ace muchos años que no llegábamos a las fiestas navideñas bajo tanta presión social, tanta angustia e incertidumbre acerca del futuro. En todo el país, pero en especial en la ciudad de México, se escucha el confuso aleteo que presagia un año próximo cargado de malos augurios, de todo tipo, pero en especial económicos, que se derivan de las alzas en los precios, del aumento de impuestos, del costo de la vida en general que se eleva, frente a un aumento irrisorio en el salario mínimo y, en primerísimo lugar, por el atraco energético.
En el Distrito Federal y en el cinturón pobre de municipios cercanos, uno de los golpes más duros a la economía popular ha sido el aumento de dos pesos en el costo del Metro; parece poco, pero para muchísimas familias que viajan de muy lejos al trabajo, a la escuela, a otras actividades, que no ven posibilidades de incremento de ingresos, el aumento del pasaje, que a otros parecería insignificante, a ellos, a muchísimos, les significará disminución en alimentos, ropa, útiles escolares o en otros gastos elementales; una gota más para colmar el vaso de su pobreza extrema y su indignación.
Sería un gran alivio que el aumento se redujera y se hicieran economías en muchos renglones en los que, sin ser economista, un simple observador de lo que pasa, ve, percibe un gasto excesivo que a veces llega a lo suntuario y toca por momentos lo extravagante.
Me refiero a publicidad, exceso de aparato en las ceremonias oficiales que se multiplican en informes, inauguraciones y banderazos de salida y otras frivolidades que bien podría suprimirse o moderarse. Y no me refiero sólo a los gobiernos delegacionales y al local, en realidad estoy pensando especialmente en el federal y sus viajes de utilidad dudosa, sus campañas publicitarias, comitivas, celebraciones y sueldos exorbitantes.
Se ha dicho hasta el cansancio que no puede haber impunemente y sin consecuencias, que pueden ser graves, un pueblo pobre, cada vez más pobre, frente a una clase dirigente ostentosa, riquísima, ahíta de todo y dispuesta a seguir enriqueciéndose aún más.
Otra vez, la capital del país, la gran ciudad de México, puede tomar la delantera, un paso que se le reconocería por tirios y troyanos, pero especialmente por la densa masa popular que, al contrario de lo que se piensa, tiene su opinión y está politizada; al doctor Mancera serviría frenar el alza al Metro o, al menos moderarlo, antes y más que a nadie.
El dinero para mantenimiento, para obras de ampliación, para servicios, puede obtenerse de economías, recortes posibles y cuidado en los gastos superfluos. Puede pensarse también en aumentar el precio del arrendamiento de locales y áreas publicitarias y no cargar todo a los usuarios.
El doctor Miguel Ángel Mancera colaboró en un gobierno que fue un ejemplo de austeridad y cuidado en el gasto, que empezó disminuyendo los salarios y elevadas prestaciones de los altos funcionarios de la administración y que se comprometió a no incrementar impuestos y costos; desde luego, entonces, los poderes Judicial y Legislativo del Distrito Federal comprendieron entonces y apoyaron el esfuerzo. Igual se les podría solicitar hoy.
El impacto en la economía popular sería percibido por todos y sus efectos benéficos para la inquieta y avispada colectividad de la capital; José Ángel Conchello en uno de sus libros, creo que en Agonía y esperanza o El trigo y la cizaña, decía que un peso que se rebaja de impuestos (agregaría también de derechos y servicios) es un peso que gastará el pueblo en otras cosas, dinamizando con ello la economía y alentando el ánimo de quien puede hacerlo aun que sea en mínima proporción. La angustia de la gente, las carreras de fin de año, el agobio de nuevos impuestos y nuevas formas de pagarlo y de estar bajo el control estatal, la burocracia excesiva, tendrían con una disminución en el costo del transporte popular una inigualable válvula de escape.