Cultura
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La ridícula idea de no volver a verte
N

o abundan los libros sobre la vida. Tampoco los que arriesgan formas en un mundo tan acartonado en el que todo debe transcurrir por estancos, por cajones, por géneros. Y mientras el mundo literario se ocupa en clasificar esas formas, la vida pasa por otra parte. Por la telaraña de la web, por ejemplo, donde con todas sus imperfecciones para expresarse miles de jóvenes cuentan a pedazos historias, sus historias. No es casual que vivamos en la época en que más se lee y más se escribe gracias a la Internet y en la que el consumo de libros se estanque o disminuya.

A veces me da la impresión que buena parte de los autores de libros han perdido las gana de contar, de tocar tierra con las personas, de expresar la voz de la tribu. Esa voz en la que todos nos reconocemos.

En México durante los últimos años vivimos encandilados con los grandes temas, con el escándalo político y con el plato de sangre. Inventarios más o menos actualizados de esos rubros en prosa tartamuda inundan las mesas de novedades de las librerías y portadas de revistas culturales. Pero eso no es tocar tierra. Los inventarios de la barbarie que padecemos son sólo eso, inventarios con nuevos nombres, cifras, formas del envilecimiento.

Se nos olvida que los rock star de la política y el crimen son desechables y serán remplazados por otros que con el paso de los años también serán materia del olvido. ¿Alguien recuerda ahora al videoasta Vladimiro Montesinos o al terrorista que fracasó cuando quiso activar una bomba que llevaba en los zapatos y por quien desde entonces debemos llegar dos horas antes a los vuelos domésticos y tres a los internacionales?

Las historias bien contadas son memorables no sólo por el tema que tratan: ¿cuántos buenos temas no han sido mal contados, mal tratados?¿Cuántas historias bien contadas por mínimas que parezcan se han vuelto memorables? Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Rosa Montero ha escrito un libro memorable, digno de permanecer en la memoria, no porque recupere la vida de una mujer excepcional como Marie Curie (se han escrito muchos), sino por las ganas de contarnos su historia en la que encontró, por ejemplo, que el dolor de unos puede formar parte de la vida de todos.

Con el cuaderno de notas que dejó la descubridora del radio y con otras fuentes bibliográficas e iconográficas, Rosa Montero reconstruyó uno de los momentos más emocionantes de la vida de Marie Curie. Me corrijo: más que reconstruir una historia, Rosa Montero rebotó sus emociones en la intensa vida de la investigadora francesa. Al leer a otra, se leyó a sí misma y quiso contarnos esa historia.

Por ello La ridícula idea de no volver a verte va del diario íntimo de La Curie al recuerdo personal de Rosa Montero, de las fotografías a la citas eruditas sin pedantería, de los objetos encontrados en los bolsillos de Pierre Curie después que una carreta le reventó el cráneo, a la tarjeta visa con el nombre de Pablo, el compañero de vida de Rosa Montero muerto hace cuatro años.

Al leer La ridícula idea de no volver a verte parecería que estamos escuchando a la escritora española contarnos una historia que la ha asombrado y conmovido y el cómo encontró, al recuperar con la escritura una vida ajena, parte de su propia vida.

Para Rosa Montero escribir es mantener el nexo con la vida. Nos cuenta historias poderosas porque no le caben en el pecho y debe contarlas. Con palabras construye un mundo, su mundo, porque el que vive le parece insuficiente. Para vivir, dice la escritora, tenemos que narrarnos.

Quizá por ello la prosa de La ridícula idea de no volver a verte es tan intensa como la historia que nos presenta. Rosa Montero ha escrito un libro sobre la vida y sobre la pasión amorosa a partir de la muerte porque esas experiencias límite nos sacan del mundo y nos permiten verlo con claridad. La ridícula idea de no volver a verte es un libro arriesgado porque encierra en el corazón del relato la gana de contar. De contarnos el cuento de la vida.

Sólo contamos lo que es digno de ser recordado, lo que nos emociona. Los antiguos no recordaban con el cerebro sino con el corazón. Re significa volver, traer de nuevo, y la partícula esencial de cordare es cor que significa corazón. Recordar es traer algo de nuevo al corazón. Por eso los libros no se miden por géneros, por páginas, ni por autores sino, como es el caso de este libro, por la emoción que provocan.

Las buenas historias siempre encuentran su cauce, lo construyen mientras lo buscan. Por lo menos ese parece ser el leitmotiv de las novelas que Rosa Montero que nos ha regalado desde hace más de 30 años. Aunque diferentes –siempre evita repetirse–, en todas se encuentran sus obsesiones, sus asombros, sus descubrimientos en la historia, la ciencia, el periodismo, en la emocionante vida menuda o en esa cultura misógina que durante cientos de años le ha regateado reconocimientos, premios, espacios, salarios, a las mujeres.

Sólo así entiendo por qué a Rosa Montero no contar el cuento de la vida, le resulta insoportable.