Jazzbook
oviembre es otro de los meses en que los festivales de jazz abundan en México. Ahí están el de San Miguel de Allende (del miércoles 13 al domingo 17), el de Irapuato (del miércoles 20 al domingo 24), el de la Riviera Maya (del miércoles 27 al sábado 30) y la cuarta edición del Jazzbook (del jueves 7 al domingo 10 y del viernes 15 al domingo 17) en la ciudad de México.
Este último ha experimentado ciertos cambios. Salió de la plancha del Zócalo y de la Feria Internacional del Libro que se celebra en ese lugar, para situarse en el Antiguo Palacio del Arzobispado (Moneda 4, Centro Histórico). Además, los hermanos Alberto y Edgardo Aguilar, directores del Jazzbook (y de las actividades jazzísticas en El Convite y el Foro 81), decidieron que los conciertos de este año fueran a piano solo (Solo piano, lo anuncian), con la consabida y atractiva carga técnica, emocional y estética que conlleva. No cualquiera, por supuesto.
Programaron a seis músicos de muy alto nivel (quedando varios nombres en el tintero por razones de espacio) y consiguieron que Yamaha les proporcionara un piano de lujo, de la serie CFX, la más reciente generación en estos instrumentos. “Responde muy bien a cualquier dinámica –nos comentó Héctor Infanzón–, a una muy percutiva o a una muy suave. Me gusta mucho, tanto su respuesta dinámica como la tímbrica”.
Las tres primeras fechas estuvieron a cargo de Mark Aanderud, Nicolás Santella y Alex Mercado. El viernes 15 estuvo Javier Reséndiz, el sábado 16 se presentó Héctor Infanzón y la clausura corrió a cargo de Enrique Nery. Tres generaciones y seis estilos.
El día de la inauguración pudimos presenciar otro cambio sustancial. Mark Aanderud (quien ahora radica en Barcelona) subió al escenario y, sin más, empezó a esbozar dos o tres siluetas, fragmentos atomizados de una línea que apenas si rozaba el teclado. El maestro recogía lentamente pequeñísimos fragmentos de vapor y los iba colocando una y otra vez sobre las cuerdas del piano. Siempre en espiral.
En 10 minutos había construido un rascacielos entre susurros minimalistas, ecos de un nítido clasicismo, discretas dosis de impresionismo y vastas y lúdicas y brillantes melodías que nos remitían sin remedio a la arena del rock progresivo. Era algo grande, monumental, si me lo permiten, pero en ningún momento perdía Mark el carácter intimista y reservado que apenas siempre se ha reflejado en su mirada.
Prudente y astuta, la mano izquierda se empecinaba en el minimalismo y sus atmósferas; mientras la diestra, provocadora y desafiante, aguda en todos sentidos, se deslizaba con elegancia o soltaba amarras para lanzarse al aire en lo que los sabios académicos pudieran identificar como un molto vivace o un allegro molto moderato, pero que Mark Aanderud prefirió nombrar como La rapidita en Fa o La menos rápida, porque todo esto lo acababa de componer y todavía no llegaba a los títulos.
La propuesta musical de esa noche empezaba a parecernos inusitada, pero recordamos que el panóptico musical y estético de Mark ha sido siempre de enormes proporciones y asumimos que, para fortuna de todos nosotros, un artista verdadero puede hacer y deshacer lo que le venga en gana, y que a nosotros los de a pie no nos queda más que ver y dar las gracias.
Nunca antes habíamos escuchado a Mark Aanderud en estos terrenos (de hecho, nunca lo habíamos oído a piano solo), pero gracias al Sol, a los hermanos Aguilar y al único estacionamiento que encontramos disponible esa noche, pudimos presenciar a plenitud una más de sus vertientes creadoras.
El único inconveniente de las primeras fechas fue que, simultáneamente al Jazzbook, el Palacio del Arzobispado era una de las sedes del Festival Internacional de la Luz, y que durante los conciertos de Aanderud y Santella los jazzófilos tuvieron que soportar (sin remedio) un público flotante que iba y venía por los corredores y no paraba de hablar. Para la presentación de Alex Mercado restringieron el acceso del público lumínico hasta el final de los tiempos del jazz. Salud.