s cierto, los congresistas no tienen por qué saber de todo. Pero también es cierto que deben tener capacidad de decidir sobre todo. ¿Cómo se adquiere esa capacidad? Educando, ante todo, al corazón, para adquirir una delicada y fina sensibilidad social; es decir, una enorme capacidad para sentir las necesidades de la sociedad, una sociedad que –nos guste o no– está dividida en clases. Por eso la delicadeza de esta tarea. Por eso también la necesidad de educar la mente. Porque sus decisiones se dan en un contexto de lucha de clases. Sin duda. Y eso no es una interpretación marxista. Ya los mismísimos mercantilistas
empezaban a orientar sus reflexiones sobre la riqueza del comercio en una perspectiva de clase.
Asimismo el divino doctor
Quesnay –el del brillante Tableau Economique– al concebir a la sociedad y a su proceso de reproducción material como un juego natural virtuoso de tres grandes clases sociales: la productiva sustentada en un trabajo de explotación respetuosa de los recursos natural y generadora del producto neto que proporciona la subsistencia a toda la sociedad; la estéril, pero fundamental por sus trabajos manufacturero, comercial, bancario y de servicios; y la clase de la renta
, que vive una parte del producto neto que, por cierto, debe ser muy cuidadosa, so riesgo de llevar a toda la sociedad a la miseria. ¡Qué decir de las perspectivas de clase de Smith y de Ricardo! Capitalistas, terratenientes y obreros, en un juego –a decir de ellos– natural, libre y virtuoso, capaz de permitir –bajo ciertas condiciones– que toda la sociedad disponga de las cosas útiles, convenientes y gratas de la vida. Y sin embargo, no lograron ocultar el realismo pesimista o el pesimismo realista –lo mismo da– de Malthus, para quien la evolución dramáticamente aritmética de los alimentos y trágicamente geométrica de la población, conducía a la miseria a la mayoría y a la opulencia a la minoría. ¡Dramática profecía de nuestro hoy! Acaso el progreso técnico podría frenar un poco esa tendencia. Pero sólo un poco.
Marx no hace sino reordenar la discusión y mostrar nuevos ejes del análisis de clases de la sociedad, al redefinir radicalmente la teoría del valor y mostrar que el excedente clásico es trabajo no pagado. ¡Gran afrenta a la caridad social! De aquí la severa conflictividad de su teoría de clases, lamentablemente llevada a la caricatura por esquemas simplificadores. No era posible vivir en esa concepción. Debía ser neutralizada. La crítica del pensamiento económico asegura que Marshall y los llamados neoclásicos lo lograran impecablemente. Para ello sobresalen la teoría subjetiva del valor y el análisis de preferencias, satisfacciones y utilidad de entes que se convierte, por un lado, en productores y, por el otro, en consumidores. No más. Y que se mueven en el mundo en un ambiente de individualismo exacerbado, pero mágicamente equilibrado. Así, la economía política –entendida todavía por el mismísimo Smith como la rama de la ciencia del hombre de estado o legislador que busca que el pueblo pueda conseguir por sí mismo un ingreso o una subsistencia abundantes, y que el estado tenga un ingreso suficiente para pagar los servicio públicos– se convierte en una práctica de iniciados, capaces de despejar –dicho sin ningún desprecio al álgebra, por cierto– ecuaciones de inversión, de oferta y demanda de dinero, de precios y salarios, entre otras, que desentrañan las condiciones para dar estabilidad macroeconómica a la sociedad, siempre en un ambiente de libertad microeconómica. ¡Viva la competencia! ¡Viva el equilibrio macroeconómico! ¡Dejemos el ánimo de bienestar para mejores tiempos!
Ya llegarán el ofertismo, las expectativas racionales, el institucionalismo, el análisis de las fallas del mercado… lo que sea, para tapar el sol con un dedo. Y con ello y entre otras cosas –como se muestra hoy en México– convertir la tarea legislativa en un juego de fuerzas vulgares orientado a negociar los paradigmas dictados desde la tecnocracia más fina del país. Sí, la de la calle de Moneda, que no escatimará ningún esfuerzo en cumplir los cometidos que se le encargaron, con la contratación millonaria de una, dos, tres o más firmas de asesoría que diseñen, por un lado, los nuevos esquemas de asignación a capitales privados de los recursos naturales de hidrocarburos de la Nación y, por otra, las nuevas formas de atención de esos mismos capitales privados al tradicionalmente llamado servicio público de electricidad, que se desea transformar hoy en un juego más dentro del intercambio mercantil.
Votar esta misma semana o en marzo o, incluso, en agosto próximo es lo de menos. Y, sin embargo –como dijera la Rayuela hace muchos años– en este contexto no hay peor lucha de clases que la que no se hace. De veras.