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Comunidades zapatistas, a dos décadas del clarinazo Margarita y Mingo
Gaspar Morquecho La Margarita yel Mingo son una pareja zapatista. A mediados de la década de 1980, Adela y yo fuimos invitados por ellos para ser padrinos en su boda. Alguna vez narré parte de la ceremonia. Ya era noche, no había luz eléctrica y el lugar se iluminaba con velas y veladoras. La Margarita y el Mingo estaban de rodillas sobre un petate y mirando al piso escuchaban los consejos de las y los mayores. No tengo la menor idea del lugar ni de que pasó antes o qué siguió después. La único que recuerdo de la boda de la Margarita y el Mingo es esa imagen de la ceremonia. Para entonces Margarita y Mingo tenían años Construyendo el Reino desde la Palabra de Dios. Con los pies en la tierra, es decir, pasando de lo simbólico a lo concreto, participaban activamente en la creación de colectivos en pequeñas unidades de producción agropecuaria que involucraban a las mujeres y a los hombres de varias y pequeñas comunidades vecinas. Algunos pobladores de esas comunidades sentían que la Palabra de Dios y la Construcción del Reino los llevaba al enfrentamiento con los poderosos. En el siglo XX la profecía se seguía cumpliendo: las familias y las comunidades se dividían por la Palabra. Indios tsotsiles migrantes fundaron esas pequeñas comunidades. Compraron las tierras por ahí de 1920 o 1930. Sus pobladores por siempre han sido indígenas pobres entre los indígenas pobres. Me temo que no han cambiado mucho. Sus pequeñas parcelas eran poco productivas, eso los obligó a rentar predios en Tierra Caliente a cuenta de la cosecha de maíz y a buscar trabajo asalariado en los centros urbanos. Las mujeres lavaban ajeno; se empleaban temporalmente en la ciudad; vendían manojos de rajas de ocote y algo de fruta de temporada, y recogían del monte varas que vendían para la manufactura de cohetes para las fiestas que se celebran a lo largo del año. Se encargaban de la crianza de las y los hijos. También de los animales de corral que por lo general vendían en el mercado ladino. Abandonando los atuendos de sus lugares de origen, las mujeres adoptaron otra vestimenta que las distingue. Sin fuentes de agua, las mujeres bajaban a la ciudad a abastecerse de ella, a hacer aljibes para almacenar algo de agua amarillenta o compartir con los animales el agua de lluvia que por ahí en algún bajo quedaba estancada. Algunas comunidades contaban con pequeños tanques en los que almacenaban agua de la temporada de lluvia. Las emprendedoras mujeres, más de una vez, vieron cómo se debilitaba o fracasaba el “colectivo”. Sin embargo, para sobrevivir en las márgenes no queda de otra que caminar y resistir. De otra forma, te hundes. Las mujeres y los hombres de esos pueblos optaron por la organización. Caminan y resisten en medio de grandes dificultades. Ahí están las imágenes de sus jornadas pacíficas en la década de 1980 por tierra, trabajo, alimentación, libertad y paz. Demandando caminos, electrificación, centros de salud, sistemas de agua. En su caminar, formaron sus agrupaciones, se aliaron con otras y fueron testigos de cómo el Estado las partía, como se desintegraban y cómo algunos dirigentes se doblegaban, se vendían. Como quiera, continuaron en la resistencia, caminando, luchando por una vida justa y digna. Ahí están las imágenes del 12 de octubre de 1992. Para entonces, la idea de la lucha armada se había encarnado. Mujeres y hombres de esas comunidades se habían sumado. Conscientes, sabían que estaba en juego la vida de ellos y de sus hijas e hijos. No le entramos pero tampoco los abandonamos. Quizás por eso nos visitan de cada en cuando. Diez años después, el uno de enero de hace casi dos décadas, cientos de ellas y ellos nos sorprendieron. Con las armas en la mano se hicieron ver y escuchar. Las fuerzas armadas federales atacaron a sus comunidades por cielo y tierra. Veinte años después, me parece que económicamente las cosas en esas comunidades no se han modificado sustancialmente. La fragmentación comunitaria, familiar, política y religiosa continúa. Hay algo más de infraestructura y me cuentan que están a punto de terminar la pavimentación de un camino y que siguen gestionando la construcción de ollas de agua. Con ese entorno social, las bases de apoyo zapatista construyen su Autonomía. Un Mundo Nuevo. El suyo. Ya no están en las márgenes. Margarita y Mingo estánen el afuera. Con una historia de un poco más de 30 años de caminar, resistir y luchar por una vida justa y digna. Cuando nos buscan por ahí, compartimos un poco de café, un poco de pan y la palabra. Recuerdan que en la Chiltak y en casa siempre se abría una puerta y que tienen un lugar en nuestro corazón. No hace mucho la Margarita y Mingo fueron a visitar a Adela, su madrina. Adela es una mujer con un largo caminar en pueblos campesinos y colonias populares y décadas en comunidades indígenas en Chiapas. En su caminar se hizo feminista, rompió con el feminismo institucional y optó por las autónomas que más tarde crearon el Movimiento Rebelde del Afuera. Ahí están los aportes de otra Margarita, la Pisano. Una mujer de carne y hueso. Pensante, actuante. Hecha y derecha. Eran unas brujas, necias, radicales… molestas. “Podemos ser peores…”, era uno de sus amenazantes mensajes impresos en sus playeras. Actuantes y con una mirada crítica pensaron el zapatismo. No pocas veces le han de haber zumbado los oídos al Sub Marcos. Actuante y solidaria, después de los ataques aéreos a las comunidades al sur de San Cristóbal, el ocho de enero de 1994 Adela organizó junto con sus compañeras la primera caravana por la paz y llegó a esos parajes. Adela y Gabriel fueron los primeros de la Conferencia Nacional por la Paz (Conapaz) que denunciaron en Europa las brutales condiciones de vida de los indios, mismas que los llevaron al levantamiento armado. En la Chiltak, Adela creó una instancia de mujeres que se dedicó a gestionar y canalizar recursos a los pueblos zapatistas. Entre otras obras, levantaron una clínica en La Garrucha y remodelaron la de Morelia. Pero no sólo eso. En la comunidad de Morelia le tocaron las corretizas por las entradas del ejército federal y en febrero de 1995 fue al encuentro de las compañeras que se habían refugiado al fondo de la cañada después de la traición del gobierno federal. La falta de tacto de algunos mandos militares del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) con el trabajo solidario hizo que Adela se distanciara, que se endurecieran sus críticas al machismo de algunos mandos zapatistas y no pocas veces al proceso. No había ocasión que yo hiciera un comentario de Marcos y que ella replicara con firmes argumentos.
Un día la llamé y comentó que habían llegado a visitarla la Margarita y Mingo. Días después comimos con los hijos y salió la plática de la visita de los ahijados. Respondí molesto pues días antes me había enterado que un cabrón de por allá seguía chingando. Adela no paró y me hablaba con entusiasmo de lo que decía y hacía Margarita, de los trabajos en el colectivo: que si la producción orgánica, que si el cuidado de la tierra y de las semillas, que si producían un abono orgánico líquido. Escéptico, respondía que la producción orgánica requería de un trabajo extraordinario y que la productividad estaba en cuestión. De que no habían podido recrear y fortalecer los lazos comunitarios. Que se rompían una y otra vez. La imagen que tenía de la Margarita y del Mingo era de indígenas pobres, a veces cansados, a veces enfermos. Que a pesar de eso seguían en la resistencia y que sus hijos eran promotores forjándose y forjando nuevas generaciones. Después de la comida, Adela retomó el tema y consiguió que me pusiera a la escucha. Adela me habló de cómo veía a la pareja zapatista, el lugar que tenía Margarita y su toma de decisiones en la pareja. De su entrega al proyecto de vida zapatista. De la Fe en su quehacer zapatista. Para Adela las palabras de Margarita, sus actitudes, su cara y sus ojos no dejaban lugar a duda de un enorme cambio en las relaciones de mujer-hombre, esposa-esposo, madre-padre, mujer-mujer, mujer-comunidad. Adela me estaba narrando una experiencia de cambios de vida. La narrativa venía de muy adentro. Estaba conmovida, y emocionada lloró, y con palabras de una mujer digna, me dijo algo así: Margarita está en el afuera. No quieren nada con el sistema, decía Adela. En un diálogo entre mujeres, en veces, Margarita hablaba, me aconsejaba. En veces me preguntaba y escuchaba, decía Adela. Su hija, hace radio y preguntaba y preguntaba el significado de muchas cosas. Quieren aprender más, conocer más, saber más, decía Adela. Es claro, digo yo, que las y los jóvenes se están formando y forjando en la práctica. Tal cual y como lo dijeron en La Escuelita de agosto. Adela es sensible. Escuchar de ella lo que percibió de Margarita fue un lindo regalo para ella y para el que esto escribe. Margarita es una de las miles de mujeres que dan vida a un enorme y significativo colectivo antisistémico. Anticapitalista. Mujeres que son la base de las bases de apoyo zapatistas. Son la riqueza humana que se construye en el único lugar posible, en el absurdo, en el afuera. Margarita invitó a Adela a La Escuelita. Lo que no sabe Margarita es que Adela ya no necesita ir. La palabra verdadera de Margarita, una digna mujer, ha sido suficiente.
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