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Veracruz, Puebla y San Luis Potosí In jiltsip an weje’, la herencia: Nelly Iveth del Ángel Flores Oriunda teenek de la Huasteca veracruzana, maestra en Antropología Social por el CIESAS-Golfo y estudiante del doctorado en Desarrollo Rural de la UAM-X
La Huasteca es una enorme región cultural de México que se caracteriza por su complejidad en muchos sentidos: la convivencia histórica de varios pueblos, tanto de ascendencia mesoamericana como europea y africana, y la presencia de diferentes nichos ecológicos, la constituyen como un área de alta concentración de diversidad agrobiológica y diversidad cultural y lingüística. Hoy en día los teenek o huastecos, el pueblo por el que esta área adquirió su nombre, se asientan en tres núcleos poblacionales, uno en la Huasteca potosina y dos en la veracruzana, dentro de lo que Eckart Boege propone como la región biocultural prioritaria para la conservación y el desarrollo “Huastecas-Sierra Norte de Puebla”. En apariencia, el grupo asentado en San Luis Potosí vive en un entorno ecológico más rico en agua, bosques y selvas, mientras que en Veracruz, las comunidades, ubicadas generalmente en la planicie costera y en zonas de sierra mediana (hasta 350 metros sobre el nivel del mar aproximadamente) habitan franjas de intensa deforestación (sobre todo como consecuencia de la ganadería extensiva), con muy poca agua y escasos remansos de alta vegetación. Pero diferentes investigaciones recientes develan la enorme riqueza biótica, y sobre todo, el conocimiento que los teenek de los diferentes asentamientos han construido acerca de ella, por el que en un proceso interconectado, naturaleza y sociedad perviven. En términos biológicos, por mencionar algunos aspectos, el pueblo teenek ya no cuenta con bosques de vegetación primaria en sus territorios, que se constituyen, por cierto, de 250 mil 712 hectáreas (0.89 por ciento aproximadamente del territorio de los pueblos indígenas en el país), pero sí contiene importantes manchones de selva alta perennifolia y subperennifolia (las selvas más septentrionales del país) y de selva mediana subperennifolia que suman 90 mil 841 hectáreas. Conservan también en sus ejidos, tierras comunales y propiedades privadas 638 hectáreas de vegetación caducifolia, tres mil 938 de bosque de encino, 425 de bosque de encino-pino, 174 de vegetación hidrófila (entre manglares y vegetación halófila) y 75 hectáreas de tular. Por su riqueza biogenética, en territorio de los teenek se han decretado cinco Áreas Naturales Protegidas, estatales y federales y en diferentes categorías: la Sierra Gorda, como Reserva de la Biosfera; la Reserva Ecológica Sierra de Otontepec; la Zona Especial de Protección de Flora y Fauna Silvestre y Acuática Bosque Adolfo Roque Bautista y los Monumentos Naturales La Hoya de las Huahuas y El Sótano de las Golondrinas. Propósitos plausibles presumen las declaratorias, lamentablemente en varios de los casos no se consultó -ni para tomar la decisión de generar el decreto ni para determinar sus implicaciones- a los pueblos que por siglos han vivido y convivido con esas áreas y cuya influencia ha sido primordial para la continuidad mutua, lo que genera algunas situaciones tensas y conflictivas al respecto. Los teenek entienden a su patrimonio biocultural, y a las prácticas, creencias y saberes asociados a éste, como parte de lo que definen como In jiltsip an weje’, la herencia, “lo que dejaron los de antes”, los antepasados divinos y humanos. Con ese concepto se refieren al legado, tanto de cosas materiales: la tierra, los animales, las plantas, las herramientas y las técnicas de trabajo, como a “lo que nos enseña qué es este mundo”, aspectos inmateriales: como los conocimientos, las costumbres, las creencias, la lengua, la música y las danzas. In jiltsip an weje’ comprende a T’aajtal, “lo que es así”, que podríamos llamar la Naturaleza y cuya característica inherente es Ejat, “lo vivo” (que incluye a los animales, las plantas y los hombres, pero también a los ríos, el sol, la tierra, las cuevas, los santos, los seres extrahumanos y otros seres y objetos que se considera que poseen alma). La herencia se constituye también de T’aajwale, “lo que se hizo”, lo hecho por el hombre, que en términos antropológicos podríamos llamar, la Cultura. Esta concepción de patrimonio biocultural justifica e incluye en el legado de los ancestros el constante proceso de enriquecimiento de las creencias, prácticas y los saberes transmitidos de una generación a otra. Indica que no sólo los reciben en herencia, sino que los interpretan y reelaboran en el proceso de desarrollo colectivo e individual y en la confrontación con las necesidades de los tiempos actuales. Veracruz, Puebla y San Luis Potosí Milpa, monte y agua: Mauricio González González ENAH / ENM-UNAM
Los abuelos de la Huasteca nahua cuentan que el padre del maíz, de Chikomexochitl, se fue un día a un lugar llamado Yohualexcan, en donde su destino corrió con la suerte de ser devorado por sus habitantes. El niño maíz día y noche esperó y esperó a su padre, mas éste no volvió, por lo que decidió pedirle a su madre un itakatl de siete tamales para irle a buscar. Al llegar a aquel lugar, cruzó un río y encontró al Patrón, al Dueño de los animales, quien le tendió una trampa: le dio de comer mucha mojarra para que, cuando estuviera lleno, lo devoraran. Sin embargo, el niño maíz comió y comió sin empacho. Viendo esto, el jefe de Yohualexcan prefirió hacer una apuesta con él. Debajo de un árbol, le aventaría una piedra al niño maíz; si no le pasaba nada, éste arrojaría otra contra el Patrón. El niño aceptó. El Dueño de los animales arrojó una gran roca contra Chikomexochitl, la que se desmoronó al momento de chocar contra el itacate del niño, quien después le arrojó los siete tamales y con ello le dio fin. Después, recogió los huesos de sus víctimas que yacían detrás del monte, e hizo despertar a su padre. Al ir de regreso a su casa, ambos oyeron al pájaro papán, el pájaro chismoso, que al cantar “pa-pan, pa-pan”, hizo saltar al padre del maíz, quien en ese movimiento se convirtió en venado. Chikomexóchitl lo agarró por la cola y sin querer se la cortó. Su padre no quiso que le vieran así, por lo que le pidió que le dejara en el monte y fuera al lado de su madre. El niño maíz obedeció, mas lo hizo montado en el pájaro papán, a manera de castigo. Al llegar con su madre el pájaro papán volvió a cantar, lo que provocó que ella saltara y se convirtiera en venado también. Así, ella pudo reunirse nuevamente con su esposo, allá, en el monte. Tata Jesús, curandero de Huexotitla, en Ixhuatlán de Madero, Veracruz, solía en vida contar kuentos que los “pasados” le narraron. Antes de cada “costumbre”, es decir, del ritual vernáculo ofrecido a los “Dueños”, recortaba una infinidad de figuras antropomorfas de papel que servían de “ropa” para los “Patrones”. Es por medio de esas narrativas como nos llegan noticias de cómo nacieron los animales, de sus cualidades, de cómo es el mundo de los muertos, pero también el monte, elementos propios de su culinaria y los apegos. En ellos aparece una sociedad habitada por entes cuya jerarquía impone respeto y cuidados que no han de obviarse, pues la existencia del mundo puede ponerse en vilo si ello no se realiza. Así, una política de intercambio cosmológico se ejerce como forma privilegiada de hacer comunidad. Así, todo ritual convoca a diversos númenes a que asistan al convivio, tal como los humanos lo hacen en las parcelas y fiestas. Al son de canarios llega el Viento, la Santísima Sirena (Dueña del agua) junto a sus achanej, el Trueno y Relámpagos, Padre y Madre Tierra, el Fuego y numerosos Cerros Patrones. Pero hay un tipo de entidades cuyo lugar es especial, el reservado a aquellos recortes que visten manta, a la manera del masesual, del campesino nahua: las Semillas. En un pequeño chikiuitl (canasta) varios recortes de hombre y de mujer son atados en pareja. Son los tonalij o espíritus de las Semillas. Todos están y todos bailan al ir a la limpia o al andar hacia el pozo o al altar del cerro. La calabaza, el chile, el ejote, el cacahuate, el frijol, el camote, el plátano, la naranja, el epazote, el chayote, la guayaba, la cebolla y, con especial cariño, Chikomexochitl y Makuillixochitl, espíritu masculino y femenino del maíz, héroes culturales. Si la milpa huasteca es una que aún se considera de subsistencia, ello ha de tomarse como la que brinda las condiciones cosmológicas de posibilidad de la vida y su diversidad. No obstante, esta biodiversidad ha sido impactada desde el siglo XVII por la introducción de ganado y la tala inmoderada, siendo hoy día una de las fases más inmoderada en este aspecto, donde la afrenta cobra mayores dimensiones al incluir también a su agrodiversidad y diversidad cultural, pues proyectos mineros como el de Naopa, en Molango o el megaproyecto petrolero Aceite Terciario del Golfo, que abarca por lo menos 16 municipios de Veracruz y Puebla, obvian la vocación productiva de estas tierras, de sus Dueños, pueblos y costumbre. Mas donde hay opresión hay resistencia, y las comunidades huastecas nunca han sido la excepción. Ecos de múltiples voces opositoras suenan ya.
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