os toros de Xajay me provocaban una regresión al interior donde latía íntimamente la sensación de peligro que parecía desaparecer de nuestro coso máximo. Observando a los bureles, en especial a los tres primeros y el último de la tarde, venían a mi mente los versos de Octavio Paz en su Árbol adentro.
Creció en mi frente un árbol
Creció hacia adentro
Sus raíces eran venas
Nervios sus ramas
Sus confusos follajes pensamientos
Las miradas lo encendían
Y sus frutos de sombras
Son naranjos de sangre
Son granadas de lumbre
Amanece
En la noche del cuerpo
Allá dentro de mi frente, el árbol habla
Acércate, ¿lo oyes?
La belleza de los toros queretanos rindió a los cabales. Sólo de verlos y sentirlos, me hacían vibrar: guapos, duros y sanos como peñas en torno de retorcidas vetas, como las líneas que se encendían en sus peligrosas embestidas. Las ramas horizontales rígidas y potentes en abundancia y entretejidos los pitones. Bien redondos y colgantes los espesos testículos. El rabo revoloteando hasta concluir en el morrillo de luto, clave de su ruborosa y oscilante bóveda.
Estos toros como árboles representaban la belleza de la vida. Las fuerzas irracionales de la naturaleza. El personaje bravío del campo bravo, indómito y desalineado creciendo por doquier, en las grietas de los pequeños peñascos o las orillas de los ríos o en las lomas. Como los toros, los árboles le dan el tono salvaje a la naturaleza. Estos toros, cuyos sudores brotaban ruborosos cubiertos de hojas, dándoles más vida, dejaban asomar sus coyunturas y las miradas altivas y provocadoras enterándose de lo que estaba detrás de los trapos rojos.
No eran los toritos de la ilusión a los que estamos acostumbrados. Su pelambre iluminado de frente por los últimos rayitos de sol en la tarde nublada semejaban terciopelos riquísimos para dar paso al paisaje del toro bravo en el campo. Ante estos toros desaparecieron las faenitas de interminables. Esos que acusaban cierta debilidad los tres últimos reflejada en sólo tomar un puyazo. Le sudó el traje al maestro Zotoluco y el extremeño Miguel Ángel Pereda se dedicó a ahogar a los toros en ese quehacer torero encimista que encandila a los jóvenes aficionados. En el mismo tenor se comporto el torero tlaxcalteca Sergio Flores, quien recibió la alternativa y dará de qué hablar, pese a que en el último toro, más suave y débil, repitió el encimismo.
Sin ser cosa del otro mundo, regresaron los toros al embudo de Insurgentes.