ay ocasiones en las que las expectativas de los diferentes actores económicos difieren. Ocurre que lo que esperan en el futuro cercano empresarios, trabajadores y gobierno no siempre coincide. En ocasiones las visiones de algunos se acercan, diferenciándose de las de otros importantes actores. Lo usual es que empresarios y gobiernos compartan expectativas, mismas que no son las de trabajadores. En México hoy existe una notable coincidencia entre lo que esperan dos actores fundamentales: consumidores y empresarios, la que se aleja notablemente de la expectativa gubernamental.
El Inegi genera un índice de confianza del consumidor con cinco componentes que dan cuenta de la situación económica actual y esperada de los hogares, de la situación económica en general presente y futura, junto con la posibilidad de efectuar compras de bienes duraderos. Respecto a noviembre de 2012 los cinco componentes del índice disminuyeron, registrando las mayores caídas la percepción de que en los últimos 12 meses la situación económica empeoró y que en los próximos 12 meses empeorará aún más.
Otra medición de confianza es la del sector manufacturero, que registra las expectativas de los empresarios de ese sector industrial del país. El comportamiento de este índice resulta muy parecido al del consumidor, aunque revela caídas más pronunciadas. Lo interesante es que los empresarios registran que su situación actual ha empeorado respecto de la que tenían hace 12 meses. Otro indicador es el de pedidos manufactureros que en noviembre pasado tuvo un registro menos que un año antes.
A este registro de expectativas hay que sumar el de los datos duros de la realidad. En los últimos 20 años la pobreza, medida a través de las llamadas tasas de pobreza monetaria, ha disminuido 0.8 y 1.7 puntos porcentuales en la pobreza moderada y la pobreza extrema, respectivamente, lo que da cuenta del fracaso de los programas del priísmo neoliberal, tanto el de Salinas como el de Zedillo, así como de los gobiernos panistas neoliberales. En relación con la evolución de la tasa de crecimiento del PIB mexicano en estos mismos años, ha estado por debajo de los alcanzados en promedio en América Latina y en los principales países de la región.
El gobierno, por su parte, hace cuentas alegres estimando que las reformas económicas aprobadas por los legisladores electos en julio de 2012, la laboral, de telecomunicaciones, hacendaria, financiera y energética, impulsarán un crecimiento del producto interno de más de cinco puntos porcentuales a partir de 2017. Lo mismo dijeron del TLC y de las privatizaciones de Telmex, bancos, puertos, etcétera. No resultó así. Por el contrario, lo que hemos vivido es que habiendo cumplido la agenda de privatizaciones prevista, el resultado neto para la economía mexicana y, más importante aún para quienes trabajamos en este país, ha sido simplemente desastroso.
Lo que esperamos, en consecuencia, para los próximos meses es que el desastre continúe. Poco importa que se nos trate de convencer de que lo que ha hecho la mayoría de los legisladores beneficiará al grueso de la población. Sabemos que no será así. Habrá beneficiarios de estas reformas, pero no serán quienes constituyen la mayoría de la población. Desafortunadamente los que han legislado fueron quienes recibieron suficientes votos en la elección pasada para ser electos. Son esos electos los que han decidido una transformación profunda de la nación que favorece a intereses particulares.
Las expectativas del gobierno y de sus corifeos no son las nuestras, de empresarios, consumidores y trabajadores. Los sueños del gobierno y de la mayoría legislativa que votó la reforma energética, y antes la laboral, la educativa y otras más, son para muchos mexicanos pesadillas que sabemos que se cumplirán. La realidad se impondrá. No nos sorprenderán los resultados negativos. Lo sabíamos desde el momento en que Peña Nieto ganó la elección. Es, pues, la crónica de un desastre anunciado.