En una nación de migrantes así es por aquí pues (los que llegamos antes de que llegar hasta aquí fuera lo que es hoy día, casi imposible) Lamberto Roque Hernández Estados Unidos es una nación de migrantes. Los del sur del continente, los mexicanos que aquí estamos, hemos revertido la ruta que siguieron nuestros antepasados. No hemos llegado al estrecho de Bering, ni lo haremos, porque ahí no hay trabajo, hace un frío de la chingada y no hay dólares. Por lo tanto, nos hemos asentado en el norte, dentro de los cincuenta estados que componen Estados Unidos. Aquí convergemos. Coincidimos con los que como nosotros han abandonado su tierra natal para buscar una mejor vida. Aquí estamos, metidos dentro de esta caja de crayolas. Cada uno tiene su propia historia de cómo llego hasta aquí. Tragedias. Accidentes. Aventuras. Miedo. Pobreza. Pero aquí estamos luchando para dar lo mejor de cada uno y salir adelante. Todos queremos tener éxito en un país copado de oportunidades. Y claro, con sus desigualdades como cualquier otro en el mundo. La mayoría de los migrantes en este país, sean de donde sean, viven con la esperanza de volver algún día a la patria, al pueblo, a la ciudad, al rancho, a la aldea, como se le llame, sin exactitud en sus calendarios, pero saben que por lo menos quieren llegar a morirse allá. Aunque aquí hemos recreado parte de lo que dejamos allá, jamás será semejante. “Es que la comida no sabe igual”, decimos. “Es que la cocacola mexicana en botella sí sabe chingona”, nos quejamos. Pues ya nos la embotellaron y trajeron hasta acá, también emigró al mismísimo país que la inventó. En el caso de los oaxaqueños, ya tienen una sofisticada red para traer provisiones desde sus pueblos. (Los tlacualeros, les llama mi papá, usando una derivación de la lengua zapoteca). Así llegan al norte las tortillas tlayudas. Pan. Chocolate. Tasajo. Chapulines. “Porque el tejate que hacen las oaxaqueñas en Los Ángeles, es lo que se llama, nunca sabrá al que venden en el mercado de Tlacolula”. Hasta aquí llegan los Santos y las Vírgenes de nuestra devoción. Tratamos lo más que podemos de estar contentos. Los grandes consorcios nos conocen. Somos nostálgicos. Por eso nos traen a Bronco, a Los Terrícolas, a los Temerarios, a Juanga, a los Caifanes, a cantantitos chafas de la televisión, al decadente Alex Lora, a los hijos del Santo y Blue Demon, las telenovelas, las bandas tamboreras de moda, a Don Chente, al hijo de quien sabe quién, y claro, a la selección mexicana. Porque nos guste o no, somos futboleros y nos encanta el desmadre en los estadios. Retacarlos y sentirnos cabrones porque ahí al hacer presencia nos damos cuenta que somos un chingo. Nos sentimos poderosos.
Aquí tenemos a los Tigres del Norte juglareando nuestras historias, amores y desamores. Pinches batos chingones. Y aunque nos creamos muy sofisticados, se nos enchina la piel al escuchar sus canciones en un instante de esos, cuando nos damos por enterados que somos mortales comunes y corrientes. Pero mientras, contribuimos a que este país sea lo que es. Y con la mentalidad de que venimos hasta acá a tener éxito, luchamos. ¿De que si nos discriminan o no? Claro que sí. Pero no podemos sentarnos a pensar sólo en eso. Muchos ya tenemos callo hecho allá en nuestro propio país y nos ha hecho fuertes. No nos damos por vencidos. El discriminador sólo cambia de lugar. Y aquí nos tiene que aguantar porque así es, ya se acostumbraron a nuestra presencia. Nos sobreponemos y a darle pa’lante. Cada uno lo hace a su manera. Trabajamos, para empezar, en lo que nos pongan. Aprendemos el idioma, unos para sobrevivir, otros para seguir escalando los peldaños de esta sociedad competitiva. Y ya no somos tan igual como cuando mi padre estuvo por acá como bracero. Hay compas que se brincaron la barda y hoy tienen títulos universitarios, maestrías y doctorados. Hay artistas plásticos. Músicos. Médicos. Cineastas. Organizadores comunitarios. Periodistas. Fotógrafos. Y a la mayoría de ellos México no los supo aprovechar. No les brindó las estructuras necesarias que aquí encontraron para desarrollarse. Y claro, estamos el ejército de obreros, los que trabajamos con nuestras manos, espaldas, brazos y cuerpo entero, regando el sudor para hacer germinar las semillas. Casi todos, bien comprometidos con lo que hacemos. Así es que aquí estamos. Chingándole bonito. Con la nostalgia mitigada con noches de baile a ritmo del tucanazo, cumbia o lo que a cada uno nos gusta. Nos desbocamos en los paris celebrando desde lejos el pase al mundial, porque no hay que hacerse majes, somos futboleros fervientes así como religiosos empedernidos. Nos recargamos en misa todos los domingos pidiéndole a la Virgen que nos cuide de todo mal, amén. Seguimos trabajando todos los días para competir en este país que es grande y retacado de migrantes de todas partes del mundo. Así es por aquí pues… |