ás que reconocer, hoy venimos a honrar. No sólo porque honrar honra, ¡y vaya que hoy requerimos poder honrar a hombres y mujeres vivos!, sino, sobre todo, porque al honrar a Raúl Álvarez Garín nos vemos obligados, aquí sí, a reconocer (nos) como una sociedad plagada de injusticia, impunidad e irresponsabilidad pública, precisamente los vicios y abusos frente a los cuales Raúl y sus compañeros, el Consejo Nacional de Huelga y sus seguidores y asociados, se alzaron en 1968 para trazar una raya indeleble entre el México democrático del futuro y el del pasado, amarrado a la necedad y la obsecuencia, la crueldad y la ceguera, que el presidente Díaz Ordaz llevó a extremos grotescos y autodestructivos ese año.
Desde entonces, Raúl hizo y ha hecho honor a aquella frase pronunciada por Miguel Eduardo Valle en su discurso de la inolvidable Manifestación del Silencio, aquel 13 de septiembre de 1968: La libertad nunca se olvida
, dijo Miguel Eduardo, y luego, hace unos años, Gilberto Guevara decidió inmortalizarla al usarla como el título de su libro fundamental sobre el movimiento y su secuela.
En efecto, la libertad nunca se olvida, sobre todo cuando se le vive intensamente y uno se atreve a proyectarla al porvenir, para volverla savia de la ansiada democracia y que pronto, muy pronto, se volvería reclamo generalizado de la sociedad para no volver a mirar atrás, mucho menos a aquellos aciagos días de la represión salvaje, sorda y miope que pronto devendría agresión canalla y criminal el 2 de octubre.
Valor y coraje, decisión firme e incólume, consistencia y honorabilidad como obsesión republicana: tales han sido los trabajos, los días y los años de Raúl y sus compañeros de gesta y cárcel, temor y angustia, entrega y esperanza perenne. Nos dieron no sólo un recuerdo sino una visión y una emoción que se nutre y reproduce en la memoria a pesar de los rezagos y las reversiones, los implacables sinsabores a que obliga la presencia abrumadora de una desigualdad salvaje e impúdica en medio del lujo y la concentración que hoy nos tiñen y avergüenzan.
A aquella algarada llena de compromiso histórico de los jóvenes, y de muchos de sus maestros y familiares, no siguió el reclamo vital contra la injusticia social y por la igualdad: un reclamo que espera su turno, pero que no deja de poner en entredicho, de arrinconar sin pausa, una modernidad en gran medida de oropel y una democracia epidérmica que amenaza con tornarse autista y fuera del alcance del ciudadano común, en cuyo nombre teje su discurso esencial.
Un 68 social, que herede aquellas virtudes y generosidades que hoy celebramos y honramos, es la asignatura primordial del México de hoy y del mañana cercano. No estará solo, porque podrá abrevar en aquellos recuerdos que dibujaron con entrega valiente el porvenir de México y que Raúl y sus camaradas, los fundadores de la orden de la dignidad mexicana, han buscado conservar con celo admirable, para los mexicanos que siguen y seguirán.
Primero. Bravissimo, Elenísima.
Segundo. El pasado sábado 16 de noviembre, Alejandro Álvarez Béjar me invitó a participar en un reconocimiento
a Raúl Álvarez Garín, que tuvo lugar en la Casa Lamm de esta ciudad. Acudí a la cita con entusiasmo y ahora publico lo que ahí dije.