Opinión
Ver día anteriorDomingo 8 de diciembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A pedazos
P

ura estuvo un año en Toronto traduciendo a tres poetas y corrigiendo pruebas de sus propios y superiores Poemas reunidos 1985-2012, que acaba de publicar Conaculta en una colección abismalmente llamada Práctica Mortal. Aunque en esos meses nos escribimos la extrañé, en particular cuando murió mi mamá y yo quería que en la ceremonia sui generis de su despedida Pura cantara el Ave María de Schubert. No pudo ser. Lo comentamos a su regreso, cuando nos encontramos a comer helado y más bien yo me adelanté a darle el pésame a ella, pues a la mañana siguiente de aterrizar en la ciudad de México la recibió la noticia de la muerte en Dublín de Seamus Heaney, que fue su amigo y de quien ella es la traductora oficial al español.

Me disponía a cambiar de tema cuando Pura me extendió un par de títulos que, comentó, parecían escritos para mí. En estas líneas comento uno de ellos. Desde su aspecto es una obra, digamos, mortuoria, con un formato ataudesco, angosto, largo, con la imagen de portada de un cráneo en vías de ser desenterrado y con la de un esqueleto decapitado, con el cráneo sujeto en los huesos de una mano, en la contratapa. De pastas duras y grises; negros los contornos de los dibujos blancos.

(Empecé a leerlo en un rincón de la sala de espera del quirófano de un hospital. A mi lado sólo había otra persona esperando noticias del cirujano y, aunque tenso, el ambiente parecía ideal para concentrarme en mi lectura. Pero el estado idílico duró poco, pues una serie de personas se fueron acercando a mi compañero de espera y al abrazarlo necesariamente advertían a la única otra presencia en la sala que, silenciosa, quieta y arrinconada, leía. Llegó el momento en que las murmuraciones de la gente a mi alrededor me hicieron levantar la vista y ver que se dirigían a mí y que incluso me señalaban y me reprobaban. Advertí que no era porque no guardara compostura en las circunstancias y ni siquiera porque no mostrara interés ni compasión hacia mi compañero de sala, sino por el libro que estaba leyendo ahí, en medio de eso, concretamente por el motivo en su cubierta, de cráneos, esqueletos, palas y desentierros. Decidí abandonar mi rincón, pues la incomodidad llegó a forzarme. Así que me puse de pie, me abrí paso entre la sensata y acongojada congregación y, con el libro contra mi pecho, aunque las tapas a la vista, salí en busca de la capilla en la que sentarme a seguir leyendo.)

Decía que el libro en cuestión es mortuorio, y aunque el contenido lo es mucho más que sus tapas, lo que da la clave para no vestir luto al leerlo está en el título, pues en el original inglés resulta cargado de verdadero humor, el que hace sonreír, pero que al mismo tiempo hace pensar (tanto que duele). Por el tema es humor negro, aquí lúcido y atractivo, pues evoca tal serie de sentidos posibles que sólo un lector insensible no se dejaría seducir por la gracia de su múltiple juego. Rest in Pieces remite a la expresión textual Rest in Peace, o Descanse en paz. Pero al ser Piece y no Peace el término, y por más que se pronuncien igual, la paz se convierte en pedazo y, como sería paces, tendría que traducirse literalmente como Descanse a pedazos, que será todo menos un descanso en paz. Aparte, Rest, que significa descansar, también quiere decir resto, que en español derivaría en pedazos, por lo que entonces otra expresión que en español respetaría el título podría ser [Los] restos a pedazos.

Fuera de juegos, el título resulta una síntesis brillante del contenido del libro, pues trata de lo que ha sucedido con una cincuentena de cadáveres, esqueletos y hasta los interiores de los cuerpos de gente célebre a través de la historia. Amputaciones, hurtos, desmembramientos, viajes, pérdidas, confusiones; por razones religiosas, científicas, comerciales, chantajistas, románticas, políticas y, en una palabra, macabras o enfermizas o indignantes o incivilizadas. Pero sumamente divertidas.

Rest in Pieces recorre esa historia con una escritura culta y accesible, con un ánimo asombrosamente ligero para el peso que carga. No es ficción, pero lo parece; no es periodismo, porque sobrevive a su propio tema. No es ensayo personal, porque la autora no opina; ni es ensayo académico porque no prueba nada. Por lo tanto, voy a considerarlo una investigación narrativa, y destacarlo.

Su autora, Bess Lovejoy, escribe con la dicha que sólo da el amor.