Ultimátum
n su afán por sacar beneficios tanto de la Unión Europea (UE) como de Rusia, el presidente Viktor Yanukovich provocó una severa crisis política en Ucrania, en la que ninguna de las partes implicadas –gobierno y oposición– expresa disposición a ceder.
La confrontación, tras el violento desalojo de la Plaza de la Independencia en Kiev la madrugada del 30 de noviembre anterior, llegó a un punto de ruptura, en el que los argumentos en favor o en contra de la asociación con la UE dejan su sitio a los ultimatos y cualquier eventual entendimiento es impensable sin derrotar por completo al adversario.
La oposición apuesta a que la única salida de esta crisis es convocar a elecciones presidenciales y parlamentarias anticipadas, y dio un plazo para que Yanukovich emita el respectivo decreto, toda vez que el parlamento, con mayoría oficialista, no aprobó la moción de censura al gabinete.
El gobierno, presionado por protestas multitudinarias y con el estigma de haber reprimido a manifestantes indefensos, también lanzó un ultimátum a los descontentos para desocupar los edificios gubernamentales bajo amenaza de volver a recurrir a la fuerza.
Empezó la protesta por el repentino cambio del gobierno respecto de una posible asociación con la UE, calificado de traición
por los opositores. Las autoridades ucranianas cedieron a las presiones del Kremlin y, a dos semanas de la firma, le arrebataron a la gente el sueño
que le estuvieron vendiendo durante año y medio, después de suscribir el preacuerdo de asociación, aunque ciertamente nadie espera en Europa con los brazos abiertos a los millones de ucranianos que aspiran a incorporarse a su fuerza laboral.
Pocos reparan en Ucrania que entre un acuerdo de asociación y el ingreso de pleno derecho a la UE hay una diferencia abismal: ahora sólo se quieren fijar medidas para establecer una zona de libre comercio y proclamar el respeto a los mismos valores de convivencia en democracia, a cambio de ventajas adicionales como la supresión de visas de turista, sin derecho a trabajar.
Creció en intensidad –y en términos numéricos– el malestar después de que las unidades antidisturbios, con gases lacrimógenos y granadas de aturdimiento, arremetieron contra los manifestantes, exceso innecesario que dejó decenas de heridos y, al menos, 14 desaparecidos.
Ucrania, como advirtieron sus tres ex presidentes, entró en una fase de peligrosa inestabilidad política y parálisis económica –por ahora nadie gana, todos pierden– que puede tener serias consecuencias para la independencia del país, si es que no llega a afectar su integridad territorial.
Pero con las posiciones irreconciliables que defienden las partes del conflicto, parece que este drama puede acabar sólo de dos formas: con una represión brutal o con una revuelta que deponga a Yanukovich.