Alemán Magnani y Murrieta, precisiones
El Bardo de la Taurina: resumen de lo irresumible
n un portal taurino donde colabora semanalmente el periodista Heriberto Murrieta, éste publicó el pasado miércoles un artículo titulado Prohibido prohibir, donde el exitoso empresario, excepto en lo taurino, Miguel Alemán Magnani, externa breves y enjundiosos conceptos en torno a la eventual prohibición de las corridas de toros, aunque no precisa si en la delegación Benito Juárez, en el DF, en el país o en el mundo, por parte del inefable Congreso de la Unión –500 diputados y 128 senadores del partido de su elección, con salarios de más de 125 mil pesos mensuales por hacerle a la democracia–, dadas las mentalidades prevalecientes en el mismo desde hace ya muchas legislaturas o numeritos trianuales y sexenales.
De inicio, Murrieta transcribe: Al que le gusten los toros que vaya a la plaza y al que no le gusten, que no vaya. Así de simple. Lo dice Miguel Alemán Magnani, apelando a una lógica elemental y a la libertad de la ciudadanía para elegir sus actividades
. (Es decir, si a usted no le parece la pobre oferta de espectáculo taurino del señor Alemán y sus operadores, es que no le gustan los toros. Así de simple
o más bien de simplista, por no decir de simplón, pues una cosa es la rica tradición taurina de México y otra, muy distinta, su remedo por parte de los que dicen arriesgar su dinero, aunque sin rigor de resultados taurinos, artísticos ni económicos.)
“Alemán –prosigue Heriberto–, quien junto con Rafael Herrerías ha participado en la empresa taurina de la Plaza México durante cerca de 25 años, se refiere al peligro de que el Congreso pueda coartar eventualmente dicha libertad: ‘Nada es a fuerza. En todo el mundo se respetan las diferentes instancias y los gustos de las minorías. Los ciudadanos deben saber que es muy grave que la prohibición o la continuidad de las corridas de toros puedan llegar a decidirse en el Congreso. Olvidémonos por un momento de los toros; el verdadero peligro es que si el Congreso nos va a decir qué podemos y qué no podemos hacer o a dónde podemos y a dónde no podemos ir, el día de mañana nos va a indicar cuál película podemos ver en el cine y cuál no. ¡Hay que poner un alto a esa situación!’ (Demanda justiciera que se oyó hasta San Lázaro, pasando por Reforma).
(De entrada, la afición defeña y de buena parte del país ha padecido al Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, antes Plaza México, 20 años y no 25, ya que el operador de los Alemán ofreció su primera función taurina el 23 de mayo de 1993, con una novillada. Nada es a fuerza
, excepto autorregulación, ninguneos y connivencias con sucesivas administraciones, en este concepto neofeudal –de espaldas a la bravura y a la afición– del duopolio taurino en México. Lo que denomina gustos
no son las preferencias del público sino los caprichos de quienes se manejan al margen del reglamento y por encima de una autoridad sin respaldo del gobierno del DF, instalado hace años en un comodino ataurinismo que no ve ni oye. Precisamente porque nuestros legisladores son omisos en cuanto a cumplir y hacer cumplir leyes y reglamentos, es que los cecetlos han hecho lo que han querido durante las pasadas dos décadas en materia de espectáculo taurino. ¿Quién puede entonces poner un alto
a este impune tíololismo disfrazado de taurinismo?)
“En efecto –remata Murrieta como saleroso–, suprimir la tauromaquia sería una puñalada a la libertad de un país que busca ser democrático (sic), una decisión liberticida (resic) que en lo absoluto conviene. ¿Cómo podría un gobierno ser partidario de la prohibición de una manifestación artística y cultural tan arraigada en nuestro país, que además genera numerosas fuentes de empleo (recontrasic)? Alemán tiene razón (sicucha) porque cuando el tema de los toros se politiza, la polémica se desvía por otros caminos y se enturbia al ser utilizada para escalar peldaños hacia los escaños” (ripio de muy altos vuelos que nos obliga a guardar nuestro capotito cuestionador para no parecer liberticidas de los taurinos autorregulados y sus voceros).
Por su antisolemne parte, El Bardo de la Taurina (http:/ /charlasdeltupinamba.blogspot.mx/) dice: ¿Qué se podía esperar de una temporada que nació torcida?, comenzando por el hecho de anunciar fijos 12 carteles cuando esa rutina es propia de ferias muy serias o que por su naturaleza son cortas. Luego el trapío se les esfumó, la mansedumbre prevaleció y la confección de los carteles no fue convincente. Después, la temporada se quedó varada porque unos no fueron convocados, a otros les valió madres venir, a uno le incumplieron el contrato y en el ruedo casi nada de lo que hicieron les dio para arrebatar los ánimos. Después, la desolación en el graderío durante casi todo el serial y si le sumamos que los jueces abarataron el palco al aprobar lo inaprobable, a favor del despilfarro de orejas y hasta de una cola que el torero avergonzado por el exceso rechazó, todo se descuajeringó
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