Opinión
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México: el edén perdido

Tres décadas, seis máscaras

¿Por el rumbo correcto?

¿Q

ué hacer en esta República de discursos que a lo largo de los últimos 30 años ha sido permanentemente modernizada, pero que, en los hechos, lejos de mostrar mejoría empeora día a día? Gobiernos van, gobiernos vienen, y los resultados políticos, económicos y sociales son cada vez más enclenques o, en el mejor de los casos, iguales a los del antecesor, los cuales también fueron bastante malos.

Es el sistema de los patos salvajes (a cada paso una cagada), seis gobiernos al hilo, idénticos entre sí, aunque con máscaras distintas (de la renovación moral de la sociedad al México que todos queremos, sin olvidar solidaridad, bienestar para la familia, cambio y vivir mejor), cuyas cabezas visibles han sido las mismas –con unas cuantas canas y muchísimos millones en el bolsillo de diferencia y en posiciones alternantes– a lo largo de 30 años, y que, reforma tras reforma, se niegan a reconocer el desastre causado, aunque está a la vista de todos.

En esta República de discursos todo ha sido privatizado (el gobierno en primera instancia), con el pretexto de que es la única ruta posible que llevará a México al paraíso. Y en ese periodo el número de mexicanos en pobreza se ha duplicado, el crecimiento económico se ha desplomado, la corrupción se ha disparado, el poder adquisitivo se ha desmoronado, la inseguridad campea y la riqueza se concentra en unas cuantas manos, sólo por citar algunas gracias. Pero con el mismo manual e idénticas cabezas visibles mantienen la política modernizadora en aras del edén.

Si en el transcurso de esos 30 años las seis máscaras hubieran cumplido con la mitad de lo que prometieron, entonces México no tendría rival en el planeta, los mexicanos vivirían infinitamente mejor que los noruegos y entre la comunidad de naciones sería el ejemplo a seguir. El problema es que los mexicanos están rodeados de políticos y empresarios modernizadores.

Cuando las máscaras prometieron, prometen, abundante crecimiento económico, sucede lo contrario; cuando ofrecen empleos formales a manos llenas y salario remunerador, el ejército de informales crece y crece, y el ingreso decrece; cuando prometieron la democratización del capital financiero a los mexicanos entregaron una banca concentrada, voraz y depredadora: cuando modernizaron la minería entregaron un tercio de la geografía nacional para que unos cuantos barones se hincharan de dinero sin dar nada a cambio a la nación; cuando privatizaron los fertilizantes garantizaron abasto interno suficiente y excedentes de exportación, pero hoy importamos prácticamente todos los fertilizantes a precios exorbitantes.

Lo mismo sucedió con la petroquímica, el gas, las carreteras, las aerolíneas, los satélites, las siderúrgicas, los alimentos, la educación, la electricidad, la vivienda, el empleo, el poder adquisitivo, el salario, los impuestos, la seguridad, los organismos ciudadanizados, la soberanía, los derechos humanos, más lo que quede en el tintero, que no es poco. Y a partir de ahora el petróleo, el cual les costó tres décadas de trabajo, pero que al final de cuentas también modernizaron. Echen cuentas entre ofertas y resultados, entre dichos y hechos, y saquen sus conclusiones, porque según los enmascarados la reforma modernizadora encontró y amplió su curso en la sociedad y la sostienen hoy instituciones democráticas cada vez más sólidas, de las que la Constitución de la República es referente privilegiado y la pluralidad un signo reversible que fortalece y enaltece nuestra vida política (Salinas dixit).

Como se ha comentado en este espacio, entre modernización y modernización, la economía pasó de un crecimiento anual superior a 6 por ciento a otro inferior a 1.2 por ciento; el número de pobres creció de 30 a más de 60 millones; el poder adquisitivo del salario se desplomó 80 por ciento; más de 12 millones de paisanos emigraron al vecino del norte; cerca de 30 millones sobreviven en la informalidad; la mitad de lo que los mexicanos se llevan al estómago proviene de afuera, cuando antes se producía internamente; la corrupción es como la mancha voraz (arrasa y tiene todos los colores gubernamentales y partidarios, en lo federal y en lo estatal, ninguno se salva); la inseguridad campea y la violencia se exhibe por doquier, de la mano de la catrina, por citar sólo unas cuantas desgracias, que resultaron inversamente proporcionales a las promesas de los seis enmascarados.

En esta fase modernizadora, con Enrique Peña Nieto, las promesas siguen su curso: con las reformas ya planchadas, México crecería, según ellos, alrededor de 10 por ciento, es decir lo normal (alrededor de 3 por ciento, siendo generosos), más entre 1.5 y 2 puntos por la laboral; otro tanto por la de telecomunicaciones, y de 2 a 3 por la energética. Pues bien, hasta el Fondo Monetario Internacional (uno de los grandes promotores de las reformas en el país) duda que ello sea posible. Si bien va, la economía crecería 3 por ciento, con todo y reformas. No más, por mucho que el ministro del año se desgañite en abundantes números y gratas perspectivas y el inquilino de Los Pinos vaya al Foro Económico Mundial en Davos a decir lo mismo y a prometer lo mismo que sus cinco fallidos antecesores.

Pero en el discurso de unos y otros nunca falta el apotegma: hemos aplicado medidas dolorosas pero necesarias, porque vamos por el rumbo correcto, aunque más que notorio sea el desastre causado. ¿Deprimente? Más que eso, pero el silencio y la inacción lo son más. ¿Qué hacer, pues, con esta República modernizada, que a sus muy pocos benefactores ha llevado a la gloria y a sus millones de beneficiados a la mierda?

En su sexto y último Informe de gobierno Miguel de la Madrid se ufanaba de que “hicimos que fueran falsos los vaticinios de quienes, con desconocimiento de la fortaleza del pueblo de México, pronosticaban el derrumbe de las instituciones… Somos un país de instituciones sólidas con gran capacidad de adaptación al cambio… hemos efectuado una renovación eficaz”. Palabras más o menos, sus cinco sucesores repitieron, repiten, puntualmente el estribillo, mientras las instituciones no sirven para mayor cosa –menos quienes las encabezan– y los falsos vaticinios se concretaron de forma por demás contundente.

Las rebanadas del pastel

En fin: México, el edén perdido… para los mexicanos.

Twitter: @cafevega