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El TPP: tiro de gracia Víctor Suárez Carrera Director ejecutivo de la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC); twitter: victor_suarez Dos décadas de Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, 1994-2013) y sus funestas consecuencias para el campo mexicano parecen haber vacunado al movimiento campesino y a los estudiosos del agro respecto de la existencia en progreso de otros y mayores peligros como lo son la privatización petrolera y el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica Estratégica (TPP), que amenazan con dar el tiro de gracia a la soberanía alimentaria del país y a la perspectiva de un campo con campesin@s, comunidades rurales y pueblos indígenas, así como con sustentabilidad, derechos y dignidad. Efectivamente, diversas voces en el movimiento campesino nacional argumentan que el TLCAN y la mercadocracia ya no representan un problema para el sector agroalimentario, toda vez que los mercados agrícolas internacionales se encuentran en una fase de precios altos y, por lo tanto, las importaciones de alimentos ya no representan un problema para los productores nacionales. Los hechos contradicen por completo estas interpretaciones simplistas y pragmáticas dado que la cesión de soberanía en el comercio exterior agroalimentario a favor de las corporaciones trasnacionales ha cancelado, ya sea con precios bajos o con precios altos, toda posibilidad para el establecimiento de una política nacional de largo plazo para la autosuficiencia alimentaria sustentable, con base en la pequeña y mediana unidad de producción, que permita el establecimiento de precios remunerativos al productor y proporcione un horizonte de certidumbre en la comercialización. En suma, que posibilite una justa valorización del trabajo campesino y de la vida rural, así como una nueva relación naturaleza-sociedad-Estado. A 20 años del TLCAN pareciera que el “libre mercado” y el poder –comercial, económico, financiero y político- de los monopolios agroalimentarios ya es parte de nuestra weltanschauung, de nuestra cosmovisión de lo agroalimentario y rural, y que, efectivamente, el neoliberalismo ha obtenido una “victoria cultural” en México. La mala noticia es que sí hay algo peor que el TLCAN: el TPP, que es un TLCAN recargado que el gobierno de Peña Nieto negocia en la clandestinidad, continuando con los acuerdos del calderonato, y que se pretende concluir y firmar a finales de 2013. El TPP es un acuerdo vergonzante puesto que ya no se atreven a incluir las palabras “libre comercio” y “privatización”. Dos décadas de fracasos sistemáticos y promesas incumplidas del TLCANhan sido suficientes para descontinuar el uso de dichos términos y sustituirlos por eufemismos tales como “asociación económica estratégica” y “modernización”, respectivamente. El TPP obedece a una iniciativa estadounidense de carácter geopolítico y geoeconómico de múltiples alcances. Por un lado, busca eludir a la Organización Mundial de Comercio (OMC) con TLCs con países incondicionales, toda vez que en los tres lustros recientes dicho organismo multilateral no se ha plegado plenamente a sus intereses. Por otro, ante el fracaso del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y el avance de los procesos autónomos de integración de los países sudamericanos (Mercosur, Unasur, Banco del Sur), Estados Unidos (EU) crea la Alianza del Pacífico con Chile, Colombia, Perú y México y la participación de éstos en el TPP. Asimismo, el TPP tiene la finalidad de aislar a China y obstaculizar el proceso de integración económica de los países asiáticos sin EU (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, ASEAN). Los países que están negociando el TPP son: EU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Vietnam, Malasia, Singapur, Brunei, Perú, Chile y México. Japón y Tailandia están en proceso de incorporación. El proceso del TPP inició en 2005 y después de 14 rondas de negociación nuestro país se incorpora en junio de 2012 a “invitación” de Obama a Calderón en la Cumbre de Grupo de los 20 de Los Cabos. Un principio de la negociación es que todo se negocia y nada se excluye y que los países que se van incorporando al proceso aceptan tal cual todo lo negociado en las rondas previas. Sin embargo, cabe resaltar que el gobierno japonés tiene un mandato de su congreso de excluir al sector agropecuario de toda negociación en el TPP, si bien no hay un capítulo agropecuario propiamente dicho y los textos en proceso de negociación no son conocidos. El TPP busca profundizar el TLCAN y superar los límites que no pudieron ser salvados en dicho acuerdo: liberalización comercial total, libertad y protección absoluta a inversiones extranjeras, tribunales independientes para dirimir controversias entre Estados y corporaciones, ampliación de la protección a la propiedad intelectual y en especial extensión de la vigencia de las patentes principalmente farmacéuticas, reglas de reproducción y copia en internet (copyright, ACTA), ningún sector se excluye. Para el sector agroalimentario mexicano, el TPP+TLCAN implicaría pasar de 42 por ciento de dependencia alimentaria a 80 en el próximo decenio. La rama cafetalera estaría amenazada por la libre importación de café robusta proveniente de Vietnam. Bajo la nestlización de la política cafetalera, nuestro país avanzaría hacia la “robustización” de su sector cafetalero afectando a cientos de miles de pequeños productores indígenas de café arábiga de altura. La rama de lácteos se vería afectada severamente por la libre importación de leche en polvo, quesos y otros derivados. Al respecto baste mencionar que los productores lecheros estadounidenses asumen que quedarán fuera del mercado si se concreta el TPP. Por lo que hace a los cárnicos, verán afectada su participación en el mercado nacional por las importaciones de Australia y Nueva Zelanda. Para los arroceros, las amenazas para completar la dependencia total de las importaciones provienen de la libre importación de Vietnam y de Tailandia, en su caso. Y para la producción de trigo, los riesgos estarían por el lado de las importaciones provenientes de Australia. Como se observa, el TPP representa el tiro de gracia para el campo mexicano, dado que completaría el proceso de pérdida de soberanía alimentaria y abandono del campo llevado a cabo por el TLCAN y las políticas gubernamentales nacionales. Es urgente romper con el secretismo de las negociaciones gubernamentales, promover una deliberación pública abierta y asumir que 20 años del TLCAN son suficientes para frenar el TPP. Asimismo, es ineludible que el tema sea parte de la agenda de cambios de la política agroalimentaria y rural que enarbolan las organizaciones campesinas autónomas. Las recientes modificaciones constitucionales en favor de los derechos humanos y su primacía sobre los tratados comerciales, la elevación del derecho a la alimentación a rango constitucional así como otros derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, constituyen nuevas herramientas de lucha y resistencia contra el TPP en particular y contra las políticas neoliberales hacia el campo en general.
La reforma al artículo 27
Francisco López Bárcenas La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) concretada hace 20 años culminó una serie de medidas que desde décadas atrás se venían realizando en la “revolución de los ricos”, como Carlos Tello y Jorge Ibarra denominan a la etapa neoliberal del capitalismo mundial, en una obra que publicaron el año pasado. Un año antes de este acontecimiento, el 6 de enero de 1992, se publicaron en el Diario Oficial de la Federación las reformas al Artículo 27 constitucional, para permitir la privatización de las tierras ejidales y comunales, y legalizar la entrada del capital privado en ellas. Esas reformas fueron de tal magnitud que implicaron el rompimiento del pacto social plasmado en la Constitución Federal de 1917 y afectaron profundamente la propiedad de los recursos naturales, incluidos la tierra, el agua, los bosques y la minería. Ya desde febrero de 1971 la diputación panista de la XLII Legislatura haría propuesto transformar el ejido en propiedad limitada, permitir la asociación de pequeños propietarios con capitalistas privados, y declarar el fin del reparto agrario y crear tribunales que lo finiquitaran. Entonces, esas propuestas merecieron el rechazo priista y hasta un ataque del ala de la Confederación Nacional Campesina (CNC) contra algunos diputados panistas que las impulsaban, entre ellos los hermanos Álvaro y Diego Fernández de Ceballos. La iniciativa panista no tuvo éxito pero la demanda empresarial para lograr la reforma persistió… desde el gobierno priista. En 1979 el entonces presidente José López Portillo envió al Congreso de la Unión la iniciativa de Ley de Fomento Agropecuario, que fue aprobada el 27 de diciembre de 1980. En ella, por primera vez en la historia del siglo XX, se admitió la firma de contratos entre propietarios capitalistas y ejidos, lo que permitía a los primeros el aprovechamiento de las tierras de los segundos. La reforma era un avance pero no satisfizo a los empresarios, que iniciaron una embestida para conseguir sus propósitos. En 1984 crearon el Consejo Nacional Agropecuario (CNA), aglutinando a las asociaciones agrícolas, agroindustriales y ganaderas de corte empresarial, cuyo logro más visible fueron los 293 mil 884 certificados de inafectabilidad que Miguel de la Madrid les entregó. Cifra considerable si se compara con los 193 mil 97 que hasta el sexenio anterior se habían entregado. En 1988, cuando iniciaba el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, los miembros del CNA sostenían que la modernización del campo requería finalizar el reparto agrario, rediseñar el ejido para permitir su capitalización y combatir el minifundio con los mismos fines. Para 1990 recomendaban eliminar del cuerpo de la ley los apartados que habían fundamentado jurídicamente el reparto agrario, flexibilizar el sistema ejidal con una clara y sostenida tendencia a la privatización y reconocer el derecho del ejidatario a arrendar su tierra. Cuando Salinas presentó su iniciativa de reforma del Artículo 27 constitucional recogió sustancialmente los mismos propósitos: terminar el reparto agrario, dar seguridad jurídica a la tenencia de la tierra y permitir el arrendamiento y venta de la tierra para capitalizarla. Así se preparaba el despojo a los ejidos para convertir su patrimonio, hasta entonces colectivo, en propiedad privada. Con la reforma del Artículo 27, se abrió la puerta al TLCAN, y se concretó el trazado para despojar a México de sus recursos naturales. Si bien desde antes el sistema jurídico ya permitía que las empresas trasnacionales se apropiaran de la riqueza natural del país sin problema, el Tratado borró aspectos claves de la soberanía nacional, como la cláusula Calvo, punto clave de la protección de la soberanía de los Estados. Y bajo el rubro de protección a la inversión extranjera del Capítulo 11 del TLCAN, el Estado mexicano renunció a su derecho soberano de someter a juicio a las trasnacionales si no se ajustaban a las normas del país. Con base en la reforma al 27 y en disposiciones del TLCAN, se reformaron varias leyes enfocadas a crear el entramado institucional y normativo que necesitaban para sustentar el nuevo sistema de acumulación y despojo. Destacan la Ley Minera, la Ley General de Bienes Nacionales, la Ley Agraria, la Ley General de Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente, la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos, la Ley de Aguas Nacionales, la Ley Federal de Derechos, la Ley de Inversión Extranjera y el Código Civil y los reglamentos de varias de ellas. Con base en estas reformas, tierras que antes producían alimentos para los mexicanos, han sido adquiridas o arrendadas por los capitalistas para la siembra de productos de exportación, proyectos turísticos o inmobiliarios; los recursos mineros, que antes fueron de los mexicanos, están en poder de trasnacionales, principalmente canadienses; el agua, indispensable para la vida, está yendo a parar a empresas privadas que la convierten en mercancía; los recursos genéticos contenidos en la biodiversidad nacional, así como el conocimiento tradicional asociado a ellos, corren la misma suerte; los campesinos y pueblos indígenas están perdiendo en control de sus tierras y territorios por la vía de creación de Aéreas Naturales Protegidas y los servicios ambientales. La revolución de los ricos está en pleno apogeo. Está pendiente una reforma constitucional que permita la entrega de las playas a los extranjeros, junto con otra a la Ley Agraria para volver más fácil la conversión de las tierras ejidales. Pero la más agresiva es la reforma energética y petrolera propuesta por el presidente de la República. Todo indica que esta revolución sólo podrá ser detenida por movilizaciones populares organizadas, pero además alejadas de los círculos institucionales de poder, donde toda lucha reivindicativa termina en negociaciones que llena los bolsillos de los dirigentes mientras el despojo a los mexicanos y al país sigue adelante.
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