El concierto, entre bromas, cajas musicales y aves exóticas
Lo estelarizó Mitsuko Uchida, especialista en el autor vienés
Domingo 16 de febrero de 2014, p. 3
Cajitas musicales, aves exóticas trinando, bromas, risas, alegría. Sir Simon Rattle devolvió este sábado las sonrisas a las salas de concierto con un programa que estelarizó Mitsuko Uchida, reconocida como la máxima pianista actual especializada en Mozart.
El programa, como todos los de sus temporadas anuales, fue transmitido en vivo por Internet e inició con el Concierto 18 de Mozart, con la señora Uchida al piano y su transparencia de sonido, su manera de mostrar al Mozart que todos desconocíamos hasta que ella lo hizo sonar como una sonrisa colectiva.
Enseguida, Mitsuko volvió con su blusa holgada de libélula para hacer cantar las Aves exóticas, partitura de Olivier Messiaen, quien durante los amaneceres caminaba por los bosques, con su mujer, la pianista Yvonne Loriod, para observar las aves y transcribir sus cantos.
En esta partitura se escuchan muchas aves: el cenzontle políglota (Moqueur polyglotte), el pájaro gato (le oiseau-chat), el urogallo cupido de las praderas (le Tétras cupidon des prairies), el mirlo migrador y toda una parvada rodeada de ritmos antiguos de India y Grecia: la revolución sonora y cristalina que inventó Messiaen.
Concierto de rara belleza
El público para entonces no cabía de felicidad. La combinación, el alto contraste Mozart/Messiaen fue ideado por la propia Mitsuko Uchida, quien durante la entrevista del intermedio explicó que el Concierto 18, muy poco frecuentado en las salas de concierto a pesar o precisamente por su rara belleza (fue encargado a Mozart y dedicado a la Señorita Paraíso, Mademoiselle Paradis, en París).
Cada nota que escribió Mozart, dijo Uchida, es un niño. Y todo ese conjunto de niños debemos cuidarlos, mimarlos, educarlos, procurarlos. Así se toca Mozart quien, a diferencia de la precisión mecánica de Messiaen, pobló sus partituras de personas que dialogan entre sí, discuten, ríen, charlan, se divierten mucho. Así es la música de Mozart, dijo la gran pianista japonesa, mozartiana.
La segunda parte del programa fue una fiesta, literalmente. Sir Simon Rattle explicó a los internautas, también durante el intermedio, que ideó una sinfonía imaginaria reuniendo pasajes poco conocidos y otros populares de Haydn, ese autor que no conocemos, porque lo que suele escucharse en las salas de concierto es apenas la punta del iceberg. No solamente inventó la sinfonía y el cuarteto de cuerdas, sino que creó un universo musical que está todavía por descubrirse
.
Y nos descubrió, durante 55 minutos de hermosa música, a ese Haydn juguetón, alegre, bonachón, bromista, inteligentérrimo que pocos todavía conocen.
Sir Simon Rattle se ubica nuevamente a la vanguardia de la vida de conciertos por la conformación de sus programas, además de la consabida calidad muy elevada de su condición de titular de la mejor orquesta del planeta.
Inició con un pasaje de La Creación (el caos) e hizo un recorrido por segmentos deliciosos de sinfonías poco visitados. Esta breve antología que hizo Rattle muestra lo que a su juicio constituye la esencia de Haydn: él consiguió como nadie los anhelos de la Era de las Luces: la inteligencia, el respeto, el humor y la profundidad de pensamiento
.
Puso en escena la Sinfonía de los adioses, esa bonita broma que hizo Haydn cuando sus músicos aullaban por vacaciones: en un momento dado se apagó la luz de la sala y sólo quedaron encendidas las lámparas pequeñas de los atriles, que fueron apagando una a una los músicos hasta dejar solamente a dos violinistas tocando en la penumbra.
El momento más divertido fue cuando el propio Rattle apagó su lamparita y se salió, pero antes hizo una señal al cielo y sonaron grabaciones (porque explicó que traer los instrumentos originales desde Viena es peligroso para ellos, pues son muy frágiles) de cajitas musicales que fabricaba para Haydn su amigo el bibliotecario de su orquesta y el compositor (así como lo hicieron en su momento Beethoven y Mozart) escribió 60 partituras para cajitas musicales, que sonaron en off, una a una y luego juntas varias, en otra deliciosa sinfonía imaginaria.
El final fue una sonrisa. A la manera de Erik Satie, Rattle terminó el concierto, apagó los aplausos con un elegante movimiento de brazos, cerrando los puños, a la manera de los umpires de beisbol cuando marcan un out y una vez conseguido el silencio, recomenzó, varias veces, otro encore y otro y otro.
Como Satie, terminaba, aplaudían, los callaba y volvía a tocar ¡lo mismo!, terminaba, los callaba y volvía a tocar lo mismo. Todos en risas a tambor batiente.
Al final, una sonrisa se posó, como flamitas cálidas, en los rostros de los músicos, del público en Berlín y de todos nosotros frente a la pantalla de la computadora.
¡Larga vida, sir Simon Sonrisas Rattle!