n la madrugada del 20 de febrero falleció en Zacatecas, su ciudad natal, el pintor Alejandro Nava, quien se ganó la admiración, el afecto y la solidaridad de sus colegas y de todas las personas que por alguna razón le fueron próximas. Tenía 57 años y pese a su enfermedad contra la que libró una valiente batalla de varios años, se mantuvo en activo.
Aunque era fundamentalmente pintor y grabador, incursionó también en la escultura monumental, uno de cuyos notables ejemplos fue la que construyó para Laboratorios Pisa, en Guadalajara, Jalisco, o las que se encuentran en algunas zonas de la ciudad capital, una de las cuales, vecina del museo Goitia, está hecha en cerámica.
En grabado tuvo múltiples logros en varios medios, pues además de la incuestionable valía de su producción –que continúa la tradición gráfica zacatecana de artistas como su colega de mayor edad Ismael Guardado–, Nava fue uno de los fundadores e impulsores del taller Julio Ruelas.
Dicho taller funcionó hasta hace algunos años, además, como centro cultural y mediante el poder de convocatoria que tuvo Alejandro, en más de una ocasión se convirtió en centro de debates artísticos y de políticas culturales.
En ceremonia íntima a la que asistieron sus familiares, amigos y colegas zacatecanos, Alejandro Nava fue velado en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, donde está representado con obras que son características del periodo en el que abrazó con singular ímpetu la no representación en obras de todos los formatos, incluyendo polípticos de grandes dimensiones en los que acostumbraba seguir una determinada secuencia tanto compositiva como colorística.
No por ello abandonó del todo la figuración, de la que ha ofrecido múltiples ejemplos que algunos conocemos mayoritariamente a través de sus grabados en diferentes técnicas, aunque también en pinturas que han sido exhibidas, entre otros sitios, en el Mexican Fine Art Center Museum de Chicago, Illinois, y al menos en dos ocasiones en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México, así como en otras ciudades, señaladamente la afamada Galería Quetzali de Oaxaca.
Educado en un principio en Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí, reafirmó su entrenamiento plástico al adscribirse a La Tallera (el taller de Cuernavaca que fundó Siqueiros, vigente hasta la fecha, en el que hoy trabaja proyectos murales el pintor Rafael Cauduro) permaneció allí entre 1977 y 1978, lapso en el que colaboró activamente en el Encuentro de Arte Joven de Aguascalientes, no sólo mediante su propia participación, sino alentando la de otros jóvenes zacatecanos.
Hace aproximadamente cinco años, le fue diagnosticado un cáncer que según se dijo inicialmente amenazaba con acabar su existencia a los pocos meses. Fue remitido al hospital Salvador Zubirán, de esta ciudad, donde gracias al apoyo recibido de unos de sus más asiduos coleccionistas de Guadalajara, fue tratado químicamente por todos los medios disponibles.
Su médico de cabecera, Jorge Kasep, aparte de la efectiva ayuda terapéutica, le brindó una amistad que perduró hasta el momento de su despedida final, cuando el propio Alejandro decidió que se le trasladara a Zacatecas al conocer un reavivamiento del mal que padecía, posterior al trasplante de médula al que se sometió en fecha relativamente reciente. Hospitalizado, llevó a cabo una pintura de 1.50 por 2 metros en colores se dice que intensos a la vez que sombríos, dejándola como recuerdo al hospital. La firmó la víspera de su muerte, ante la presencia del director del mismo.
Durante el largo periodo que mantuvo denodada lucha, incluso radicándose en el Distrito Federal para mejor proseguir con sus tratamientos, logró al menos en un par de ocasiones mantener su costumbre de pasar unos meses de verano en Europa, aprovechando el alojamiento que le brindaba un colega suyo ausente de París durante el verano, con objeto de visitar museos y galerías en Francia y en otros países e incluso de planificar exposiciones algunas de las cuales lograron llevarse a cabo.
Alejandro Nava es ejemplo de una tradición zacatecana que ha rebasado las fronteras no sólo regionales, sino nacionales a través de artistas como Francisco Goitia dentro de la corriente nacionalista o Manuel Felguérez y los hermanos Pedro y Rafael Coronel.
Nava merece no sólo que se le recuerde, sino que se le inserte en la historia del arte mexicano como continuador, aunque esperamos que no epígono, de esa raigambre de pintores nacidos en esa capital pródiga en bellísimos museos y en alta tradición cultural, tanto literaria como artística de la que fue testigo, entre otras personas ya desaparecidas, el muy recordado Guillermo Tovar y de Teresa.
Sobreviven a Alejandro Nava su esposa Silvia y sus hijos Diego y Ximena Nava Torres, a quienes desde aquí expresamos no sólo nuestras condolencias personales sino igualmente las de otros colegas, amigos y coleccionistas del artista.