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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza IX

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El Juli. El torero Julian López El Juli durante su pasada participación en la corrida de la Plaza MéxicoFoto Notimex
F

ue ayer.

Terminamos el capítulo anterior comentando que Carlos y Manolo, al convencerse que en el país las puertas taurinas les estaban vedadas, tomaron una decisión que sería trascendental.

Vaya que sí.

¿Cuál fue?

Irse a Portugal.

Y a Portugal se fueron.

+ + +

Y a Portugal llegaron.

El viaje fue por demás triste y penoso, ya que meses atrás había fallecido su amado padre, quien no pudo superar la enfermedad que tanto lo hiciera sufrir. Su mejor aliado y mejor amigo se había ido, dejándoles a su esposa y a ellos el inmenso dolor de su partida.

Los Arruza llegaron a Lisboa preguntándose qué sería de ellos ya que no conocían a nadie, no hablaban el idioma, mucho menos tenían algún contrato y, obviamente, poco dinero, pero curtidos como estaban por tantas desventuras, se las ingeniaron y sin siquiera imaginarlo, debutarían en la plaza más importante del país lusitano a los cuatro días de su llegada.

Suerte te dé Dios…

Se enteraron que la gente de coleta se reunía en el Café Suizo (el Tupinamba de por allá) y con sus carteras rebosantes de fotografías y algunos recortes periodísticos, con tales cartas de presentación fueron acogidos con muestras de simpatía y afecto por los asiduos parroquianos. Con la poca lana que tenían, invitaban espaciadas rondas de café para todos y aquello se festejaba con ruidosas aclamaciones de la feliz clientela.

Cuando en esas andaban pudieron enterarse que para el domingo siguiente estaba anunciado un festejo con el rejoneador Joao Branco Nuncio y dos novilleros españoles y, pese a que la guerra civil española había terminado, el caso es que las autoridades hispanas les prohibieron el viaje y así lo comunicaron a la empresa: no había, pues, toreros disponibles.

Apenas se enteraron salieron corriendo, cargando con sus cartas de presentación, a las oficinas de la empresa y pa´ pronto se anunciaron y fueron recibidos por don Bernardo la Costa, quien, imperturbable, escuchó el torrente de palabras, echándole de vez en cuando una ojeada a los testimonios gráficos y escritos y por fin, en estupendo español, les dijo: “jamás he escuchado el nombre de los hermanos Arruza y no dudo que sean ustedes muy buenos, pero siendo la plaza de Campo Pequenho la más importante de Portugal y con Nuncio en el cartel, no puedo arriesgarme, pero si pasan ustedes la prueba, entonces ya veremos.

–Vayan por capotes y muletas y los espero en media hora.

Y a correr se ha dicho.

+ + +

La extraña prueba.

Salieron los hermanos de estampida al hotel, preguntándose de que ganadería serían los animales para la prueba. ¿Embestirían, estarían toreado o corraleados, contarían con gente de a pie que los ayudara? Ambos sabían que tenían que jugarse el todo por lo todo y decididos a no dejar pasar la oportunidad, llegaron emocionados a la plaza.

–¿Están listos? Tronó el empresario.

–Si, señor, estamos listos, contestaron temblando de miedo.

Esperaron a que saliera el astado ¡y nada!

El enemigo serían ellos mismos, ya que el empresario lo que quería era ¡verlos torear de salón!

Ellos contaban en su haber con la mucha experiencia que habían adquirido en la escuela de Samuel Solías, así que se turnaban para embestir y torear y se dieron vuelo con capote, banderillas y muleta y al señalar Manolo la suerte de matar a mano limpia, don Bernardo les dijo: mañana torean.

Tran tran.

Esa tarde, el café era un hervidero ya que los diarios vespertinos anunciaban el festejo citando sus nombres y aquello tomó tales visos de seriedad que se les encogió el corazón y, al día siguiente, muy de mañana, como en Portugal no se pican los toros, les preguntaron si querían que se despuntaran los astados (si los toreros así lo indican), a lo que ellos se negaron rotundamente y aquello desató una verdadera revolución, ya que el encierro, de la ganadería Andrade Hermanos, estaba muy bien presentado y armado y en las calles y en el café se veía a los hermanos con respeto a la vez que se preguntaban si no estarían locos.

Y, sí, estaban locos, pero por torear.

+ + +

De lejecitos…

Tijeras en mano, nos hace señas don Tirano: o le para o le cortamos.

Y paramos.

Hasta la próxima.

(AAB)

[email protected]