n Brasil, los políticos viven con un ojo puesto en el cotidiano y otro en octubre del año que viene, cuando se realizarán elecciones para presidente, gobernadores, diputados nacionales y senadores. La divulgación de los nuevos sondeos ha sido una ducha helada no sólo para la oposición, sino también para el conglomerado de los grandes medios de comunicación, que actúan en una campaña sin tregua contra Dilma Rousseff y su partido, el PT.
Luego del fuerte bache experimentado por la presidenta en junio y julio, la aprobación de su gobierno volvió a ganar consistencia. En cuanto a la perspectiva de relección, queda evidente que recuperó terreno: si las urnas fuesen abiertas hoy, ella ganaría en la primera vuelta.
Existen dos clases de sondeos: aquellos cuyos resultados son difundidos públicamente, y los de uso interno, encargados por los partidos y que sirven básicamente para orientar las respectivas estrategias.
En el caso tanto de Eduardo Campos, postulado por el Partido Socialista Brasileño, como de Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), las dos clases de sondeo no hacen más que dejar claro que tal como están, no llegarán a ninguna parte. Los números expuestos a la opinión pública repiten los mismos que son expuestos solamente a sus estrategas: la intención de voto en Dilma Rousseff oscila, en media, alrededor de 44%, con picos de hasta 47% y descensos máximos a 42%. Aecio Neves no logra salir de entre 14 y 19%. Eduardo Campos, sin la compañía de la ambientalista Marina Silva como vice, cae a 11%. Con ella a remolque, logra llegar a 17%.
En el mejor de los casos, la oposición logra 36% de intención de votos. No supera la peor marca de Dilma, de 42%.
Hay otros componentes, desde luego. Los institutos no descartan la posibilidad de que José Serra, ex gobernador del estado de São Paulo (que concentra más de 34% del electorado nacional) y dos veces derrotado en sus aspiraciones presidenciales, termine por imponerse a Aecio Neves como candidato del PSDB. Las posibilidades de que eso ocurra son ínfimas: Neves domina la máquina del partido, y Serra cuenta con mucho más antipatía que simpatía entre los militantes. De todas formas, Serra perdería con Dilma.
Claro que de aquí a que comience la campaña por radio y televisión, en agosto del año que viene, muchas cosas podrán cambiar bajo los cielos brasileños. Pero no hay duda alguna con relación a por lo menos dos puntos. Primero: Dilma se recuperó, y bien. Segundo: sus adversarios, sin excepción, descendieron.
Hay una novedad, sin embargo, que acapara la atención de los estrategas tanto de Rousseff como de sus aliados y de la oposición, para prevenirse en favor o en contra: 66% de los encuestados, incluso los que aseguran que votarán por Dilma, piden urgentes cambios.
¿Cuáles cambios? Cuándo no son interpelados con esa pregunta específica, mencionan, de manera amplia y un tanto dispersa, mejor salud, mejor educación, menos inflación. Cuando se hace más específicamente, repiten más o menos lo mismo, pero extienden la lista temas como transporte público, garantías de empleo, menos corrupción.
Para los del PSDB, ahí estaría el lema de su campaña: mudança com segurança, o sea, cambio, pero de manera segura. Pero son incapaces de aclarar qué pretenden cambiar, y qué entienden por cambios seguros. Lo que vuelve a quedar claro es la absoluta incapacidad tanto de Neves (o, en su defecto, Serra) como Campos (o Marina Silva) de presentar un proyecto alternativo convincente. No lo hicieron en el auge de la caída de Dilma, en junio (su gobierno tenía 65% de aprobación en marzo; se derrumbó a 30% en junio; en octubre volvió a 44%), ni la tienen ahora. Tampoco tuvieron elementos para impedir su recuperación.
Mientras, del lado de Rousseff lo que entienden los del núcleo duro
que la rodea (ministros, interlocutores y asesores), así como los estrategas de su campaña, es que el electorado quiere cambios en el gobierno y en la forma de gobernar, lo que no implica necesariamente cambio de presidente.
Frente a la manera amorfa con que se mueve la oposición, Dilma lo viene haciendo de manera intensa, con viajes seguidos al interior del país. No será ninguna sorpresa si el lema principal de su campaña sea precisamente requerir un segundo mandato presidencial para cambiar lo que no resultó en el primero, mientras asegura lo ya conquistado en 10 años, desde la ascensión de Lula y del PT.
La oposición política patina en un discurso sin norte, vacío de contenido y carente de propuestas. La verdadera oposición se concentra en los medios de comunicación.
Pero, por lo visto, ni siquiera eso resulta: el juicio más mediático de la historia, la imagen de líderes históricos del partido siendo conducidos a la cárcel, los titulares alarmistas sobre la inflación y la incapacidad gestora del gobierno pasaron de largo al electorado.