l año del Pacto y las grandes reformas estructurales concluye sin ponerle piso a la solución de la crisis que corroe a la sociedad mexicana, esa que desalienta toda esperanza y contamina las ideas salvadoras, vengan de donde vinieren. Una parte muy importante y no siempre visible de la gente se siente defraudada aunque todvía no consiga expresar sus verdaderos sentimientos, habida cuenta la campaña sin cuartel desatada por el gobierno para ahogar las críticas bajo una montaña de falacias y promesas.
La Presidencia está feliz porque según su estrecha visión del Estado y de la historia, ha puesto punto final a mitos y tabúes
, reduciendo los temas de la soberanía a un asunto de negocios millonarios, aunque sabe que la cuestión energética seguirá pendiente, pues forma parte objetiva de nuestro presente y futuro.
Definir los atributos de la reforma aprobada (aun antes de expedir las leyes secundarias) a partir de los supuestos beneficios que ésta traerá a los consumidores, sin referirla a lo que en el lenguaje constitucional significa la nación, es parte de la gran mentira que nos han venido contando desde hace ya varias décadas cuando se inició el deshuace del régimen de la Revolución Mexicana.
Desde entonces, México vive una extraña crisis de provisionalidad, de inmadurez para crecer y transformarse a sí mismo sin extraviarse en el camino. Algo pasa con los grandes planes, pues entre los proyectos y sus resultados hay un vacío que no suele explicarse a satisfacción ni siquiera por sus patrocinadores. Si a principios de los 90, justo a la hora del fin de la historia, la élite gobernante se pasaba con todas sus armas al enemigo
ideológico para comandar la modernización, hoy más de 20 años después y muy a pesar de los cambios ocurridos, la sociedad mexicana observa cómo el poder recicla la retórica, pero no intenta siquiera analizar el mundo en que se inserta. Admite la globalidad tal como lo definen los poderes hegemónicos sin cuestionarse sus fines ni el lugar que en él debía ocupar nuestro país. Tiene un discurso hacia fuera y otra hacia adentro donde predica la unidad y el bien común, pero ni siquiera simula tener un proyecto de país a no ser el dominio de las recetas neoliberales.
Para completar la tarea, les resultaba indispensable despedazar el proyecto programático
contenido en la Constitución , aunque fuera para tener las manos libres a la hora de buscar el Gran Arreglo con el capitalismo en esta hora de crisis y recambio de fuerzas.
Sin una transición pactada
para transformar el viejo régimen se impuso el estira y afloja de los sujetos participantes, el tacticismo por encima de cualquier estrategia reformadora que no fuese la reiteración de los códigos importados de la globalización. No se completó la transformación democrática del régimen político ni se combatieron las prácticas excluyentes de las instituciones marcadas por la corrupción.
El interés general quedó subsumido a las ambiciones imperiosas de la élite que puso a los políticos panistas, como Fox, a su servicio, sin atender la sustancia de los más graves problemas nacionales. La democracia adquirió destellos caricaturescos y un filo autoritario en el desafuero a López Obrador, con lo cual el cambio dejó ver su principal falla estructural
: la dependencia de la política a los nuevos poderes fácticos.
El resultado, como bien ha puntualizado Mauricio Merino, no es el estado democrático que las mejores cabezas de Mexico habían imaginado, sino un sistema ineficiente, disfuncional, erigido de manera pragmática, que se explica sólo por las decisiones de las fuerzas capaces de imponer su voluntad en cada momento coyuntural.
Ese régimen erosiona el federalismo y centraliza el poder, privilegiando el acuerdo cupular partidista sobre el funcionamiento regular de las instituciones representativas. Pero sobre todo estanca la participación ciudadana, la vuelve un lujo innecesario que la manipulación mediática podría sustituirla.
El gran problema para la gente común y corriente, los ciudadanos, es que este modelo
no contribuye a solucionar la contradicción entre los intereses de esa minoría privilegiada y los de la mayoría de los mexicanos. Si detrás de la transición está el impulso para acceder al voto libre
, también es cierto que la sociedad pretende construir una sociedad más justa en todos los órdenes.
Disminuir la desigualdad es un imperativo democrático que las políticas públicas no han satisfecho. Algunos ilusos piensan que lo primero es crear riqueza y luego repartirla, sin atender a otros mecanismos probados de distribución del ingreso que a su vez tendrán consecuencia positivas para el desarrollo. Ahora, al calor de la desnacionalización, se traen a colación los datos de la crisis, aunque no se dice hasta qué punto los mismos inversionistas que recibirán en bandeja de plata la oportunidades de explotar la renta son parte del conglomerado que tiene en un puño el destino de la humanidad.
Frente a la caída de los ingresos de millones, escribe Noam Chomsky, “los beneficios empresariales están rompiendo los registros, la riqueza más allá de los sueños de la avaricia se acumula en poder de los que cuentan, el trabajo se ve seriamente debilitado por la represión sindical y la creciente inseguridad del trabajador
, para usar el término que Alan Greenspan utilizó para explicar el gran éxito que logró la economía, cuando aún era San Alan
(Sin permiso)
La urgencia de combatir las reformas desnacionalizadoras obligará a replantearse en serio el proyecto de país, la necesidad de dar la batalla de las ideas contra el catecismo neoliberal y nuevas formas de articulación de la protesta cívica. Esa es la tarea de hoy.