Opinión
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J.D., autorrecluso
E

stablecido mi derecho a comentar la biografía Salinger, me desentiendo de las notas que en su momento atesoré para algún día fundamentar debidamente cualquier comentario que pudiera querer hacer al respecto, y simplemente pongo palabras al sedimento de mi lectura, práctica que va mejor conmigo que la de rebuscar y transcribir citas (y más citas), recurso válido de ciertos críticos o de un investigador, pero al que el simple comentarista de libros, o de la vida y las vidas, no tiene por qué recurrir.

Aun a esta corta distancia de haber leído Salinger ya olvidé qué plantean los biógrafos Shields y Salerno en la introducción por lo que hace al método que se trazaron y sus porqués, a las autorizaciones y a cuanto principio ético y profesional enfrentaron y resolvieron hasta alcanzar el resultado biográfico grandioso que consiguieron en su trabajo. Pero mi pobre memoria no es un impedimento para que yo registre lo que Salinger dejó en mí, o lo que me confirmó y reavivó del protagonista. El entusiasmo ante la prometida próxima y paulatina publicación de parece que ocho inéditos; la convicción de que el personaje, recluso como quiso ser, y para algunos tan cuestionable a partir de tantos posibles ángulos desde los que fue escudriñado y juzgado, condujo su existencia de la manera más respetable y hasta ejemplar en la que pudiera conducirse, según los principios más sólidos que pueda proponer toda y cualquier filosofía del bienestar que apunta hacia la civilización, y que yo sintetizaría en Agradecer, Vivir, Servir, Agradecer.

Qué hizo J.D. entre el primer agradecimiento al nacer, y el último al morir, o cómo enfrentó él las constantes y las variables que conformaron/deformaron/reformaron su existencia particular, es el meollo que los biógrafos de Salinger se propusieron exponer y desentrañar, y que los lectores de Salinger siempre hemos querido conocer, con curiosidad, interés, temor, pasión, más analítica o más ciegamente, pero con avidez insaciable, igual a la que el enamorado experimenta ante el objeto de su amor.

Shields y Salerno ordenaron los testimonios que constituyeron el cuerpo de su narración según estadios de la filosofía religiosa determinada que su biografiado atendió y de acuerdo a sus graduales significados. Editores, colegas, periodistas, amigos, vecinos, gente en general que lo conoció o que lo trató, incluyendo la serie de sus jóvenes amantes, y aparte por supuesto de su familia (hermana, esposas, hijos, referencias documentadas de los padres), memorias de maestros y de compañeros del ejército, recordaron, reflexionaron, se preguntaron, opinaron, se inquietaron, se lamentaron, acusaron, denunciaron, celebraron. Buenos chispazos de intuición y de conciencia algunos de los testimonios; tachables, execrables y punibles abusos de intimidad fueron otros. Entre los primeros, destaco la amistad permanente con y de Lillian Ross; y concentro los segundos en las declaraciones de su hija.

Que Oona O’Neill, el primer amor de Salinger, lo dejara para siempre por Chaplin, con quien se casó y con quien se quedó para siempre, es uno de los puntos que conformaron (deformaron y no sé si reformaron) los 91 años de la vida afectiva de J.D. Que su última esposa también se apellidara O’Neill, y que cumpliera con él más el papel de ángel, compañía, asistente o hasta enfermera (que era su profesión, y que combinó con la de reconocida artesana de quilts), habla de lo que significó para J.D. el amor, o de cuál era para él la necesidad que el amor, para ser benéfico, debía satisfacer.

Cómo lo cuidó su mamá, católica convertida al judaísmo, que se jactaba de haber llevado a su primogénito al colegio incluso cuando el colegio ya no era primaria ni secundaria, sino más bien preparatoria. Y qué estricto fue con él su papá, judío de origen alemán, que se oponía a que su hijo fuera actor, y que lo forzó a entrenarse en el negocio de la exportación de carne, que era el suyo, próspero.

J.D. amó toda la vida, tuvo amigos de toda la vida, toda la vida escribió. ¿Fue nociva su reclusión?

A quién culpar del horror del que toda la vida intentó huir y que nunca olvidó, el olor de los cuerpos calcinados por los nazis precisamente al ver a los ganadores, Salinger entre los aliados de Estados Unidos, acercarse a liberar a los prisioneros en los campos de concentración. El claustro voluntario de J.D., ¿es reprobable?