espués de 1945, cuando Estados Unidos se volvió una potencia mundial, le dio la espalda a sus vecinos para mirar mucho más allá de sus fronteras territoriales y extender su seguridad estratégica a regiones bien lejanas: Berlín, Corea, Vietnam. La reorientación derivó en un nuevo orden de prioridades para Washington, en el que México y América Latina, que hasta entonces habían sido temas dominantes en su política exterior, pasaron a segundo plano; sólo excepcionalmente lograban insertarse en el horizonte estadunidense, como lo hizo Cuba con su revolución en 1959. Además, el cambio se vio favorecido por una tecnología militar que se imponía a las distancias, por ejemplo, los misiles intercontinentales, y en general minimizaba las restricciones físicas que podían obstaculizar las operaciones militares.
Los militares estadunidenses criticaron este giro hacia un exterior ultramarino que cuestionaba las bases de la seguridad de su país, tal y como las había definido la Doctrina Monroe, que era un principio estratégico inamovible de la política exterior de Estados Unidos; sin embargo, sus reservas no fueron tomadas en cuenta por los diplomáticos, que tenían ambiciones mundiales. El pasado mes de noviembre el secretario de Estado, John Kerry, anunció el fin de la Doctrina Monroe, y propuso a los latinoamericanos una región de iguales. Si esta propuesta llegara a materializarse, el discurso de Kerry en la OEA marcaría un hito no sólo en las relaciones interamericanas, sino en la política exterior estadunidense.
La oferta sugiere el reconocimiento, de parte de los responsables estadunidenses, de que es necesario un rediseño que reacomode a Estados Unidos en un mundo en el que el ascenso de China y la recuperación de Rusia le imponen límites previsibles. Sin embargo, y aun cuando es cierto que el peso de las inversiones y del comercio en las relaciones internacionales es muy grande, el poder se define todavía en términos de capacidad militar y seguridad territorial. Desde este punto de vista, América Latina, y México en particular, adquieren una renovada relevancia para Estados Unidos, que anticipa amenazas presentes y futuras distintas de las comerciales; por ejemplo, y en primer lugar, el terrorismo, y luego, la presión migratoria sobre sus fronteras. Este fenómeno ha alcanzado tales dimensiones que se ha convertido en un tema de seguridad nacional. No obstante, y como el mismo Kerry lo reconoció, el tráfico de drogas también es un problema, al igual que la expansión del crimen organizado.
La globalización y las redes sociales han modificado el significado del tiempo y del espacio; sin embargo, los asuntos antes mencionados: el terrorismo, la migración, el narcotráfico y las organizaciones criminales, nos alertan sobre la durabilidad de la geografía y sus condicionamientos. Así, no obstante todo su poder, Estados Unidos se ve profundamente afectado por los acontecimientos en México, de la misma manera que nosotros no escapamos a los efectos de lo que ocurre en ese país. En nuestro caso, nuestra localización en el mapa ha influido y contribuido a dar forma a la economía, la demografía, pero también a las instituciones políticas, porque había que organizarse para lidiar con tan peculiar vecino. Pensemos nada más en la evolución de la violencia en nuestro país en los últimos 10 años: la violencia criminal, vinculada al contrabando de drogas y de armas que, a su vez, está asociado al consumo de estupefacientes en Estados Unidos. Este problema condujo a la reorganización de la policía o al desarrollo de nuevos temas de participación para el ejército en materia del orden público.
No sé si la comparación del sur del continente en relación con Estados Unidos con el turbulento e inestable sur de Europa de finales del siglo XIX es válida. Creo que el discurso de Kerry en la OEA es un primer paso hacia la revisión de su política exterior, pese a que el desfalleciente organismo es un foro sin eco. Es muy probable que traten de reanimarlo, pero trae tan malos recuerdos que quizá sería preferible sustituirlo con un nuevo organismo que refleje los cambios en América Latina, que tampoco es la misma que cuando se creó la OEA en 1945.