on el doctor José Sarukhán Kérmez pasa lo mismo que con los buenos vinos, que al pasar el tiempo se vuelven mejores. Digo esto por la claridad que acompaña al ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en sus más recientes intervenciones públicas, lo certero de sus juicios siempre apoyados en fundamentos sólidos, y el balance adecuado entre la prudencia y su defensa firme de la soberanía de México al tratarse de los temas ambientales o de alimentos.
El actual coordinador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), participó el pasado martes en la presentación del libro El maíz en peligro ante los transgénicos. Un análisis integral sobre el caso de México, una obra coordinada por Elena Álvarez-Buylla y Alma Piñeyro Nelson, en la que el propio Sarukhán participó como autor del prefacio.
Si bien el tema central del libro es el maíz, al que se considera amenazado ante la liberación al ambiente de variedades del grano genéticamente modificadas, en su intervención –ante un amplio número de profesores, investigadores y estudiantes reunidos en el auditorio de la Facultad de Ciencias de la UNAM–, José Sarukhán abordó el tema desde una perspectiva mucho más amplia al reconocer que el tema de los transgénicos involucra aspectos científicos, políticos y económicos.
Así, describió el panorama de abandono en el que se encuentra la investigación agrícola en México, la cual se ha reducido de manera muy importante en las décadas pasadas y varias de las instituciones en las que se realizaba han sido desmanteladas. Citó como un ejemplo a la Productora Nacional de Semillas (Pronase) y algunas áreas de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares encargadas del apoyo y asesoría agrícola a los campesinos, así como la demolición
del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales (ahora llamado INIFAP) y expuso que esta situación no ha sido ni es exclusiva de México.
Aunque él no lo mencionó directamente, su planteamiento nos hizo pensar a algunos de los presentes, en instituciones como la Universidad Autónoma de Chapingo y su Colegio de Posgraduados a los que por décadas se ha sometido a periodos de penuria económica, cuando se les debería brindar el máximo respaldo en un país con la biodiversidad y potencial agrícola que tiene el nuestro.
El hecho señalado por Sarukhán de que México no es un caso único, también lleva a pensar en una especie de política global que involucra a naciones como la nuestra, pues lo que sí dijo, es que a partir de la llamada Revolución Verde “(…) nuestros ‘geniales’ colegas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional dieron por resuelto el problema de la alimentación mundial… ya no había necesidad de invertir fondos públicos para más investigación agrícola”.
A partir de esos hechos el experto afirmó que los países como México empezaron a depender de quienes hacían investigación agrícola que eran las compañías privadas, y para ilustrar lo anterior dio un dato muy interesante: En este momento seis compañías controlan alrededor de 67 o 70 por ciento de la producción de granos en el mundo, es decir, si quiero sembrar tengo que ir a comprar maíz con ellos
y se preguntó: ¿Ellos saben lo que necesito en un país tan complejo ecológicamente, culturalmente, en términos de ecosistemas de suelos, de ambiente, de biodiversidad? Lo dudo enormemente
, respondió.
Sarukhán insistió en que el debilitamiento de la investigación agrícola es un problema central en nuestro país y por esta razón, dijo, no se está generando en México ciencia fundamental en muchos de los campos que son esenciales para la producción de alimentos, y aquí se refirió a los transgénicos.
En México el tema de los transgénicos es un asunto polémico tanto en el medio científico como en la sociedad en su conjunto. El doctor Sarukhán tiene una opinión muy clara acerca de ellos, y como sostiene en el prefacio del libro que se comenta, a su juicio, el maíz modificado genéticamente no resuelve las necesidades de producción de las zonas en las que se cultiva este grano, que en su mayoría son de temporal, pero tampoco en las de riego. No hay a partir de ellos mayores rendimientos, escribe, y los ahorros en insumos (plaguicidas y herbicidas) son muy variables.
Pues bien, Sarukhán planteó algo que debería llamar la atención de los opositores a los organismos genéticamente modificados (OGMs), pues señaló que es necesario exigir que el país realmente regrese a asumir la obligación de hacer investigación propia en todo sentido, incluida la biotecnología o la producción de transgénicos
.
Este es un punto en el que hay que poner mucha atención, pues entre los opositores a los OGMs se han instalado grupos, los cuales, como lo hacía tradicionalmente la Iglesia católica, buscan detener a toda costa cualquier avance en el conocimiento científico.