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TLCAN: Un mar de Marcy Kaptur Congresista, Noveno Distrito del Congreso de Ohio Acuerdos de libre comercio (TLCs) significan diferentes cosas para diferentes personas. En general, se supone que buscan mejorar el bienestar económico de los países participantes. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue el primer acuerdo comercial entre los países desarrollados y en desarrollo. Este nuevo tipo de modelo de comercio pretendía hacer grandes cosas para cada nación y muchas promesas surgieron, incluida la de mejorar el bienestar económico de las naciones participantes. En realidad, las promesas de los promotores del TLCAN se han roto una y otra vez. Me gustaría repasar algunas de las promesas claves hechas cuando se impulsó el TLCAN: Promesa hecha: el TLCAN significa empleos. El presidente Bill Clinton dijo durante la firma del TLCAN: “El TLCAN significa puestos de trabajo. Empleos en Estados Unidos (EU), y empleos bien pagados en Estados Unidos”. Específicamente, el gobierno de Clinton dijo que el TLCAN crearía 200 mil puestos de trabajo. Gary Hufbauer y Jeffrey Schott, del Instituto Peterson de Economía Internacional, proyectaron que el TLCAN crearía 170 mil nuevos puestos de trabajo netos en EU. La Administración Clinton frecuentemente citó esas cifras también. Además, el entonces presidente mexicano, Carlos Salinas, afirmó que el TLCAN aumentaría la capacidad de México para exportar productos. Esto a su vez ayudaría a crear empleos en México. Promesa rota: la pérdida de empleos del TLC. La pérdida de empleos en Estados Unidos a partir del TLCAN se puede medir de muchas maneras. Un estudio del Instituto de Política Económica estima que un millón de empleos netos se han perdido desde que entró en vigor el Tratado. Según datos oficiales del Departamento del Trabajo de Estados, desde entonces en EU se han perdido: casi cinco millones de empleos en la manufactura; 200 mil en la manufactura de partes de vehículos de motor; cien mil más en la manufactura de vehículos de motor, y 170 mil empleos en explotaciones agrícolas familiares. En este renglón México también ha sufrido como resultado del TLCAN. El desempleo en México se duplicó prácticamente entre 2000 y 2004. De 1993 a 2004, se perdieron casi dos millones de empleos agrícolas en México. Tan sólo en la producción de maíz en México se han perdido más de un millón de puestos de trabajo. Promesa: superávit comercial. Los promotores del TLCAN, particularmente Hufbauer y Schott, dijeron que éste permitiría grandes superávits comerciales para Estados Unidos. El presidente Clinton afirmó que EU se beneficiaría debido a un mayor acceso al mercado de consumo de México. Dijo literalmente que el Tratado conduciría a un “boom de las exportaciones a México”. Promesa incumplida: déficits comerciales. Los déficits comerciales se producen cuando un país está aceptando o importando más bienes extranjeros de lo que produce para vender en los mercados extranjeros. En términos generales, las importaciones desplazan a los productos producidos en el país por los trabajadores locales. Los déficits comerciales acumulados desde que inició el TLCAN son alarmantes. Los déficits comerciales comenzaron inmediatamente después de que el TLCAN entró en vigor. En 1993, el año previo al TLCAN, EU tenía un superávit comercial de mil 600 millones de dólares con México. Un año después de iniciado el TLCAN, ese superávit se convirtió en un déficit de 15 mil 800 millones. Hoy, EU tiene un déficit comercial de 61 mil 600 millones con México. He aquí más datos reveladores sobre los déficits comercial ocurridos desde que el TLCAN entró en vigor en 1994: 1.5 billones de dólares de déficit comercial acumulado de EU con sus socios del Tratado; 757 mil millones de dólares déficit comercial acumulado de EU con México; 800 mil millones de dólares en déficit comercial acumulado de EU con Canadá, y el déficit comercial de EU pasó de 98 mil millones de dólares a 534 mil millones durante el TLCAN. El desequilibrio en el comercio entre los socios del TLCAN persiste hoy día. A partir de 2012, Estados Unidos tiene un déficit comercial con México en las siguientes industrias: 31 mil millones en vehículos de motor; 13 mil 700 millones en piezas de vehículos de motor; 11 mil 400 millones en equipos de audio y video, y ocho mil 400 millones de dólares en equipos de comunicaciones. Cuando el TLCAN se debatió, argumenté que debía implicar un modelo democrático de desarrollo del comercio, respetuoso del Estado de Derecho, tal como ocurre con Europa, Canadá, Nueva Zelanda y Australia, que se unen con el objetivo de elevar los niveles de vida de la gente de cada país. Lo que se hizo fue exactamente lo contrario. Economías mucho muy diferentes se vieron obligadas a integrarse, y esto ha producido daños colaterales a las personas y comunidades. Como resultado de décadas de subsidios gubernamentales, la agricultura de EU fue más eficiente y ocupó una posición mejor que la de México antes del TLCAN. Por lo tanto, los ganadores fueron las multinacionales comercializadoras de granos y los perdedores fueron los pequeños agricultores de México, que estaban entre los más pobres del continente. El TLCAN hizo a estos agricultores aún más pobres y en muchos casos los despojó de su tierra. El TLCAN creó incentivos para que la industria automotriz estadounidense enviara al exterior su producción principal. En consecuencia, casi 40 por ciento de todos los empleos de automóviles en el continente se encuentran en México. Esos empleos pagan a los trabajadores mexicanos mucho menos que un salario digno y ello perpetua el ciclo de la pobreza, misma que supuestamente iba a ser enfrentada por el TLCAN. Mientras tanto, en EU los trabajadores del sector automotriz vieron que sus fábricas eran cerradas y trabajos sindicalizados de la clase media se desvanecieron junto con los contratos de trabajo. Esto se repitió en una industria tras otra en ambos países. El TLCAN fue un gran negocio para las corporaciones multinacionales. Se golpeó a la clase obrera industrial. Estados Unidos debió haber seguido el modelo de la integración de España y Portugal en la Unión Europea, con la asistencia para el desarrollo integrado en el acuerdo como un precepto fundamental. Así, el comercio creciente habría producido los ingresos necesarios para la infraestructura y la inversión en el progreso y bienestar de las personas. Desafortunadamente, el modelo de EU apostó por lo bajo, no por lo alto. A medida que nos acercamos a los 20 años de TLCAN, espero que demos a conocer sus fracasos y promesas incumplidas, con el fin de estimular la acción para hacer los cambios necesarios. Los pueblos de Estados Unidos y de México se merecen algo mejor. El tratado, la migración Gaspar Rivera-Salgado
Cuando se aprobó la versión final del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), no contenía definiciones específicas sobre el proceso de migración de trabajadores mexicanos a Estados Unidos (EU), algo por demás insólito en un tratado internacional cuya ratificación en el Congreso estadounidense dependía en gran medida en la promesa de que controlaría el flujo de trabajadores indocumentados de México a su territorio. Se hizo evidente muy pronto que el TLCAN era una propuesta de “zona de libre comercio” debido a que las reglas que dispone definen cómo y cuándo se eliminarán las barreras arancelarias para conseguir el libre paso de los productos y servicios entre las tres naciones participantes. Los acuerdos bilaterales en torno al medio ambiente y a trabajo tampoco tomaron el tema de migración directamente. Habría que recordar que el debate sobre el TLCAN se daba en el contexto de una sostenida migración de trabajadores migrantes a EU que fue de 170 mil anuales en los años 80’s a un promedio 500 mil para finales los 90’s. Después de cuatro décadas de migración de mexicanos hacia EU sostenida desde los 70’s, que implicó a más de 12 millones de personas —más de la mitad de ellos indocumentados—, finalmente el flujo migratorio neto ha parado. Sin embargo, a 20 años de su implementación, vale la pena reflexionar sobre el efecto que el TLCAN ha tenido sobre esta migración. La ortodoxia económica neoliberal falló. La premisa de que un aumento del flujo comercial entre los dos países propiciaría una reducción del flujo migratorio probó ser errónea desde el principio de la implementación del TLCAN, cuando el promedio del flujo de migración pasó de un promedio anual de 330 mil entre 1990-93 a 370 mil en 1994, el año en que entró en vigor el acuerdo comercial. Para el 2000, el flujo había aumentado a un promedio anual de 550 mil. Hoy es un lugar común pensar que el TLCAN fue un mal acuerdo para México, pues eso se desprende al revisar los indicadores más importantes sobre crecimiento económico, producción de empleo, efectos negativos en la agricultura e índices de pobreza a escala nacional. Ni qué decir de la creciente dependencia de la economía mexicana de la estadounidense. Todo esto sin los beneficios que debió traer la creciente inversión directa extranjera al país. El mapa de la economía mexicana cambió después de la implementación del TLCAN. Walmart abrió su primera tienda mexicana en 1993; ahora esta empresa es el mayor empleador privado de México con más de 200 mil trabajadores y más de 700 sucursales en más de 60 ciudades del país. Por supuesto, la demanda de empleo rebasa la oferta, y el sueldo real se ha mantenido estancado por más de una década. También se estima que unos 28 mil negocios medianos y pequeños han cerrado como consecuencia directa de esta expansión agresiva de Walmart en México. Pero si queremos ver políticas públicas que en verdad tienen efectos en el tamaño y la forma del flujo de la migración de trabajadores mexicanos deberíamos considerar las políticas de migración implementadas unilateralmente por Estados Unidos y no los tratados comerciales bilaterales. No ha habido ningún esfuerzo plenamente bilateral en asuntos migratorios desde el Programa Bracero que se puso en marcha de manera semi coordinada a escala binacional entre 1946 y 1964 y en el que participaron casi cinco millones de trabajadores mexicanos sufriendo un número enorme de injusticias y violaciones a sus derechos laborales (http://braceroarchive.org). La siguiente reforma migratoria importante se implementó en 1986 con la llamada Ley de Control y Reforma de la Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés), firmada por el presidente Reagan, con la que aproximadamente tres millones de trabajadores indocumentados lograron legalizarse, 2.3 millones de ellos eran mexicanos. La IRCA, al igual que el TLCAN, no disminuyó el flujo de trabajadores migrantes sin papeles. De manera paradójica, en 2007 el Pew Hispanic Center (http://www.pewhispanic.org/) estimaba que había en Estados Unidos 12.2 millones de indocumentados, 52 por ciento de los cuales, o sea más de seis millones, eran mexicanos.
La administración del presidente Obama, en un intento por responder al incremento del flujo de trabajadores indocumentados, ha hecho uso de múltiples medidas administrativas, la principal son los cuerpos de policías municipales en cientos de entidades en EU, por medio de convenios con la Secretaría de Seguridad de la Nación (Homeland Security). Las deportaciones han aumento de manera sin precedente al grado de que han alcanzado 400 mil en promedio anual y han rebasado ya los dos millones en lo que va de su administración, en los pasados cinco años. Se calcula que casi 75 por ciento de los migrantes deportados son de origen mexicano. Claramente, el TLCAN ha fracasado y no ofrece un marco de coordinación binacional mínima para tratar el complejo asunto migratorio. Las deportaciones masivas bajo la administración del presidente Obama son el indicador más claro de esto. Sin embargo, no basta que existan situaciones tan dramáticas como las que experimentan las innumerables familias separadas por estas deportaciones masivas para que se los gobiernos, tanto en México como en Estados Unidos, rompan con la inercia colectiva en la que nos encontramos. Esto es trágicamente una falla de la imaginación colectiva y del coraje para proponer medidas como la renegociación del TLCAN para mejorar los destinos de las mayorías de las poblaciones en ambos países.
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