errado el ciclo de las reformas neoliberales, reflejo del poder del capital monopólico, corporativo y globalizado en el mundo, que dará una nueva vuelta de tuerca a la explotación del trabajo humano y del trabajo de la naturaleza, procede revisar y replantear la estrategia de la resistencia ciudadana en defensa de la vida, la historia, la cultura y la patria. Al menos se puede observar que la conquista del poder político por medio del voto se torna cada vez más una empresa imposible, dado el creciente deterioro de las instituciones, hoy convertidas en instancias destartaladas o mera utilería. Sólo una mente ingenua (o cínica) puede sostener que la democracia existe en México. Tres fraudes electorales, la sujeción de los poderes Legislativo y Judicial a la tiranía del Ejecutivo, la infinita corrupción de los políticos, el control sobre la mayor parte los medios de comunicación (televisión, periódicos, radio) y la complicidad de la clase política con el capital nacional y transnacional, hacen ver a la voluntad ciudadana como un espejismo. La segunda opción, el derrocamiento del gobierno por medio de la vía armada, que está en las mentes y labios de cada vez más mexicanos, no sólo es un camino inviable y descabellado, sino una invitación al retroceso en una época donde la información, el conocimiento, la organización y la conciencia se ven facilitados por los medios masivos de comunicación y por la educación.
Queda una tercera vía, que cada vez más mexicanos adoptan y practican por todos los rincones del país: la desobediencia civil. La creatividad de los ciudadanos no parece tener límites. En su versión completa, profunda y radical, este camino desemboca en la creación de territorios liberados, espacios que no se oponen al sistema de manera frontal, sus valores, prácticas y visiones del mundo, sino que simplemente les dan la espalda, para mantener o construir en el aquí y el ahora una sociedad diferente, no importa que ese acto de creación y construcción se realice en pequeños territorios de escala local, municipal o micro-regional.
Esta vía, que en esencia es un ejercicio del poder social o ciudadano, se ha alcanzado por diversos caminos: la insurrección armada (el EZLN en Chiapas), el consenso ciudadano articulado y validado jurídicamente (municipio de Cuetzalan, Puebla), un impulso independentista (el nuevo municipio de Cacahuatepec, cerca de Acapulco, Guerrero), la autodefensa ante la inseguridad (unas 300 comunidades de Guerrero, Michoacán, y otras entidades), defensa de los recursos forestales (municipio de Cherán, Michoacán), o una simple tradición histórica (los 418 municipios, casi tres cuartas partes del total, que en Oaxaca se rigen por el sistema de usos y costumbres, una práctica que se remonta al siglo XVI y que fue convalidada por la legislación estatal en 1995).
¿Qué dimensiones alcanza este proceso de autogestión territorial? Hagamos un recuento echando mano de la cartografía. Como se muestra en los tres mapas anexos*, el tamaño de los territorios que de una u otra forma transitan con diferentes matices esta vía alcanza proporciones nada despreciables. En Chiapas, los cinco caracoles neozapatistas agrupan 25 municipios y cientos de comunidades (mapa 1). El recuento actualizado de las autodefensas en Guerrero abarca 60 por ciento del territorio estatal (mapa 2). En Oaxaca los municipios que se gobiernan mediante métodos tradicionales y sin partidos políticos alcanzan la mayor parte del territorio. En Michoacán el dato más reciente es de 21 municipios y 72 comunidades que se autodefienden (mapa 3). Otras regiones que van en el mismo camino pueden identificarse en Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Tabasco y Veracruz. Una gran coalición de todas estas regiones pondría a temblar a los poderes fácticos.
En todas estas experiencias la palabra clave es comunalidad. Y lo es porque justamente representa la filosofía opuesta a las ideas que pregona y practica la civilización moderna, industrial y capitalista. La comunalidad hunde sus raíces en la tradición mesoamericana, basada en las decisiones colectivas, la cooperación y reciprocidad, el respeto a los procesos naturales, la opinión de los mayores, la justicia comunitaria y el buen vivir. Ver antología sobre el tema.
¿Se puede afirmar que todos estos son territorios liberados? No, especialmente en los ejemplos de auto-defensa donde lo único que se ha logrado es expulsar a las autoridades corruptas para restaurar la seguridad y la paz. Ese es apenas el primer paso. Un territorio liberado implica el control social sobre bosques, pastos, agua, tierras agrícolas, lagos, lagunas y ríos, minerales, comunicaciones, propiedad agraria, etcétera. Y ello supone autogobierno, autosuficiencia y autonomía. Por ello, la liberación implica pasar de la resistencia a la construcción de proyectos. Por fortuna existe en México toda una tradición de ejemplos exitosos con antigüedades de hasta tres y cuatro décadas en unas 20 regiones del país. Y hay rasgos comunes: democracia participativa, apoyo de técnicos e investigadores comprometidos, una clara alianza con la naturaleza, acumulación colectiva de capital, agroecología, mercados justos, etcétera. Son lecciones vivas de la reciedumbre, la creatividad, la memoria histórica y la fuerza por vivir con dignidad, que es propio de los pueblos. Siguen entonces dos cosas: reconocer, apoyar, consolidar, multiplicar y extender esta vía; y alcanzar los núcleos urbanos, donde la acción ciudadana debe tomar el control de manzanas, edificios, barrios, unidades habitacionales. Entonces la historia comenzará a girar hacia otro lado.