hora todo es texto y al mismo tiempo ya nada lo es, lo textual se ha evaporado. Mensajes instantáneos, reacciones rítmicas escritas de repente con la tinta etérea de una nada que dispara municiones inconexas en partículas. Las letras hoy están hechas de luz (eléctrica). Hasta los libros antiguos pueden volverse supersónicos, basta con digitalizarlos. Se han convertido en imágenes. Se leen como imágenes. El hipertexto reina como instrumento y pretexto para internarse en los pliegues infinitos de la red. Las bibliotecas guardan objetos, no palabras. Éstas quedaron encerradas en libros sin espejo, en completa oscuridad.
2. Tú ponte donde toca, apunta y tira. En alguna parte pegará el impacto, y nunca sabes si devendrá viral. Los quince nanosegundos de fama que Andy Warhol no previó y a los que hoy cualquiera tiene acceso, vivo o muerto.
3. Era una persona del pasado. Lenta y dispersa, a veces se extraviaba. La indispensable función multitarea
no le funcionaba. Creía que debemos cuidar las palabras, no despilfarrarlas, tratarlas bien, aunque ahora a veces en el puro cuidado, en protegerlas, se gastan y desperdician.
En los tiempos que corren sirven de preferencia para otros fines, combinadas en distinto código, sin individualidad, simultáneas, deslenguadas en los balbuceos que tan bien le salen hoy a la gente experta en sobreentendidos (que son la madre de todos los estereotipos) y en piar a la menor oportunidad. Aquella persona murmuraba entre dientes, sin atreverse a morder.
4. Las palabras escasean. ¿Entre menos, mejor? Sabia virtud, la economía expresiva. Pero una cosa son la sobriedad y el decir lacónico, otra las vidas enteras expresadas en abreviaturas, apócopes y apodos. Y al tiempo que las palabras faltan, hay cada vez más habladores. Aunque parezca contradictorio, es más bien parte de lo mismo.
5. Da la impresión estos días de que no es cool hacerse preguntas acerca de la inmediatez tecnológica que determina globalmente las actividades y vidas en el nuevo milenio. Y ponerla en duda, todavía menos. La información se ha vuelto más importante que el lenguaje, en cualquier idioma.
6. Rumbo al gran silencio
Y ahora ¿quién nos entenderá?
(cuando hablemos, si aún lo hacemos,
¿o sólo acaso los pólenes del viento
descifrarán el discurso de nuestro ruido?)
Mueren uno por uno
los últimos hablantes
de esta suerte de lengua
con la que todos crecimos
del plato a la boca.
La voz ya no es lo que era.
Hoy la distorsionan, amplifican
y transmiten
con notable ingenio técnico.
Se ha perdido la experiencia
de la voz desnuda.
Las palabras, pobrecitas,
se comprimen y simplifican
en signos pueriles,
y la sonrisa, las lágrimas
y el beso
son estándar y lacónicos.
Pronto seremos reliquias
de una lengua extinguida
con sus siglos de oro
y sus veintisiete de plata
para uso exclusivo
de archiveros, lingüistas
y académicos de la legua.