18 de enero de 2014     Número 76

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Sonora

Saberes yoreme en torno
a la pesca ribereña


FOTO: Chelsea Leven

Milton Gabriel Hernández García
Profesor-investigador de la ENAH

Para los pescadores yoreme de la costa sur de Sonora, el mar es parte de su territorio. Por medio de un complejo proceso de apropiación y aprovechamiento que se desarrolla a lo largo de su vida, los pescadores construyen un conjunto de saberes vinculados al mar como parte del patrimonio biocultural de la zona litoral del Golfo de California.

En la Bahía del Tóbari, en el municipio de Benito Juárez, los pescadores distinguen dos tipos de marea, compuestas a su vez por cuatro fases que se suceden a lo largo de un mes: en la luna nueva se dice que hay marea viva; en el cuarto creciente ocurre marea muerta; mientras que en la luna llena se da otra vez la marea viva, y para cerrar el ciclo, en el cuarto menguante regresa una vez más la marea muerta. De tal manera que en un mes cambia cuatro veces la marea y cada periodo de cambio dura aproximadamente siete días.

En la marea muerta la corriente es muy lenta y se mueve incipientemente, pues “sólo baja y sube muy poco el agua”. Es decir, el agua se mantiene más estática y con bajo nivel de profundidad.

El comportamiento de las aguas marinas en relación con el ciclo lunar tiene una importante incidencia en la pesca, debido a que los ribereños saben que es mejor salir a la mar cuando hay marea viva. Esto debido a que en este tipo de mareas se mueve mayor volumen de una especie marina determinada. Las mareas muertas son entonces menos valoradas por los pescadores ribereños debido a que en ellas “se encuentra poco producto”. Sin embargo, a pesar de que en marea muerta se sabe que habrá una baja producción, el pescador ribereño no renuncia a salir a pescar cuando ésta se presenta en el mes.

Los pescadores ribereños se han especializado en la interpretación del viento. En el Tóbari, se identifican cuatro tipos o variedades: el noroeste, el ueste (o “el de la metida del sol”), el sur y el terralito. En primer lugar, se suele hacer una distinción entre vientos buenos y vientos malos. Los vientos caracterizados como nefastos son los del noroeste y los del sur. Estos no dejan pescar con tranquilidad debido a que levantan mucha marejada y “nos hacen batallar para pescar o a veces no pescamos cuando hay estos vientos”. El terralito es otro tipo de viento que se nombra de esta manera debido a que proviene de tierra, del macizo continental. Suele llegar cualquier temporada del año y no es considerado maléfico para la actividad pesquera. Los vientos del sur llegan entre mayo y agosto y el noroeste llega sobre todo en tiempo de frío, entre diciembre y marzo. Este último es el único capaz de negar a cualquiera de los otros, debido a la fuerza con la que sopla. Los otros vientos pueden coexistir simultáneamente. Pescadores viejos saben y pescadores jóvenes deben saber que vientos como el noroeste se distinguen por la fuerza con que se estrellan en la panga. Otros por la hora, como el ueste, que “pega” sobre todo al atardecer. Este último no suele llegar con tanta fuerza.
Además de los vientos, un buen pescador debe convertirse, al paso de los años de experiencia acumulada, en un intérprete especializado de las tonalidades del agua marina. Los pescadores identifican la profundidad del agua en primer lugar por la tonalidad. Mientras más “honda está el agua”, las tonalidades son más oscuras o “más azules”. Este saber con todos sus matices y especificidades es fundamental para lograr una pesca exitosa y una navegación sin contratiempos. Sin embargo, las condiciones de deterioro de la bahía han provocado cambios en las tonalidades del agua que han modificado a su vez el saber sobre el ecosistema. Debido al azolve, la bahía es cada vez menos profunda pero existe una serie de surcos o canales de mayor profundidad que atraviesan todo el espejo de agua. Estos conductos son los que más se utilizan para la navegación sin el riesgo de quedar varado en el fango. Los pescadores siguen estos canales por la tonalidad del agua que se hace más oscura, serpenteando desde la boca norte hasta la boca sur de la bahía y viceversa. Las tonalidades indican además dónde están los bajos o las “reventazones del agua”. Los bajos son los lugares donde hay poca profundidad y donde las pangas podrían atascarse. Regularmente en estos sitios revientan las olas, sobre todo allí donde hay poca profundidad. “Las olas siempre revientan en los bajos o en las orillas, nunca en lo hondo. Por eso ya sabemos por dónde podemos circular según indiquen los colores del agua. La coloración de la bahía es para saber por dónde puede navegar uno”. Este saber específico funciona sobre todo dentro de la bahía pues en mar abierto las condiciones marinas son distintas.

La combinación de los elementos ya descritos: mareas, vientos, tonalidades e interés de una especie a capturar equivalen a una parte de un saber especializado que los pescadores indígenas han acumulado, transformado y transmitido por la vía de la oralidad y la praxis en torno al mundo marino-costero. En ello radica la posibilidad de existencia de un modo de vida como es la pesca ribereña. Cada especie tiene su espacio y cada uno su saber, como refiere don Toño: “La baqueta roja, por ejemplo, se pesca a unas 30 o 40 brazas de profundidad, donde todavía hay fango. El calamar gigante y el tiburón grande se captura también a lo mero hondo, a unas 90 o cien brazas de profundidad. Los tiburones pequeños o cazones se pueden capturar cerca de la orilla, revuelto con otras especies que se enredan en los chinchorros”.

En la actualidad, la reproducción de estos conocimientos sobre el patrimonio biocultural marino se encuentra en crisis debido al profundo deterioro ambiental de la región, producido por la contaminación generada por las aguas residuales de la agroindustria y la acuacultura. Asimismo, las nuevas artes de pesca también han contribuido a desplazar las formas tradicionales de aprovechamiento pesquero. Sin embargo, el trabajo que ha realizado el Centro Cultural Indígena Mayo de la Bahía del Tóbari ha permitido el registro de la memoria biocultural de los yoreme, para el conocimiento y posible refuncionalización en las generaciones futuras.


Territorio comcáac:
patrimonio de un pueblo cantor


FOTO: Margot Wholey

Jesús Ernesto Ogarrio Huitrón

En la tradición lírica del cmiique iitom o lengua comcáac, el canto va más allá de las formas convencionales de apropiación social de la naturaleza: es una forma de comunicarse con las plantas, los vientos y las aves; de navegar los mares y las estrellas; de curar enfermos; de cazar animales; de celebrar la vida y el amor; de cantar y contar batallas y mitos… Es el eco de la voz de sus ancestros.

La región biocultural donde se ubica el territorio comcáac pertenece a la zona árida de Sonora; el pueblo se distribuye en los asentamientos de Punta Chueca, municipio de Hermosillo, y Desemboque, municipio de Pitiquito. Mar y desierto conforman sus dominios: 211 mil hectáreas en territorio continental y en la Isla del Tiburón y unos cien kilómetros de litoral marino en el Canal del Infiernillo.

Su historia da cuenta de una lucha territorial de gran significado. Su primer encuentro con la Compañía de Jesús, en el siglo XVII, fue el punto de inflexión en la forma de entender sus dominios.

Desde la lógica territorial de las antiguas bandas comcáac, la lucha y resistencia frente al nuevo invasor tomó cuerpo con la defensa de su modo de vida trashumante en oposición a la tradición urbana románica de los jesuitas del Mediterráneo. El agravio a su territorio significó un agravio a su identidad, y a partir de la invasión jesuita, los levantamientos armados han sido parte de su historia. Su desventaja numérica nunca los llevó a abandonar la lucha.
Durante el siglo XIX, el desarrollo de ranchos agrícolas y la fundación de la ciudad de Hermosillo implicaron grandes transformaciones territoriales. Los comcáac fueron desplazados de sus antiguos dominios. Ya a principios del siglo XX, el desarrollo agrícola capitalista traía consigo la tecnología para adaptar los suelos e incrementar la productividad de la tierra, lo que significó el comienzo del despojo de grandes extensiones de territorios sagrados. Frente a estos hechos los comcáac reaccionaron aguerridamente, arremetieron contra los ranchos, lo cual desató la última oleada de exterminio oficial, donde se brindó apoyo militar a los rancheros de Sonora. Así se puso punto final a la resistencia indígena; pocos sobrevivieron.

Fue apenas en 1970 cuando el entonces presidente Luis Echeverría reconoció a este pueblo como propietario de una de parte de su antiguo territorio; en 1975 se le dio la concesión de la Isla del Tiburón como propiedad comunal. El territorio es entendido ahora como reserva natural y refugio de la fauna silvestre y aves migratorias.

Los comcáac preservan hasta la fecha sus actividades tradicionales de pesca y cacería, aunque ajustados al régimen y la legislación institucional. Dichas actividades se han resignificado a partir del factor mercantilista y la tecnificación y modernización de las prácticas de extracción de bienes naturales. Los comcáac de hoy han desarrollado un complejo orden de adaptación a las normas y prácticas propias del modelo desarrollista. La complejidad de su cultura y tradiciones, en proceso de cambio y continuidad, es tema para el debate en diversos planos de análisis.

Pese a la parcial extinción de un pueblo milenario, la defensa histórica del territorio comcáac adquiere un poderoso valor simbólico cuando las identidades y formas de vida se ven agraviadas en su esencia más profunda. Luchan cuando ven en peligro no sólo sus medios de subsistencia, sino su base, el origen cósmico de su cultura, de su territorio, de ese complejo sistema de conocimientos y creencias.

La construcción de sentidos por medio del lenguaje, las prácticas y los conocimientos desarrollados a partir del territorio son formas de vivir y entender la vida y con el paso del tiempo adquieren un poderoso valor simbólico.

Detrás del patrimonio biocultural del pueblo comcáac, hay una larga historia de luchas y resistencias en defensa de su territorio, con un valor significativo de dignidad y para su conservación práctica en la reproducción de la vida. Las nuevas territorialidades emergen de nuevos agravios para enfrentar a las empresas y gobiernos contra el impulso de fuertes procesos de acumulación y despojo.

Prácticas alimenticias de los pueblos
de tradición yumana en Baja California

Irais Piñón Centro Cultural Tijuana

Por miles de años, los pueblos originarios de Baja California, junto con otros pueblos, habitaron y habitan la región noroeste de México y suroeste de Estados Unidos, que incluye los estados de Baja California, California, Arizona y parte de Sonora. Todos ellos forman parte del área cultural yumana, región en donde sus habitantes son parte del mismo tronco lingüístico, el yumano, filium hokano. De igual manera tuvieron distintas prácticas culturales, entre ellas la música, danza, tradiciones orales, mitos de creación que nos hablan del hecho de haber compartido un proceso histórico común.

La presencia misional trastocó su formación económica, política, social y cultural; fueron reducidos a espacios pequeños en donde se les obligó a realizar prácticas que para ellos eran desconocidas y se les crearon nuevas necesidades difíciles de cubrir por sus condiciones de sujeción.

El misionero Francisco del Barco señalaba la incapacidad de las misiones para dar alimentos a los pueblos originarios, decía que no se producía lo suficiente en las misiones, por lo que ellos debían de regresar a sus territorios para poder sobrevivir, sin dejar sus antiguas prácticas.

Por su parte, las investigaciones de Florence Shipeck la llevan a afirmar que los pueblos de esta región practicaban la agricultura, producían maíz, frijol, calabazas, melones y sandías, información que se confirma con las relaciones de los viajeros que entraron por el Golfo de California y hablan de los obsequios de alimentos que recibieron de los cucapá y de lo que ellos vieron.

La estructura geológica sirvió para demarcar los territorios, haciendo notables diferencias entre las altas sierras, los desiertos inhóspitos y la costa. Estos espacios y barreras naturales también conformaron la gama de comunidades de plantas y animales, con bosques de encinos en los valles y piñones en las sierras, agaves y nopales en los desiertos, venados en los cerros y conejos y codornices en los chaparrales.

Estos ecosistemas distintos influyeron en el ir y venir de los pueblos, quienes tenían profundos conocimientos de lo que su entorno les brindaba en las distintas estaciones. Una especie de nomadismo estacional que se da a partir de la dominación española y que les hace perder sus conocimientos ancestrales como pueblos agricultores y sólo continúan como cazadores-recolectores, con excepción de los cucapá que siguen practicando la agricultura hasta que les son arrebatadas sus tierras.

Por ello, adaptaron su vida al árido entorno y a especializarse en la recolección de alimentos vegetales: todo tipo de flores, quelites, verdolagas, berros, frijol silvestre, cebollín silvestre, hongos, quiotes de magueyes. Entre las frutas islaya, tunas, pitayas, uvamonte (uva silvestre), hierbamora, dátil de palmilla, cacomites, biznaga, vaina de palo fierro, más de diez variedades de bellota, jojoba, manzanita, chía y piñón, alimentos que hasta hoy en día consumen durante las estaciones en que se reproducen y algunos que almacenan para comerlos durante el año.

Desarrollaron la caza mayor como el venado, berrendo y una especie de antílope, pero también cazaron cimarrones y pequeños animales como liebres, conejos, roedores, tejón, mapache, cachora y cachorón. Dentro de las aves cazaban faisanes, perdices y codornices.

En la actualidad con excepción del cimarrón siguen cazando y consumiendo venado que lo preparan como cecina y lo dejan secar. La cachora la preparan en caldo, asada y como barbacoa. La rata, ardillas, topos, liebres y el conejo los preparan en caldo y asados. Las aves también las preparan con sal y las asan.

Continúan realizando la pesca, especialmente los cucapá, quienes desde su pasado más remoto han practicado sistemáticamente la pesca, especialmente en el Golfo de California y no hace mucho tiempo lo hacían en el Río Hardy. Para ellos una especie muy valorada es la curvina golfina; con ella preparan atole de pescado, pescado al disco, pescado relleno, pescado oreado y caldo de pescado. El camarón lo comen a la mantequilla, coctel de camarón, camarón con ajo y camarón picante. También consumen almeja chocolate o pata de mula, almeja reina, ostión y otras almejas.

En este espacio tan difícil, su vida no hubiera sido posible sin un conocimiento profundo de su entorno natural, herencia de muchas generaciones y en donde la transmisión de sus conocimientos ha sido importante; de otra manera, estos pueblos originarios hubieran desaparecido.

La permanencia de los pueblos originarios de Baja California nos hace reflexionar y reconocer que es tan valiosa la sobrevivencia de comunidades en un entorno tan difícil como éste, así como los pueblos que han desarrollado una alta cultura pero que han tenido condiciones ecológicas favorables que se los han permitido.

 
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