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Sonora Saberes yoreme en torno
Milton Gabriel Hernández García Para los pescadores yoreme de la costa sur de Sonora, el mar es parte de su territorio. Por medio de un complejo proceso de apropiación y aprovechamiento que se desarrolla a lo largo de su vida, los pescadores construyen un conjunto de saberes vinculados al mar como parte del patrimonio biocultural de la zona litoral del Golfo de California. En la Bahía del Tóbari, en el municipio de Benito Juárez, los pescadores distinguen dos tipos de marea, compuestas a su vez por cuatro fases que se suceden a lo largo de un mes: en la luna nueva se dice que hay marea viva; en el cuarto creciente ocurre marea muerta; mientras que en la luna llena se da otra vez la marea viva, y para cerrar el ciclo, en el cuarto menguante regresa una vez más la marea muerta. De tal manera que en un mes cambia cuatro veces la marea y cada periodo de cambio dura aproximadamente siete días. En la marea muerta la corriente es muy lenta y se mueve incipientemente, pues “sólo baja y sube muy poco el agua”. Es decir, el agua se mantiene más estática y con bajo nivel de profundidad. El comportamiento de las aguas marinas en relación con el ciclo lunar tiene una importante incidencia en la pesca, debido a que los ribereños saben que es mejor salir a la mar cuando hay marea viva. Esto debido a que en este tipo de mareas se mueve mayor volumen de una especie marina determinada. Las mareas muertas son entonces menos valoradas por los pescadores ribereños debido a que en ellas “se encuentra poco producto”. Sin embargo, a pesar de que en marea muerta se sabe que habrá una baja producción, el pescador ribereño no renuncia a salir a pescar cuando ésta se presenta en el mes. Los pescadores ribereños se han especializado en la interpretación del viento. En el Tóbari, se identifican cuatro tipos o variedades: el noroeste, el ueste (o “el de la metida del sol”), el sur y el terralito. En primer lugar, se suele hacer una distinción entre vientos buenos y vientos malos. Los vientos caracterizados como nefastos son los del noroeste y los del sur. Estos no dejan pescar con tranquilidad debido a que levantan mucha marejada y “nos hacen batallar para pescar o a veces no pescamos cuando hay estos vientos”. El terralito es otro tipo de viento que se nombra de esta manera debido a que proviene de tierra, del macizo continental. Suele llegar cualquier temporada del año y no es considerado maléfico para la actividad pesquera. Los vientos del sur llegan entre mayo y agosto y el noroeste llega sobre todo en tiempo de frío, entre diciembre y marzo. Este último es el único capaz de negar a cualquiera de los otros, debido a la fuerza con la que sopla. Los otros vientos pueden coexistir simultáneamente. Pescadores viejos saben y pescadores jóvenes deben saber que vientos como el noroeste se distinguen por la fuerza con que se estrellan en la panga. Otros por la hora, como el ueste, que “pega” sobre todo al atardecer. Este último no suele llegar con tanta fuerza. La combinación de los elementos ya descritos: mareas, vientos, tonalidades e interés de una especie a capturar equivalen a una parte de un saber especializado que los pescadores indígenas han acumulado, transformado y transmitido por la vía de la oralidad y la praxis en torno al mundo marino-costero. En ello radica la posibilidad de existencia de un modo de vida como es la pesca ribereña. Cada especie tiene su espacio y cada uno su saber, como refiere don Toño: “La baqueta roja, por ejemplo, se pesca a unas 30 o 40 brazas de profundidad, donde todavía hay fango. El calamar gigante y el tiburón grande se captura también a lo mero hondo, a unas 90 o cien brazas de profundidad. Los tiburones pequeños o cazones se pueden capturar cerca de la orilla, revuelto con otras especies que se enredan en los chinchorros”. En la actualidad, la reproducción de estos conocimientos sobre el patrimonio biocultural marino se encuentra en crisis debido al profundo deterioro ambiental de la región, producido por la contaminación generada por las aguas residuales de la agroindustria y la acuacultura. Asimismo, las nuevas artes de pesca también han contribuido a desplazar las formas tradicionales de aprovechamiento pesquero. Sin embargo, el trabajo que ha realizado el Centro Cultural Indígena Mayo de la Bahía del Tóbari ha permitido el registro de la memoria biocultural de los yoreme, para el conocimiento y posible refuncionalización en las generaciones futuras. Territorio comcáac:
Jesús Ernesto Ogarrio Huitrón En la tradición lírica del cmiique iitom o lengua comcáac, el canto va más allá de las formas convencionales de apropiación social de la naturaleza: es una forma de comunicarse con las plantas, los vientos y las aves; de navegar los mares y las estrellas; de curar enfermos; de cazar animales; de celebrar la vida y el amor; de cantar y contar batallas y mitos… Es el eco de la voz de sus ancestros. La región biocultural donde se ubica el territorio comcáac pertenece a la zona árida de Sonora; el pueblo se distribuye en los asentamientos de Punta Chueca, municipio de Hermosillo, y Desemboque, municipio de Pitiquito. Mar y desierto conforman sus dominios: 211 mil hectáreas en territorio continental y en la Isla del Tiburón y unos cien kilómetros de litoral marino en el Canal del Infiernillo. Su historia da cuenta de una lucha territorial de gran significado. Su primer encuentro con la Compañía de Jesús, en el siglo XVII, fue el punto de inflexión en la forma de entender sus dominios. Desde la lógica territorial de las antiguas bandas comcáac, la lucha y resistencia frente al nuevo invasor tomó cuerpo con la defensa de su modo de vida trashumante en oposición a la tradición urbana románica de los jesuitas del Mediterráneo. El agravio a su territorio significó un agravio a su identidad, y a partir de la invasión jesuita, los levantamientos armados han sido parte de su historia. Su desventaja numérica nunca los llevó a abandonar la lucha. Fue apenas en 1970 cuando el entonces presidente Luis Echeverría reconoció a este pueblo como propietario de una de parte de su antiguo territorio; en 1975 se le dio la concesión de la Isla del Tiburón como propiedad comunal. El territorio es entendido ahora como reserva natural y refugio de la fauna silvestre y aves migratorias. Los comcáac preservan hasta la fecha sus actividades tradicionales de pesca y cacería, aunque ajustados al régimen y la legislación institucional. Dichas actividades se han resignificado a partir del factor mercantilista y la tecnificación y modernización de las prácticas de extracción de bienes naturales. Los comcáac de hoy han desarrollado un complejo orden de adaptación a las normas y prácticas propias del modelo desarrollista. La complejidad de su cultura y tradiciones, en proceso de cambio y continuidad, es tema para el debate en diversos planos de análisis. Pese a la parcial extinción de un pueblo milenario, la defensa histórica del territorio comcáac adquiere un poderoso valor simbólico cuando las identidades y formas de vida se ven agraviadas en su esencia más profunda. Luchan cuando ven en peligro no sólo sus medios de subsistencia, sino su base, el origen cósmico de su cultura, de su territorio, de ese complejo sistema de conocimientos y creencias. La construcción de sentidos por medio del lenguaje, las prácticas y los conocimientos desarrollados a partir del territorio son formas de vivir y entender la vida y con el paso del tiempo adquieren un poderoso valor simbólico. Detrás del patrimonio biocultural del pueblo comcáac, hay una larga historia de luchas y resistencias en defensa de su territorio, con un valor significativo de dignidad y para su conservación práctica en la reproducción de la vida. Las nuevas territorialidades emergen de nuevos agravios para enfrentar a las empresas y gobiernos contra el impulso de fuertes procesos de acumulación y despojo.
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