as realidades de la entidad encuentran disímbola descripción en ciertas expresiones de la Iglesia católica que conviven en un entorno social poco optimista y con visos oscuros para los grupos mayoritarios. Caso notable es la aproxi- mación que hace del río humano de centroamericanos en su huída de la pobreza camino a los Estados Unidos, ruta peligrosa en la que, por cierto, Veracruz adquirió negativa fama mundial.

Según los activistas, el solar jarocho es considerado como el estado más peligroso para los viajeros sin documentos.

Aunque la migración no es responsabilidad de los gobiernos locales, el fenómeno a su paso por el territorio estatal evidencia las condiciones de marginalidad e inseguridad que se exponenciaron desde los gobiernos panistas y, de paso, exhibe a su vez las carencias que padecen estadística y objetivamente miles de familias veracruzanas.

Hondureños, nicaragüenses y guatemaltecos encuentran aquí similares condiciones de marginalidad y desempleo que han obligado a emigrar a unos 600 mil paisanos. Por ello, resulta memorable la escasísima solidaridad de algunos que, como pueden, hacen lo posible por atenuar esa tragedia humanitaria.

El mejor ejemplo, Las Patronas, que en fechas recientes recibieron el Premio Nacional de los Derechos Humanos. Un día después de la ceremonia oficial en Los Pinos, Norma Romero y las demás regresaron a lo suyo, con bolsas de agua y comida, lejos de los reflectores y muy cerca de las vías del ferrocarril, en Amatlán de Los Reyes.

Conscientes de lo inacabable de la tarea y del simbolismo de ayudar al prójimo, también son pocos los casos de miembros de la jerarquía católica comprometidos en la opción por los pobres. No son por supuesto la mayoría. Desde luego el notorio padre Solalinde y fray Tomás González Castillo. Este último considera conveniente que el Papa Francisco visite Veracruz pero para que conozca la otra realidad.