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Entre 20 y 30% de la población estaba coludida con el crimen organizado, dicen

Autodefensas afinan plan para sacar realmente a templarios de Apatzingán

Rubros sociales y económicos, bajo su control

Crear un consejo ciudadano, el propósito

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Hipólito Mora, el padre Gregorio López y José Manuel Mireles, durante una reunión en MichoacánFoto Víctor Camacho
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Periódico La Jornada
Domingo 2 de marzo de 2014, p. 7

Apatzingán, Mich., 1º de marzo.

La capital de la Tierra Caliente resultó un hueso duro de roer para las autodefensas. Ya va para un mes que en una enorme caravana, con las armas abajo pero al fin armados, los comunitarios se pasearon por las calles, despertando lo mismo temor que alivio. Pero es la hora que, a diferencia de lo ocurrido en otros municipios, en Apatzingán no han podido instalar un consejo ciudadano que se haga cargo de supervisar a su propio grupo de autodefensa.

En una entrevista reciente, el sacerdote Gregorio López reconoció el consenso social que alcanzaron los templarios en este lugar. Explicó el vicario de la diócesis que el cártel llegó a tener control –tiene, porque los cuadros de la empresa siguen en sus cargos, con excepción de los responsables de la seguridad– sobre clínicas y hospitales, y escuelas, dado que los directivos tenían que pasar por cursos de formación.

Al controlar varios rubros de la economía y el ayuntamiento, los templarios controlaban también la creación de empleos (a cambio de fidelidad).

El flanco espiritual lo atendían por conducto de Nueva Cosecha, una religión basada en los preceptos de Nazario El Chayo Moreno.

Vida Vital, una suerte de colegio de autoayuda que se alimenta de merolicos como Carlos Cuauhtémoc Sánchez y Miguel Ángel Cornejo, afinaba la formación de cuadros.

Véase, a guisa de ejemplo, la hoja de vida del oficial mayor del ayuntamiento de Apatzingán, Agustín Jaime García Álvarez. Tiene sólo estudios de primaria y secundaria, pero su lista de cursos en Vida Vital no cabe en una hoja.

Para Estanislao Beltrán, Papá Pitufo, vocero de las autodefensas, entre 20 y 30 por ciento de la población de Apatzingán estaba coludida con el crimen organizado.

Veinte pandillas pueden coludirse, pero ya 40 mil personas, que es el equivalente del porcentaje que menciona el ingeniero agrónomo, es lo que se llama base social.

La tarde que las autodefensas entraron, a un comunitario se le ocurrió cubrirse el rostro con un pañuelo que tenía una calavera pintada. ¡Ay, Dios, ¿quién es ese hombre?, gritó la administradora de un restaurante de los más caros de la ciudad que más tarde soltó la lengua sobre las acciones del ya célebre Padre Goyo: Pinche cura, aquí venía a comer y ahora nos pone el dedo.

José Manuel Mireles reconoció hace unos días: Apatzingán es un lugar complicado, pero vamos a seguir intentando.

La estrategia

El intento, por ahora, va más o menos así.

Este sábado, realizar una concentración en la plaza principal para anunciar diversas acciones y comenzar a calentar el ambiente para pedir la salida del alcalde, Uriel Chávez, de militancia priísta, a quien las autodefensas acusan abiertamente de asesino y secuestrador.

El preámbulo es una reunión ocurrida a media semana en un balneario. Asisten varias de las figuras más conocidas de las autodefensas, una treintena de ciudadanos notables de Apatzingán, así como representantes de las policías federal y estatal. La custodia del lugar corre por cuenta de la Policía Federal y la voz cantante la lleva el sacerdote Gregorio López.

Se trata de integrar el Consejo Ciudadano Central.

El fin declarado de la reunión es que cada quien agarre ya su remo en la tarea más difícil tras el ingreso de las autodefensas a la capital de Tierra Caliente. Sacar realmente a los templarios y no sólo a sus pistoleros.

De modo que se trata, en primer lugar, de convencer a los asistentes de perder el miedo. Para eso acuden los oradores invitados que hablan frente a una treintena de regidores del ayuntamiento, maestros, abogados, líderes de productores, comerciantes, personas todas que se encargarán de distintas tareas en la reconstrucción del tejido social de Apatzingán.

Mireles comienza con un reproche. Recuerda que las autodefensas entraron a esta ciudad el pasado 26 de octubre, sin armas. Que recibieron el aviso de que en la catedral y en otros edificios que dan a la plaza principal había francotiradores.

“Yo hablé con el Ejército y me respondieron: ‘No se preocupe, son de nosotros’. Cuando llegamos a la plaza y nos rafaguearon y nos tiraron granadas vimos que no era así. Pero a los primeros tres granadazos los primeros en correr fueron los de aquí”.

Mireles parece darse cuenta del golpe y endereza: Nosotros entendemos, así nos tenían en nuestros pueblos, con el terror. Descuartizaban una familia de respeto delante de uno. ¿Qué hacía uno? Nada, mirar de lado.

Remata: Los grupos de autodefensa no somos nada sin el pueblo. El pueblo es el de las armas, el pueblo es el que impide que nos desarmen.

Hasta ahora, con muy pocas excepciones, los presentes no han figurado públicamente en las filas de las autodefensas, al menos no con los rostros descubiertos. Mucho menos han declarado en nombre de un movimiento social que como primera regla tiene la siguiente: todo aquel que haya sido o haya simpatizado con los templarios no tiene voz ni voto.

En un afán de evitar el desaliento, Hipólito Mora, el primer alzado de todos, cuenta que incluso a él se le rajaron las personas que iban a subir conmigo (a un escenario en la plaza de La Ruana, para dar inicio al levantamiento). Tuve que convencer a un albañil y a un muchacho que estaba en mi casa.

No hay asomo de heroísmo cuando Mora resume: Dos horas duramos echando bala. Nos mataron a cuatro. De ellos murieron muchos. Les ganamos.

Como la reunión no es abierta, Hipólito Mora se toma un tiempo para la autocrítica: “Se brincan (los templarios) de este lado y es lo que no me está gustando. Hay muchas quejas, muchas denuncias”.

Los ex templarios y el perdón

Los asistentes comentan el decálogo que guiará sus acciones y las de la ciudadanía en general, toda vez que, según el cura López, el documento será pegado en todas las tiendas de Apatzingán.

El primer punto establece: “El perdón moral lo otorga la sociedad y el perdón judicial lo otorga el Ministerio Público.

No por el simple hecho de ser comunitarios ya están perdonados de los delitos anteriores, puesto que la camiseta no da la dignidad a un criminal, sino el cambio de actitud y proceder. Se entiende que el mensaje está dirigido a los templarios que han cambiado de bando: Todo aquel comunitario que tenga conciencia de los delitos que ha cometido deberá entregarse de forma voluntaria. De lo contrario, se presentará denuncia ciudadana.

El documento también establece que la recuperación de propiedades arrebatadas por los templarios debe hacerse por la vía judicial y que los comunitarios que cometan abusos serán entregados a las autoridades.

Igualmente, que se buscará que los bienes confiscados a los criminales sean propiedad de la ciudadanía y la creación de un fideicomiso para “beneficiar a los miles de huérfanos que dejaron los templarios”.

La discusión sobre las propiedades que los templarios habían arrebatado a sus legítimos dueños es un galimatías. Seguramente ahí un sistema de justicia inservible perpetuará la injusticia.

Porque sucede que en muchos casos el despojo fue avalado por un notario o que el dueño fue obligado a vender por una cantidad irrisoria. ¿Cómo probarlo sin papeles?

Por ejemplo, en La Ruana –y el ejemplo se expone en la reunión– algunas propiedades fueron arrebatadas a los seguidores de Jesús El Chango Méndez, luego de la división de La Familia.

Un hombre toma la palabra y enciende otro foco en el tablero del largo conflicto michoacano: ¿Y ahora? Ya regresaron los changos a sentarse.