on la promulgación de la reforma energética se ha concluido un ciclo iniciado en los 80.
Ese ciclo se inició marcado por la ruptura de la coalición gobernante que condujo el país desde los 60 y que implicó la hegemonía de la burocracia política, con una creciente participación de una clase empresarial desde el principio de matriz comercial salvo la excepción del reducto regiomontano; y que integró a las nuevas clases medias urbanas. Desde el principio el empresariado basó su progreso en los negocios del Estado: contratos, concesiones, información privilegiada. El rol clave en ese sentido lo jugaron las empresas del Estado como CFE, Pemex, Conasupo, que además de impulsar al empresariado conformaron un segmento empresarial propio surgido del manejo discrecional de la renta de las empresas públicas.
Las crisis de finales de sexenio y la imprevisibilidad de la clase política fue quebrando el nexo privilegiado de la burocracia política con el empresariado al grado que franjas importantes de éste decidieron apostar con el PAN por otra burocracia política que sustituyera a la priísta.
Entre las clases medias la impugnación al antiguo régimen ha sido aun más frontal a partir de 1968. El arreglo que había permitido a las clases medias urbanas mantenerse de manera destacada en la coalición gobernante se expresaba en mejoría económica a cambio de pasividad política. Y aunque no dejaron de haber sistemáticos brotes de movilizaciones sociales no fue sino hasta 1968 que el mensaje de las clases medias urbanas fue claro: queremos también participar. Las crisis económicas sucesivas terminaron sellando una ruptura de las clases medias con el régimen político que expresa sobre todo en clave anti-política.
Finalmente la propia burocracia política se transformó a través de la escisión política. No sólo la Corriente Democrática que fue el momento mayor en términos simbólicos, sino las escisiones que antes y después han ocurrido permitieron al sector tecnocrático comenzar a ejercer su dominio débil y frágil en el terreno político.
Con la promulgación de la reforma energética también se cierra el ciclo de la ideología de Estado denominada nacionalismo revolucionario. Tanto Cossío Villegas como Reyes Heroles y Narciso Bassols advertían en los 40 el fin del ciclo propiamente de la Revolución Mexicana. Pero es quizás el Movimiento de Liberación Nacional impulsado en los 60 por el propio general Cárdenas la última iniciativa auténtica por agrupar al nacionalismo revolucionario buscando recuperar el poder político que poco a poco perdió. En otra vertiente el nacionalismo revolucionario como ideología de Estado dejó incluso de tener ese efecto encubridor de las ideologías de Estado –como ocurrió con el socialismo en la era Brezhnev– conforme avanzaba en México la hegemonía de un capital financiero construido y desarrollado sobre la base del despojo y la corrupción.
Con la promulgación de la reforma energética se cierra también el ciclo del PRI como partido heredero de la Revolución Mexicana –ese mito fundador del régimen autoritario. En sentido estricto sí hay un nuevo PRI. Lo nuevo es la manera cómo llega nuevamente al gobierno –a través de unas elecciones aun cuando insatisfactorias en términos de transparencia, dado que el PRI había sido un producto del propio Estado. El propio personal político del PRI se comporta como si estuviera en los 50 sin entender que un nuevo régimen también requiere un cambio radical del personal político.
El fin de estos tres ciclos indica inequívocamente que nos encaminamos por la azarosa vía de la fundación de un nuevo régimen político. Aún con obvias incertidumbres sobre el trazo de ese nuevo régimen, aparece en la reforma política más que en la reforma energética, un signo de lo que buscan las fuerzas hegemónicas con ese nuevo régimen: pasividad ciudadana.
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