Luis Zaragoza es un boxeador sin actitud depredadora. Si camina por la calle y un peatón distraído choca accidentalmente contra su cuerpo, la primera reacción de este peleador es disculparse. Es raro –admite–, pero no sabe cómo sacar su potencial ofensivo porque tiene una personalidad demasiado pasiva.

Esa ausencia de agresividad se ha convertido en su principal enemigo cuando sube al cuadrilátero. El miedo al fracaso y la inseguridad sobre su facultades lo vuelven un hombre indeciso, que sobresale a pesar de todo.

Zaragoza es parte de la media docena de campeones que surgieron del primer torneo de boxeo amateur de la Central de Abasto, que se realizó de abril a noviembre de este año.

Ahí participaron 130 peleadores en una competencia que pretende convertirse en semillero de pugilistas que aspiran a destacar en el terreno profesional.

Cuando se inscribieron al torneo, respaldado por la Central de Abasto y por el Consejo Mundial de Boxeo –que les entregó un cinturón que los acredita como ganadores–, el organizador y entrenador en jefe, Jose Luis Bueno, les advirtió que estaban a punto de entrar a un mundo en el que no hay garantías de éxito y que, por el contrario, exige demasiados sacrificios y los expone a riesgos muy serios.

–Mejor estudien, piénselo bien porque este deporte exige demasiado y está de la chingada vivir de los madrazos– les dijo.

En este deporte sólo una minoría podrá vivir completamente del boxeo, y un porcentaje insignificante llegará a ser campeón del mundo. El resto sólo vivirá de las ilusiones, remata Bueno.

Uno a uno de los seis jóvenes amateurs sostiene que seguirá en este deporte, porque todos sueñan con convertirse en campeones profesionales.

Bueno se emociona y les da ánimos: “Estoy seguro de que de aquí puede salir algún campeón. Primero pensemos en nacional, pero tirémosle a lo grande: Puede salir un monarca mundial.