l fallecimiento de Nelson Mandela suscitó una conmoción generalizada, ya que se trataba de una figura universal, paladino de una causa políticamente correcta, ícono de la batalla contra el racismo en su versión más extrema, el apartheid. Aparecieron y seguirán apareciendo merecidos homenajes a un Mandela recortado a la medida, identificado con el perfil que adquirió en el momento de trascendencia histórica y de su visibilidad mundial desde mediados de los años 80 hasta mediados de los 90. En este recorte se construye el mito: el mártir injustamente encarcelado, el pacifista impecable, el irreductible conciliador, el hombre sabio y justo, el Gandhi sudafricano.
Ese Mandela universal corresponde efectivamente al último
Mandela, al camino que lo convirtió en el padre del Sudáfrica actual. Al mismo tiempo, universalizado y transversal, el Mandela de todos aparece despolitizado respecto del conjunto de su trayectoria como luchador y se convierte en el prototipo del héroe ecuánime de los finales felices de cierre del siglo XX, finales aptos para Hollywood, en ruptura con el siglo de los conflictos ideológicos, de las polarizaciones que, según contaban –justo en estos años– los apologetas del fin de la historia
, afortunadamente culminó en la armonía liberal y en la integración globalizada.
En este pasaje epocal, el triunfo de Mandela y el movimiento anti apartheid fue también exaltado por las izquierdas deprimidas y a la defensiva después de la derrota histórica de final de siglo, derrotas que se fraguaron en el terreno de los conflictos de clase, en las relaciones de fuerzas nacionales e internacionales, culminando con el colapso del bloque soviético.
Y, en efecto, el Mandela particular era uno de ellos, de los nuestros. Era un hombre forjado en la izquierda, un militante comprometido que, después de intentar el camino democrático de las movilizaciones de masas, se fue radicalizando en los años 60 y optó por la lucha armada, por la revolución como proceso insurreccional. Un recorrido similar a muchos de los izquierdistas latinoamericanos que atravesaron los años 30 y 70, el largo ciclo de ascenso de los movimientos populares, tendencialmente anticapitalistas, que recorrieron el mundo. Era también, como ellos, un hombre de partido, un militante en el sentido profundo de la palabra, una mezcla de espíritu de sacrificio, principios, mística, ideología, capacidad de agitación, propaganda y organización.
En efecto, el movimiento encabezado por Mandela, el African National Congress (ANC), propugnaba y era expresión de una lucha de liberación nacional y una lucha de clases, y no desdeñaba tener en su seno un componente importante de comunistas, que constituían la columna vertebral de la organización y destacaban por su dedicación y formación política. En plena guerra fría Mandela era un terrorista, enemigo de los intereses norteamericanos y amigo de los gobiernos antimperialistas, Cuba y Libia para poner ejemplos contrastantes. Mandela tenía muy claro que la liberación nacional sudafricana pasaba por la cuestión racial y la cuestión racial era la forma de la dominación de clase en el capitalismo, la cual, a su vez, estaba atravesada por los intereses imperialistas. No deja de ser una perspectiva actual para pensar radicalmente el tema del racismo, que debería rescatarse en medio de homenajes relativamente asépticos que circulan en aras de universalizar la figura de Mandela.
Por último, y no ha sido señalado, Mandela gobernó muy poco, al ejercer su cargo de presidente menos de dos años, entre 1994 y 1996, lo cual quiere decir que estuvo en la oposición, en la lucha social, aproximadamente 60 años, la parte fundamental de su vida política. Esto no quiere decir que no estuviese de acuerdo con el giro moderado de los gobiernos del ANC, giro que él mismo impulsó en estos primeros años marcados por las tareas de reconciliación nacional. Quiere decir que fue sustancialmente un hombre de oposición y no un estadista.
Considerando el amplio arco histórico que abarcó su vida, el Mandela particular no puede ser objeto sólo de culto universal –como está ocurriendo–, sino merece un homenaje específico, desde el lugar que ocupó a lo largo de la mayor parte de su vida, desde la lucha, desde la izquierda.
* Coordinador del Centro de Estudios Sociológicos de la UNAM