l fallecimiento de Nelson Mandela, ocurrido ayer en Johannesburgo, si bien previsible por su avanzada edad y su mal estado de salud, ha sido recibido con consternación en el mundo. No es para menos: en la biografía del dirigente sudafricano se condensan décadas de lucha por la liberación nacional, los derechos humanos, la equidad, la democracia y la convivencia pacífica, y su figura generó un consenso planetario de respeto, admiración y reconocimiento.
Nacido en 1918 en una pequeña localidad de la Provincia Oriental del Cabo, en el seno de una familia de la nobleza xhosa, Mandela se consagró desde muy joven a las luchas estudiantiles y, posteriormente, con el título de abogado, a la díficil tarea de asesorar legalmente a ciudadanos negros, quienes eran considerados individuos de segunda clase por el infame racismo de Estado que imperaba en Sudáfrica y que fue universalmente conocido como el régimen de apartheid. A mediados del siglo pasado el hoy fallecido líder se integró al Congreso Nacional Africano (CNA), partido que hizo frente al segregacionismo con acciones de desobediencia civil y, posteriormente, por medio de la lucha armada, lo que le valió a Mandela y a otros dirigentes del CNA ser calificados de terroristas por las autoridades del régimen racista, por el gobierno de Washington y hasta por la propia Organización de Naciones Unidas. De hecho, el nombre de Mandela permaneció hasta 2008 en la lista de individuos vinculados al terrorismo que elaboran las autoridades de Estados Unidos.
En julio de 1963 Mandela y otros siete líderes del CNA fueron detenidos, procesados por el delito de traición y condenados a cadena perpetua. Aquel episodio, conocido como Juicio de Rivonia, generó el rechazo mundial al régimen racista de Pretoria. Con Mandela y varios de sus compañeros en la cárcel, la lucha contra el racismo se extendió y se articuló con otros conflictos, como la guerra civil en la vecina Angola y la lucha por la independencia de Namibia. Aunque los gobiernos de Estados Unidos y de Europa occidental criticaban de palabra al régimen sudafricano, en los hechos negociaban con él y lo consideraban un aliado en la contención de la influencia soviética en el sur del continente africano.
En el contexto de una severa y violenta crisis moral, política y económica del régimen racista, Mandela fue liberado, junto con otros 120 integrantes del CNA, en febrero de 1990. Había pasado 27 años en distintas cárceles, lapso en el cual fue sometido a trabajos forzados y a largos periodos de aislamiento. En varias ocasiones el gobierno de la minoría blanca le ofreció la libertad condicional a cambio de que promoviera en su organización la renuncia a la lucha armada, propuesta que fue invariablemente rechazada por el prisionero. Su postura siempre digna e inclaudicable le valió el sobrenombre de Madiba, un título honorífico que los ancianos de su tribu otorgaban a las personas insignes.
Tras salir de la reclusión, Mandela se consagró al proceso de negociación con el gobierno de Frederik de Klerk para desmantelar el régimen del apartheid, proceso por el cual él y el entonces presidente De Klerk recibieron el Premio Nobel de la Paz en 1993. Un año más tarde, Mandela fue electo presidente de la nueva Sudáfrica y desde el poder inició de inmediato un proceso de reconciliación nacional a fin de hacer posible la convivencia pacífica entre los distintos pueblos que habitan en su país. Una vez terminado su periodo presidencial, en 1999, se retiró de la vida política.
El fallecido dirigente sudafricano es universalmente reconocido en la actualidad como símbolo de integridad moral, de tenacidad, de grandeza y de triunfo ante las peores adversidades, y así será recordado. Es oportuno evocar sus propias palabras: He luchado contra la dominación de los blancos y contra la dominación de los negros; he deseado una democracia ideal y una sociedad libre en que todas las personas vivan en armonía y con iguales oportunidades; por este ideal quiero vivir y también, si fuese necesario, estoy dispuesto a morir por él
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Descanse en paz Madiba.