Hoy puede ser un gran día abrió el primero de cinco conciertos en Bellas Artes
En el primer encuentro aún se sentía el humo de las lágimas
por la matanza de Tlatelolco, expresó
Los de mi tierra tenemos costumbres extravagantes, como cantar en catalán, dijo antes de interpretar Pare
Miércoles 29 de enero de 2014, p. a10
La relación de Joan Manuel Serrat y México es de amor a primera vista.
El catalán recuerda que hace tanto de este romance que, en su primera vez (cuando se presentó en el Palacio de Bellas Artes, en 3 de noviembre de 1969) aún se sentía el humo de las lágrimas
por la matanza de Tlatelolco.
Serrat comenzaba a descubrir todo el surrealismo de su amorío; es decir, el de México, que desde entonces se le entregó.
Ahora, casi por cumplir bodas de oro en el bello oficio de escribir y cantar, Serrat se recontró con su amor la noche del lunes en el recinto de mármol.
En la cita –de cinco que tendrá en ese mismo sitio– le volvió a compartir sus historias que, como se ha dicho, son cantos a la vida con todo su miel y su vinagre, con su olvido y su memoria.
Las formas poéticas y musicales de este cantautor de origen popular volvieron a enamorar hasta la médula espinal. Puede interpretarlas y reinterpretarlas… transformarlas, pero siempre serán las piezas de Serrat: himnos para gente de varias generaciones.
Acompañado de cinco músicos cuya ejecución fue siempre pulcra y profunda, Serrat alimentó esa relación seduciéndola con bucólicos mensajes que enamoraron aún más.
Un doctor honoris causa bailarín
Serrat, reconocido internacionalmente con múltiples distinciones como varios doctorados honoris causa por muchas universidades –incluidas varias locales, como la Universidad Nacional Autónoma de México–, sigue siendo un hombre sencillo, alegre, dicharachero, bailarín, apasionado en el amor y defensor de la libertad. Todo eso reflejó el lunes en el proscenio.
Al musicalizar textos de grandes poetas españoles, como Antonio Machado y Miguel Hernández, y crear los suyos, ha impulsado y dado dignidad en el mundo a la canción popular. En el concierto insistió en ello, y no dejó sus devaneos con su amor.
Hoy puede ser una gran día, De vez en cuando la vida y Muñeca rusa fueron sus primeras piezas. Serrat y su amor se reconocieron, se olieron.
Revivió a uno de sus personajes Benito, alegre canción sobre un miserable con clase que bebe champán
. Bailó por el escenario y las notas del maestro Ricardo Miralles, en el piano, lo conducían a una cantina en la Rambla catalana. Vino luego Penélope, con una versión jazzeada en la que destacó el sonido de la guitarra de David Palau. Bajó el tono con Romance de Curro (El Palmo), con la que le dijo a su público: “Sin ti mi cama es ancha, sin ti no entiendo el despertar…”
No olvidó su origen: “los catalanes tenemos costumbres extravagantes como hablar en catalán, cantar en catalán, casarnos en catalán y hacer el amor… como todo el mundo: con interés, pero muchas desilusiones”, comentó antes de interpretar Pare (Padre) en esa lengua hermosa que hoy día es grito de independencia.
También le cantó a su amor Me gusta todo de ti, que siguió conmoviendo.
Serrat voló por el recinto y sus músicos lo siguieron: Dany Casielles en el bajo, Vicente Climent en la batería y José Miguel Pérez Sagaste en los saxos, flauta, clarinete y acordeón, fueron el aeródromo.
Para los petulantes
Ironizó al ritmo de charlestón en tono matalascayando con Algo personal, canción dedicada a esos tipos petulantes y que creen que tienen el poder, a esos sicarios del mal
. Volvió a su tierra con Mediterráneo para expresar que también es un hombre de mar.
Sus interpretaciones limpias y con arreglos nuevos incitaron a la reflexión, a la redención.
Serrat recordó cierto y especial tibio rincón
con Poema de amor, cuadro de nuestro paisaje interior. Al tiempo que bajó las estrellas con El titiritero, sobre aquel que de feria en feria nos mostraba sus sueños y sus misterios
.
Cantares no podía faltar y con su amor, viéndolo frente a frente comenzó a cantar al unísono, de golpe a golpe y de verso a verso.
Volvió la nostalgia de esa primera vez y la presencia pasional, y desgarradora de la música de José Alfredo Jiménez se hizo presente en la sala. Un mundo raro salió del meritito corazón de Serrat con una versión casi kitsch superromántica. Remachó ese lapsus con Tu nombre me sabe a yerba y la culminación sexual de esa relación con Esos locos bajitos: A menudo los hijos se nos parecen
, que erizó la piel de muchos de sus contemporáneos.
Se prendieron las luces del foro, pero Serrat, complaciente, obsequió Para la libertad y Pueblo blanco para seguir sellando ese puente de dopamina que ha creado con México por casi 45 años.