adres e hijos. El septuagenario Woody Grant (Bruce Dern) no puede olvidar sus glorias pasadas, aun cuando muchas de ellas parecen inventadas. Con un estado mental de confusión y deterioro progresivo, se aferra a sus últimas certidumbres, como creer, por ejemplo, con cierto grado de cinismo, que su relación conyugal de muchas décadas con una mujer problemática tuvo como justificación única un primer disfrute sexual, luego desechable, y la procreación casi accidental de un hijo, deseado sólo a medias. Cuando este hombre, aquejado por el alcoholismo, la mala suerte y los traumas de su involucramiento en la guerra de Corea, cree descubrir a los 77 años que ha sido el ganador de un premio por un millón de dólares ofrecido por una compañía fraudulenta, se aferra a emprender el largo viaje desde su lugar de residencia en Montana hasta el pueblo de Lincoln, Nebraska, para recoger el dinero con un certificado chatarra en la mano, todo a pesar del evidente engaño de que ha sido víctima.
Alexander Payne, director estadunidense de ascendencia griega, es el caso emblemático de un artista capaz de transitar con destreza del cine independiente al cine de mayorías, sin sacrificar sus primeras apuestas temáticas ni su solvencia estilística. En Las confesiones del Sr. Schmidt y en Los descendientes, esa libertad lo emparenta a otros cineastas (Woody Allen, Hermanos Coen, David Lynch, Gus Van Sant), dueños de una habilidad parecida.
En vísperas de la multicitada entrega de los óscares, Nebraska, su sexto largometraje, se perfila como una de las propuestas artísticas más exigentes y cautivadoras, aun cuando sus posibilidades de éxito sean exiguas frente a una competencia comercial reñida. Poco importa. Payne se ofrece en esta cinta el lujo de ir a contracorriente de las modas fílmicas con un relato intimista filmado en blanco y negro, situado lejos de las grandes metrópolis estadunidenses, con panorámicas sugerentes sobre los paisajes áridos del midwest americano, y donde los protagonistas son un anciano para quien la inminencia (real o imaginada) de una muerte próxima le permite gestos inusuales de generosidad, y su hijo David (Will Forte), quien comprende la importancia del orgullo personal de su padre como un paliativo más frente a un naufragio senil ya inocultable.
Hace 15 años el cineasta David Lynch sorprendía con una película de sobriedad semejante, Una historia sencilla (The straight story), ambientada en esas mismas regiones desoladas, donde un anciano (Richard Farnsworth) recorría de Iowa a Wisconsin, a bordo de un pequeño tractor, casi 500 kilómetros para reconciliarse con su hermano enfermo. Aunque en la cinta de Payne el objetivo del largo recorrido que emprenden padre e hijo parezca, en contraste, particularmente absurdo, la capacidad de observación del realizador es notable, lo mismo en la difícil confrontación del anciano con viejos amigos suyos y otros familiares de su misma edad, como en los grados de reconciliación afectiva que se dan entre un Woody extraviado y ocasionalmente lúcido, y un hijo de generosidad y paciencia asombrosas.
Bruce Dern ofrece una caracterización notable. El actor recio de exitosas películas comerciales, entre ellas, Driver, el conductor (Walter Hill, 1978), se integra aquí a una galería de ancianos en el triste poblado de Hawthorne, donde la mayor distracción es plantarse frente a la televisión y hablar de viejos modelos de autos que ya todo mundo ha olvidado. La noticia de la súbita prosperidad de Woody crea entre todos ellos una excitación insólita que pareciera salir de una comedia de Preston Sturges.
El también realizador de Entre copas (Sideways, 2004) se ha declarado admirador de la comedia italiana de los años 60, y también del cine de Buster Keaton, y de cierto modo aquí refrenda algo de esa filiación deseada. Los detalles cómicos abundan, como el de una dentadura postiza perdida en la calle o la presencia aguerrida de una Kate (estupenda June Squibb), esposa de Woody, enfrentando y desarticulando la codicia colectiva. Esos destellos humorísticos tienen como contrapunto la reflexión melancólica del director sobre los estragos de la edad y el bálsamo de los afectos recobrados.
Alexander Payne no sucumbe aquí al melodrama ni al sentimentalismo gracias a una estrategia narrativa que consiste en oponer los efectos emocionales a un contexto frío o anodino, eventualmente cómico, que les permite sobresalir con mayor veracidad y fuerza. Son estrategias artísticas como esta las que le facilitan a un director tomar distancias saludables con las rutinas de un cine comercial atento a las fórmulas genéricas y ayuno de sorpresas. Hollywood habrá de recompensar en una semana lo que mejor se ajuste a sus propios criterios comerciales.
Se exhibe en salas de Cinemark y Cinemex.
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