Torrente de recuerdos
ermítame, monina, enviar mi más sentido pésame a la familia de don Beto Cortés, que se me adelantó en el viaje sin retorno. Sólo me queda expresar, descanse en paz, ya que Así, es de María Grever
y el que a fierro mata a fierro las paletas
, como él solía decir.
Al leer a César Moheno, en Vida compartida, llegó a mi mente un torrente de recuerdos que empezaron con Celia Cruz, a quien escuché por primera vez acompañada, por supuesto, de La Sonora Matancera, en Yemayá y Cao cao, en una lejana tarde de 1950. Quedé gratamente sorprendido y obligado a ser su admirador incondicional desde entonces.
Más adelante apareció Mon Rivera, a quien conocí en Nueva York, y volví a encontrar en Panamá en unos carnavales de bala y gocé, también con los nenes de Borinquen
(léase El Gran Combo).
La lista se enriqueció con Machito y Mario Bauzá, a la que éste, su asere, agrega a Graciela, hermana de don Frank Grillo. Por medio de César Molina me aficioné a escuchar jazz y casi todos los grandes fueron familiares para mí, empezando con Gene Krupa en Lemon drop, utilizando el scat. Lamento no haber conocido a Chano Pozo, quien nunca estuvo en México como aparece en un libro escrito por un advenedizo.
Tampoco tuve el gusto de tratar a Orestes López, pero lo gocé con la orquesta de Arcaño y sus Maravillas. Siguió Arsenio Rodríguez a quien conocí en Nueva York en 1964 y volví a encontrar en Los Ángeles, donde por desgracia falleció.
El señor César Moheno escribe lo siguiente: “En 1948 se podía escuchar a Thelonious Monk, Dizzy Gillespie, Charlie Parker, el genio del be-bop y los genios del son le dan fecha de nacimiento al jazz latino.
Vuelvo a tomar la estafeta para hablarles de Tito Puente y el Palladium de la Gran Manzana. Lo conocí en Pomona, California, la noche anterior a nuestro debut en el Palladium de Los Ángeles, que ni siquiera nos dio tiempo de sentir miedo ya que el cartel era Eddie Cano, abriendo el baile, Tito Puente, Machito y nosotros. ¡Agüita!
Después de su actuación en Pomona, fuimos invitados por él al Pancho’s Flamingo, donde actuaba Bobby Montes con su sexteto (tremendo grupo). Allí se formó una descarga sensacional y luego a desayunar por cortesía de Mr. Bridge. Para ponerle el tapón al botellón llegó Machito al baile, proveniente de Oakland, en helicóptero, del aeropuerto al estacionamiento del Palladium. Al final del baile hubo otra descarga.
Lo encontramos nuevamente en Nueva York y compartimos tarima en varias ocasiones en compañía de otros figurones, por eso no puedo omitir a Tito Rodríguez que tenía una orquesta de altos vuelos, con personal de liga mayor. Imagínense, Cachao, en el bajo, Víctor Paz, Bobby Percelly, Mario Rivera y así por el estilo.
En fin, que los recuerdos llegaron en cascada, pero aunque sean a cuenta gotas les relataré algo de lo que pasé en compañía de los autóctonos que también tenían lo suyo. Espero que no se me pasen uno que otro, pero si sucede, por favor acepten mil disculpas.
Mi primer amor sonero son los Guajiros del Caribe, conjunto con el que me inicié. Entre el personal se encontraban Toño Espino, el director, César Molina, Armando Thomae, el Chamaco Ángel, el Fufu, Julio Morales. Después, siguieron Los Diablos del Trópico, el grupo más sonero al que he pertenecido y con una calidad extraordinaria.
Posteriormente, Juan Bruno Tarraza y sus Estrellas, en el que el único que no era estrella era quien esto escribe, pero aquí estaban Alejandro Cardona, Caramelo y Lucas en las trompetas, Humberto Cané en el bajo, el Morro en la guitarra, Pablo y Toño Peregrino en las percusiones. En diferentes épocas Pepe Bustos y el Viejo Luis estuvieron en el piano y, por supuesto, la batuta era del maestro Tarraza.
Siguió la orquesta de Chucho Rodríguez y después la de Ray Montoya. Mi querido bonko, esto fue antes de Lobo y Melón con su grupo, así que pude pertenecer a agrupaciones en las que el profesionalismo era primordial y me sirvió para siempre comprender que el respeto hacia la música y los compañeros era imprescindible.
Como decía Raúl Velasco, aún hay más
, pero en esta ocasión le paro. Espero no haberlo aburrido. Me pinto de colores y ya sabe, monina, lo quiero gratis. ¡Vale!