Opinión
Ver día anteriorSábado 14 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Hacia la era post antibiótica
L

os expertos en materia de antibióticos sostienen que nos estamos acercando a la era post antibiótica. La resistencia contra los antibióticos es conocida desde hace tiempo y comparte con otra amenaza contra la humanidad, el calentamiento global, fenómeno desdeñado por la mayoría de la comunidad científica. Las medidas a tomar son sabidas, pero no se instrumentan. El tema ha sido tratado reiteradamente por la Organización Mundial de la alud (OMS), que emitió una resolución en 2005; por Oxfam, con la publicación de varios informes; por British Medical Journal, que ha alertado sobre esta amenaza desde mediados de los años 90; Lancet acaba de hacer una llamado a la acción. La red ReAct (Action on Antibiotic Resistance), la más insistente en este empeño, considera el acceso a la prevención y al tratamiento de las infecciones como parte del derecho a la salud hoy y para las generaciones venideras. Incluso se deben considerar a los antibióticos un recurso no renovable y un bien común y colectivo.

Los antibióticos se distinguen de otros medicamentos porque su uso tiene efectos que se extienden más allá de la persona tratada. Se debe a que la resistencia se genera en distintas bacterias vía la mutación y no es de las personas. Los microorganismos resistentes circulan en las colectividades y cuando infectan a las personas éstas no pueden ser tratadas con antibióticos, o sea, terapéuticamente están en el periodo preantibiótico.

La mayoría de los países no tiene registros confiables sobre este problema, pero existen algunos datos al respecto. Se estima que unas 25 mil personas en Europa y unos 23 mil en Estados Unidos mueren anualmente por infecciones con bacterias resistentes. Aunque los datos para los países periféricos son mucho menos conocidos y estudiados, varias investigaciones sugieren que la resistencia a los antibióticos es más común y más letal. Por ejemplo, se tienen evidencias de que en los países con sistemas de salud débiles existe una mayor exposición intrahospitalaria y mayores problemas para salvar a los pacientes. Las unidades de cuidados intensivos neonatales son muy vulnerables, y en estudios al respecto se ha encontrado que dos bacterias comunes, klebsiella y e. coli, estaban resistentes en 50 a 70 por ciento.

El problema no es trivial, porque antibióticos efectivos son esenciales no sólo para tratar las infecciones, sino son un prerrequisito para la aplicación de otras intervenciones médicas, como cirugías, quimioterapia, traumas múltiples o trasplantes. Enfrentamos un uso indiscriminado y creciente de antibióticos, la resistencia creciente de las bacterias y una decreciente innovación de moléculas antibacterianas. Las acciones para parar este círculo vicioso son complejos y variados.

Aunque se reconoce la complejidad de los procesos, la razón de fondo es que los medicamentos incluyendo a los antibióticos no son un recurso terapéutico útil, sino una mercancía en nuestras sociedades. Esto explica la dificultad de hacer un uso racional de ellos a pesar de la abundancia de evidencias científicas. La utilización creciente e indiscriminada de antibióticos ocurre tanto en humanos como en animales. En el primer caso, la industria farmacéutica dedica más recursos a la promoción de ventas que a la investigación, y su principal blanco son los médicos, y estos a su vez generan la idea en los pacientes de que la buena medicina usa novísimos productos. El uso animal de los antibióticos obedece en un 80 por ciento a razones puramente comerciales. Ambos usos abonan al crecimiento acelerado de cepas resistentes y la decreciente eficiencia de los tratamientos cuando realmente se requiere.

El decreciente desarrollo de nuevas moléculas con actividad antibacteriana obedece a que se hacen pequeños cambios en la estructura de los antibióticos existentes que se presentan como más potentes sin pruebas clínicas rigurosas. Así, un estudio de las 15 farmacéuticas más importantes demostró que sólo un 1.6 por ciento de los medicamentos desarrollados fueron antibióticos y ninguno de ellos era de una clase o tipo nuevo.

Si se aspira a preservar los antibióticos como bien colectivo capaz de garantizar el derecho a la prevención y tratamiento eficaz de las infecciones, se requiere de regulación y acción estatal eficientes. Ninguna de ellas existen en México. No existe siquiera una vigilancia epidemiológica nacional de resistencia a los antibióticos, tampoco medidas para actualizar sistemáticamente a los médicos e informar al público sobre su uso, y mucho menos una inversión en desarrollo e investigación para producir los antibióticos necesarios o para crear una industria nacional para hacerlo.