todos los países son multiétnicos, multiculturales y por su larga historia tienen poderosos localismos, regionalismos e independentismos, provocar una escisión de Ucrania equivale a dar fuego a un reguero de pólvora y a tener en poco tiempo un agravamiento del conflicto catalán, del que existe en Bélgica entre valones y flamencos, del de la Padania italiana o del de los bretones franceses y los escoceses en Gran Bretaña. No se puede jugar con fuego con la cuestión nacional en tierras europeas.
A los golpistas de Kiev no los apoya el pueblo de Ucrania
sino apenas un sector mayoritario de la Ucrania occidental, que desde el Medioevo es católico y no ortodoxo, estuvo y está ligado a Alemania y a Polonia y, en tiempos de la invasión nazi, formó una división para combatir junto a Hitler contra la Unión Soviética. Pero la decisión de los fascistas de Kiev de prohibir la utilización de la lengua rusa muestra que gran cantidad de ciudadanos, incluso en la región occidental, hablan esa lengua y miran hacia Moscú, no hacia Berlín, sin hablar del hecho de que la inmensa mayoría del pueblo de Ucrania combatió contra los nazis junto a otras nacionalidades soviéticas y no ha olvidado esa epopeya.
Aunque hasta ahora China ha mantenido un cauto silencio, pero sus lazos militares y económicos con Moscú, su mismo problema con el independentismo y el terrorismo uigur, las amenazas japonesas y yanquis en el mismo Mar de China, sus interés comunes con Rusia en Irán o Siria, la llevarán a sostener lo más discretamente posible a Putin mientras trata de influir para que se pueda encontrar una solución política de compromiso.
Los previsibles problemas que sufrirá Rusia en su abastecimiento energético a la Unión Europea y en la venta a Ucrania y a Europa de combustible para las numerosas centrales nucleares que utilizan tecnología soviética, pesan menos que los que deberá enfrentar Kiev si Rusia no abastece a Ucrania occidental de combustible y si alienta la separación de la mitad oriental rusófona y pro rusa del país. Un conflicto mayor que agrave la ya mala situación económica de los países más grandes de la UE (en particular, de Francia, Italia, España) o que pueda provocar inestabilidad en los precios del gas y del petróleo, es lo último que podrían desear los planificadores de la UE, y a Estados Unidos mismo, que no salió de la crisis, no le conviene volver a la Guerra Fría, con sus gigantescos gastos militares y la posibilidad de perder mercados o posiciones en Europa y en el sudeste asiático.
Aunque los países latinoamericanos prácticamente no cuentan en la diplomacia de las grandes potencias, es evidente que no pueden ver con buenos ojos el golpe de Kiev que se parece, además, al que derrocó al obispo Lugo en Paraguay o al que echó del gobierno, en Honduras, con planificación y ayuda yanqui, al presidente Manuel Zelaya.
La latinoamericanización de Europa, por obra de Washington-Bruselas sería uno de los saldos de la crisis, junto con la integración política y económica de Crimea (y de las zonas aledañas) por un gobierno ruso encabezado por un ex general de la KGB y que, por fuerza, contaría con el apoyo del Partido Comunista –que es sobre todo nacionalista y nostálgico del régimen soviético– tanto en Crimea como en Rusia misma.
La prohibición de la lengua rusa en Ucrania occidental llevó a que durante 24 horas todos los que hablaban ruso hablasen en ucranio y los que utilizaban normalmente esta lengua, se expresasen en ruso. Además, el rechazo al fascismo –y el gobierno de Kiev depende de los grupos pronazis– es un sentimiento muy fuerte que une a casi todos los hijos y nietos de quienes combatieron heroicamente como partisanos o en el ejército soviético contra Hitler y sus peleles locales. De nuevo el problema decisivo es la capacidad de resistencia al nacionalismo chauvinista y xenófobo y la capacidad también de no depender ni de la banda fascista de Kiev ni de Putin para emprender en cambio el camino de la reconstrucción de Ucrania y de Rusia sobre la base de las necesidades populares expresadas en forma independiente. Los ignorantes aprendices de brujos estadunidenses, deseosos de cabalgar el sucio jamelgo nacionalista en Ucrania, podría estar reanimando, sin quererlo, un movimiento antimperialista y antifascista y el internacionalismo en esa región.